Percibir la corrupción

El deterioro de la credibilidad del Estado, la desafección del ciudadano por lo público, la sensación de desprotección y vulnerabilidad hace creer que nadie puede ayudar en nada y que toca hacer la guerra por cuenta propia

Desde el año 2003 se celebra en todo el mundo el Día Internacional contra la Corrupción, una efeméride creada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), con el objetivo de frenar y eliminar en todos los países miembros los actos de corrupción por parte de aquellos hombres y mujeres que se aprovechan de un cargo de poder para enriquecerse a cargo de los demás.

Según datos de la misma ONU, cada año se pagan aproximadamente un billón de dólares en sobornos, eso sin contar que se calcula que durante el mismo periodo se suelen robar 2,6 billones de dólares mediante la corrupción, esto implica un total del 5% del producto interior bruto (PIB) mundial, lo cual es una barbaridad.

En todos los países existe la lacra de la corrupción, pero no en todos tienen los mismos efectos. De hecho, hay muchos estudios que revelan que la corrupción en realidad nunca ha penalizado demasiado en lo electoral, incluso en algunos momentos se ha tratado de todo lo contrario. En Bolivia es célebre esa demencial frase del “roba pero hace” que sirve para justificar al más despótico de los servidores públicos porque alguna vez construyó alguna cosa.

En un país donde las necesidades son grandes, cualquier peso sustraído causa más revuelo que en países donde todo rueda

En todos los países existe corrupción y los escándalos suelen sucederse, aunque no en todos los países se viva con la misma intensidad. En esas, suele resultar bien engañoso el Índice de Percepción de Corrupción, que suele ser utilizado por ciertos foros para cargar contra determinados regímenes sin tener en cuenta la propia etimología del estudio: En un país donde las necesidades son grandes, cualquier peso sustraído causa más revuelo que en países donde todo rueda, aunque los montos sean abismalmente diferentes. La percepción es una cuestión de susceptibilidad.

Esto tampoco es una exoneración para Bolivia, al contrario. La corrupción se ha extendido tanto y está tan generalizada que va a acabar poniendo en duda la propia existencia de la nación: Hay grandes negociados en las adjudicaciones de obras grandes, hay intereses atravesados en los grandes conflictos del país, como la exportación de materias primas, la compra de combustibles, el manejo de determinadas empresas e industrias, etc., pero sobre todo hay una corrupción rutinaria que hace insoportable la propia existencia: los “asuntos” de tránsito, el poder judicial… hasta que se muevan los funcionarios para conectarte la electricidad lleva coima aparejada.

Aunque sea una reflexión impopular, cabe señalar que la corrupción rutinaria no afecta a la economía en términos macro: la plata sigue circulando en el país. El problema mayor hace precisamente al propio Estado: el deterioro de su credibilidad, la desafección del ciudadano por lo público, la sensación de desprotección y vulnerabilidad hace creer que nadie puede ayudar en nada y que toca hacer la guerra por cuenta propia. La desconfianza acaba quebrando las instituciones estatales y después de eso, no queda nada más que el individualismo.

Bolivia necesita cambiar de mentalidad para creer en su propia viabilidad como Estado, acabar con la corrupción pasa por ser clave en estas condiciones y no vale la pena escatimar esfuerzos ni pensar que “todos son iguales” para no cambiar nada.


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