Milei, presidente

El mundo entero mira hoy con expectación a Javier Milei, un outsider de manual que supo capitalizar la rabia hasta sentarse en el poder

Javier Milei ya es el presidente de todos los argentinos “de bien” y de no bien después de una ceremonia que se ajustó más o menos a la norma y a los protocolos, sí, pero que no ha mermado la expectación ante las medidas que hoy pueda anunciar el ministro de Economía o el propio Milei antes de que abran los mercados.

En este lado del mundo, el poder ejecutivo de los gobiernos suele ser extraordinario y existen los mecanismos para que incluso en condiciones de minoría legislativa, como también suele pasar tras las segundas vueltas en los sistemas presidenciales, el ejecutivo tenga la posibilidad de gobernar. En Argentina se llaman Decretos de Urgente Necesidad y con la profunda crisis instalada más allá del imaginario colectivo y sobre la que Milei se recreó ayer, es evidente que el nuevo presidente los empleará con determinación.

Desde la misma noche en la que fue electo, Milei endureció el tono asumiendo el pragmatismo de la realidad y ayer, de espaldas al parlamento y en Casa Rosada lo reiteró. Es cierto que no ha engañado a nadie. Su proyecto implica, de entrada, sufrimiento, recortes y medidas impopulares, y por eso mismo también advirtió que emplearía la fuerza pública sin contemplaciones.

A priori cualquiera podría imaginar que se trata de una aventura a lo Mauricio Macri 2.0, quien además se convirtió en su adalid de la segunda vuelta y trata de atribuirse una victoria que Milei no piensa concederle. Macri tuvo la oportunidad entre 2016 y 2020 para cambiar cosas y no lo hizo. Su justificación suele ser que contemporizó mal y que cuando tocaba acelerar, las calles ya estaban empoderadas y perdidas y ahí, básicamente, tuvo miedo. Milei dice haber aprendido la lección.

Como sus mensajes cambiaron tanto desde que era un analista de televisión y todo era libertad y motosierra hasta la campaña de la segunda vuelta, cuando tuvo que salir a decir que no eliminaría absolutamente nada de lo público, ni apenas los subsidios, ni rompería relaciones con China ni con Brasil, y de vuelta estos últimos días, ya como presidente electo, invocando el dolor y el sufrimiento como camino de expiación, no está claro por dónde empezará y cuál será el recorrido, pero si mantiene continuidad con sus planteamientos de campaña, siempre muy efectistas de entrada para matizar después, no hay duda que arrancará por algo sonado, pero probablemente más enfocado en la batalla cultural que en lo propiamente económico, donde no se puede permitir fallos.

El mundo entero mira hoy con expectación a Javier Milei, un outsider de manual que supo capitalizar la rabia, convertirla en su combustible de campaña hasta sentarse en el poder de la Casa Rosada.

Argentina es un gran país. Demasiado grande como para permitir equivocarse, demasiado pequeño como para que el mundo se pueda permitir que lo haga. Argentina es hoy más bien un campo de pruebas, una suerte de experimento socioeconómico en el que muchos intereses se están mirando, se están midiendo como en una partida de ajedrez con afanes de exportación.

Desde este lado de la frontera, tan cerca física y espiritualmente de las provincias unidas del Río de la Plata, solo nos queda confiar en que el bien ilumine cada una de las decisiones.


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