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Las democracias

Todos los políticos desde siempre han deseado mantenerse en el poder el mayor tiempo posible

¿Está la democracia sobrevalorada? A nivel mundial esta es la pregunta que subyace detrás de cada nuevo experimento partidario y a menudo, también detrás de cada resultado electoral. Hace un par de años todo un premio Nobel de Literatura como Mario Vargas Llosa espetó aquello de: lo importante no es votar, sino votar bien, y a menudo se escuchan lindezas por el estilo en unos y otros rincones del espectro ideológico, pues esto de cuestionar la democracia liberal no es algo exclusivo ni excluyente.

Ejemplos hay muchos y muy variopintos: Lula da Silva ganó las elecciones abrazado a la idea de que era la última opción para salvar la democracia en Brasil ante el deterioro institucional que sufría con Jair Bolsonaro; en Europa las extremas derechas que cuestionan elementos centrales de la democracia liberal, como el de un  ciudadano un voto, suben como la espuma; en Estados Unidos Donald Trump prepara su segundo asalto a la Casa Blanca despreciando los principios del Partido Republicano y eludiendo sus debates; en este lado del mundo es común que los presidentes en ejercicio busquen subterfugios para violar los preceptos constitucionales sobre la limitación de mandatos – el último Nayib Bukele -; en África recién parecen querer completar su descolonización expulsando a los resabios franceses del Sahel donde ha resistido a cuerpo de Rey durante 50 años de pseudodemocracias; en Oriente Medio no parece tan fundamental ni exigible ser una democracia para hacer fastuosos negocios, Copas del Mundo incluidas. Y luego está Putin, que, aunque gana elecciones igual se le llama sátrapa.

La semana pasada en Bolivia se han celebrado los 41 años del retorno de la democracia, una fecha a la que le ponen especial ilusión siempre los miristas y que el resto mira con cierta desconfianza. El Movimiento Al Socialismo (MAS) habla de democracia intercultural y todas estas fórmulas representativas populares cuando le conviene, y es reciente su más grave atentado a la voluntad popular con el desconocimiento del resultado del referéndum del 21 de febrero de 2016, que vino a negar la posibilidad de que Morales buscara un nuevo mandato e igual lo buscó. En la oposición, mientras tanto, es relativamente común encontrar voces que cuestionen que todos los votos valen lo mismo para desconocer las mayorías absolutas del MAS y no hace tanto pedían a voz en grito el cierre del Legislativo al no estar bajo control de la presidenta interina Jeanine Áñez.

Aún así, el problema no viene “de arriba”, sino “de abajo”. Todos los políticos desde siempre han deseado mantenerse en el poder el mayor tiempo posible, y han sido los ciudadanos de forma directa o a través de limitaciones constitucionales como han puesto coto a estos afanes, pero desde hace tiempo el Latinobarómetro viene advirtiendo que las nuevas generaciones prefieren estabilidad económica y seguridad física a democracia. Más del 50% en el último sondeo y peor en otras regiones del mundo. Esto lo saben todos. Y todos tratarán de ofrecerlo si pueden.


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