El peligroso círculo económico y el modelo boliviano

El equipo de Arce hace equilibrios para gastar menos e ingresar más en medio de negocios “al fondo”, inversiones demoradas y exportaciones de riesgo

En unos pocos días despediremos el año 2023, un año especialmente tenso donde la sensación de caminar al borde del abismo ha estado más presente que nunca, pese a que los números no lo indiquen.

La sensación de crisis es global. El mundo entero ha pasado un año apretándose el cinturón, conteniendo el aire ante la inflación galopante que se ha traducido en un retiro de dólares del mercado que como siempre, ha afectado más a los países en vías de desarrollo, que se quedan sin inversión por el riesgo y deben pagar más por sus deudas.

El gas desaparece y los contratos se cierran, pero aun hoy sigue siendo la principal fuente de divisas

Es posible que el gobierno no haya sido capaz de explicar con pulcritud la situación económica en la que nos encontrábamos. Es posible también que exista una voluntad política de no hacerlo: al gobierno del MAS nunca le gustó compartir los éxitos con la coyuntura internacional y sería un tanto extraño hacer ahora culpables a todos.

Lo cierto es que por una u otra cosa, se han corrido riesgos: la falta de dólares en el sistema se empezaron a sentir en el primer trimestre, pero fueron las estrategias de oscurantismo del Banco Central las que contribuyeron a difundir el pánico. A la fecha no se ha depurado qué parte de responsabilidad hubo en todos esos rumores en la quiebra del banco Fassil, que por otro lado ha quedado claro que era un banco que operaba al margen de la Ley abonado a la especulación galopante desatada en el sector inmobiliario cruceño.

La intervención fue un éxito en tanto no hubo contagio en el sistema financiero – algo que por ejemplo arroja más dudas sobre el suicidio del primer interventor designado -. El banco que más había crecido fue cuarteado y repartido entre el resto mientras que los activos tóxicos pasaban al Banco Unión. Algo similar se puede decir de lo sucedido con el traspaso definitivo de la cartera de las AFP a la Gestora Pública de Pensiones, un movimiento de más de 20.000 millones de dólares en un clima político muy contaminado que, sin embargo, no ha reportado mayores contratiempos.

La cuestión de fondo, sin embargo, es que los dólares no llegan y las proyecciones, a este ritmo, no son buenas: el gas desaparece y los contratos se cierran, pero aun hoy sigue siendo la principal fuente de divisas, que no será sustituible ni por los préstamos multilaterales ni, en el corto plazo, por el litio, cuya planta fue entregado con una década de retraso hace unas semanas. Se esperaba que ingresara unos 600 millones de dólares al año, pero apenas funcionará, con suerte, al 30% en 2024.

En esas, el equipo de Arce hace equilibrios para gastar menos e ingresar más, para recortar el gasto en combustibles sin levantar la subvención cuidando de no impactar en la inflación y al mismo tiempo, promocionar la agroindustria de exportación en términos privados con lo que cuesta en combustible y el riesgo de que esos dólares tampoco retornen a la economía nacional.

Es curiosa la distancia entre la crispación política y la económica, entre lo que hablan las élites y lo que se mueve en las calles, entre la decepción de los parqués y la efervescencia de los mercados populares. Cualquier chispa puede acabar por arruinarlo todo. Ojalá el 2024 sea un año de parabienes para todos, donde se logren contener los riesgos y acelerar los brotes verdes. Nos va buena parte de nuestra soberanía en eso.


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