Matar la petroquímica

La falta de reservas y nuevos yacimientos ha enterrado la fase de transformación del gas en plástico sin mayores observaciones

Ya nadie habla de la petroquímica de Yacuiba.

La petroquímica del Gran Chaco fue sin duda uno de los proyectos más ambiciosos que enfrentó Bolivia como Estado, uno de esos proyectos que podía haber dejado atrás ese estigma rentista y exportador para dar paso a una industria floreciente: el plástico, el indiscutible rey de la industria mundial, evidentemente adecuado a las demandas de un mercado cada vez más comprometido con el medio ambiente, pero que no por ello ha eliminado de su cotidianeidad el uso del componente.

Hace un lustro el proyecto aún tenía vida y los políticos más nacionalistas lo inscribían en sus discursos de campaña y sus programas. Para entonces ya se habían descartado aquellos fantasmas que recomendaban no enfrentar la industrialización a través del gas, al considerar que las tecnologías serían caras y poco eficientes. Hasta entonces, y luego de todas las demoras que originó el caso Catler y todo el escándalo que acabó postergando no solo la Separadora de Río Grande sino la de Yacuiba, el asunto parecía factible… pero ya no.

Hasta 2014 se avanzó con ambas separadoras, e incluso se llevó adelante el proyecto de urea y amoniaco en el corazón del Trópico, en un proyecto que ya solo cuestionan aquellos que no barajan otra opción que la de bajar la cabeza y vender a manos llenas para que sean los países vecinos o las potencias centrales los que logren buenos réditos con nuestra materia prima.

Para el Chaco, el proyecto de Petroquímica era una oportunidad sustancial. Un territorio siempre tan lejos de todo, donde las petroleras han hecho ley, tuvieron la oportunidad de convertirse en un polo industrial de esos en los que se toman decisiones y no solo en un lugar inhóspito donde se extraen los hidrocarburos y dejan un puñado de regalías, la mayor parte de las veces mal aprovechadas.

Había incluso sintonía política, pero todo quedó en nada por la recurrente falta de convicción que desde 2007 rodeó cualquier proyecto que no fuera el de siempre: traer “socios” extranjeros para que vaciara nuestras entrañas-

En el Chaco, por ejemplo, nunca se avanzaron las infraestructuras básicas para albergas un gran parque industrial, que es lo que ameritaba, y la Universidad apenas reaccionó para formar profesionales aptos para la oportunidad que se abre.

Y así, el tiempo fue haciendo su trabajo de olvido, de miedos. Los proyectos fueron entrando en los cajones y ya nadie nunca se volvió a acordar de aquello porque la realidad golpeaba los dientes: No aparecían reservas, no hay nuevos contratos, “tocamos fondo”.

Ahí estamos, pero lo que sí hay en Yacuiba es una planta de casi 800 millones de dólares que no puede convertirse en una planta fantasma, sino que necesariamente debe tener una utilidad mayor. Hacer GLP no es su función.

El proyecto está sobre la mesa y el presidente de YPFB ha comprometido que la empresa volverá a ocupar un papel central en toda la cadena de los hidrocarburos. Esta es tal vez la prueba de fuego.

Es posible que no sea el momento, que no estén los recursos para acelerar nada, pero es necesario que esa planta tenga un futuro. Ojalá nadie tenga la intención de matar una planta que es referencia para tantos sueños.


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