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Más o menos autonomía

Bolivia necesita retomar el debate de su forma de administración ante el fiasco del centralismo secante y la autonomía insípida

La cruenta batalla por el poder desatada en el Movimiento Al Socialismo (MAS) y los esfuerzos que las bancadas de oposición tienen que hacer solo para evitar que los suyos se dispersen está eclipsando cualquier otro debate.

La legislatura parecía propicia para atender algunas de las demandas que tienen que ver con los asuntos de fondo y otras cuestiones estructurales de la Constitución Política del Estado que requieren actualización o, al menos, interpretación más ajustada. Lo era porque a falta de recursos, bien está avanzar en los asuntos políticos. Lo era también porque aún con una mayoría absoluta, el MAS debía contar con la oposición para tocar lo esencial.

Hay al menos dos asuntos que requieren intervención urgente reconocida por el mismo MAS. Uno es el asunto de la Justicia, que más allá de la elección, necesita cambios de fondo que garanticen la independencia y la no intromisión política en las deliberaciones, algo que en absoluto es sencillo. El otro es el que tiene que ver con la estructura autonómica.

A estas alturas, el desarrollo autonómico se está dando por fracasado en todo el país y los más audaces han empezado a reclamar “federalismo” como alternativa, sin apenas evaluar las causas que han conducido al fracaso una apuesta que nunca fue del MAS, sino que se incluyó en la Constitución Política por presión popular de los departamentos del sur y el oriente del país.

Es posible que en el ciclo 2006 – 2008 la autonomía se convirtiera en un significante vacío que solo servía para aglutinar a los opositores, es posible que quienes abanderaron el proyecto tenían en realidad intereses de fondo por frenar y boicotear el proceso iniciado por el MAS y también es posible que en el afán de incentivar el regionalismo propio se escondieran pulsiones racistas y clasistas, pero lo que es verdad es que no hay otra forma más propicia de administrar los recursos y servicios de este país que a través de una descentralización legítima que garantice la eficiencia y la participación local en su máxima expresión.

 Casi 15 años después, la autonomía no ha sido formalmente aprobada en media Bolivia, aunque se aplica, mientras que en el resto, las limitaciones – también políticas e internas de los llamados a desarrollarla en el departamento – han acabado por generar frustración.

La autonomía murió apenas unos meses después de su promulgación con la aprobación de la Ley Marco, que puso todos los candados posibles al manejo económico, que es en realidad la única fuente de autonomía posible, y si bien en aquel momento se podían entender las reservas, ahora es preciso abrir vías para que se alcancen los objetivos de autogestión prometidos, pues de lo contrario se empezarán a resentir otros principios elementales que hacen a la cohesión del Estado, ingresando a una deriva que puede no tener retorno, como otros países del entorno o del contexto europeo demuestran.

Bolivia necesita retomar el debate de su forma de administración ante el fiasco del centralismo secante y la autonomía insípida, pero para ello es necesario ampliar las miras, profundizar el debate y conseguir que los representantes públicos se tomen en serio su primera misión: la política solo tiene sentido si mejora la vida de la gente, y para eso era la autonomía.

DESTACADO.- Los más audaces han empezado a reclamar “federalismo” como alternativa, sin apenas evaluar las causas que han conducido al fracaso de la autonomía


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