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El desvío del proceso

Todos los procesos atraviesan ciclos y toda democracia requiere de debates profundos que hagan avanzar, pero nada de esto pasa en el MAS, donde la pelea es exclusivamente por el poder

Que el 17 de octubre se haya convertido en un pulso simultáneo entre dos ramas del Movimiento Al Socialismo (MAS) podría tener sentido en tanto unos pudieran reclamar la vigencia de aquellos principios recogidos en la agenda de octubre de 2003 y otros, por ejemplo, pidieran una actualización o tal vez una revocación. Pasó en el MNR, pasa en el peronismo e incluso en regímenes de partido único como Cuba o China, donde las generaciones siguientes suelen empujar a las anteriores con nuevas ideas o nuevos posicionamientos respecto a determinados temas. Son dinámicas normales que ayudan precisamente a avanzar, a mantener los debates vivos, a profundizar en las tesis, etc., es al fin y al cabo, la vida misma.

No está pasando esto sin embargo en el Movimiento Al Socialismo (MAS), que hace mucho tiempo que dejó en un cajón aquella agenda de octubre minimizándola a la tercera nacionalización de los hidrocarburos, cuando esto en realidad sólo era un medio para un objetivo mucho más amplio: la industrialización de un país rico en recursos naturales y con miedo a casi todo.

Unos se denominan radicales, los de Evo, y otros renovadores, los de Arce, pero nada los diferencia más allá del nombre de uno y del otro

El Movimiento Al Socialismo ha gobernado desde 2006 hasta 2023, salvo doce meses entre 2019 y 2020, y es por lo tanto el gran responsable de los éxitos y también de las deudas de todo este tiempo, que además ha sido el del crecimiento más fabuloso jamás registrado.

En general, el proceso se ha estancado una vez nacionalizados los hidrocarburos, pues ni siquiera YPFB tomó el papel principal en la industria, donde se sigue dependiendo de la voluntad de transnacionales extranjeras que se mueven por puro interés. Otra cosa es que los ingresos que se han generado se hayan utilizado en recuperar algunas empresas estratégicas, como Entel o ENDE, o en potenciar (sin mucho éxito) la competencia en otros rubros, y cuyo futuro es incierto si no se sustituyen los ingresos del gas con los del litio de forma inminente.

Del resto de la agenda, apenas la inclusión de las clases indígenas y populares en la vida pública y el reconocimiento de sus derechos civiles de forma inequívoca puede considerarse como “logro”, aunque cuesta imaginar que a estas alturas se pudiera seguir en los viejos esquemas clasistas y racistas con total impunidad.

A medias queda la reforma fiscal, las reformas del sistema financiero, cuestiones de salud, de educación y aplicar criterios progresivos de verdad en la distribución de ayudas, etc., pero nada de eso se discute en esta pelea kamikaze entre los seguidores de Evo Morales y los de Luis Arce.

Unos se denominan radicales, los de Evo, y otros renovadores, los de Arce, pero nada los diferencia más allá del nombre de uno y del otro, pues el objetivo de ambos es quedarse con el poder total, y todas sus pegas, sin compartirlo con el otro y sus aliados.

Resulta triste comprobar en qué ha derivado un “proceso de cambio” que prometía una transformación profunda del sistema y reivindicaba valores comunales constructivos para el beneficio de todos, y no solo de unos pocos. Es normal que los ciclos se agoten y todo proceso requiere de renovaciones profundas. Cabe desear que, al menos, se haga en paz.


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