Gaza y la muerte
Posiblemente la comunidad internacional, por la gravedad de la incursión de Hamás, tardará semanas en pedir contención a Israel para que modere sus ataques
Evidentemente cualquier ataque terrorista contra población civil es condenable y debe ser enérgicamente rechazado, pero la equidistancia en el conflicto Palestina – Israel es insostenible, es decir, los esfuerzos por querer repartir culpas te colocan en el lado del poderoso.
El conflicto dura ya 80 años y constituye el peor error de la gobernanza internacional después de la Primera Guerra Mundial (cuando el imperio Británico concedió hacerle espacio a un nuevo Estado en el ancestral territorio palestino) y que tomó forma después de la Segunda, movida por el remordimiento de la inacción de los países europeos. El error es el elefante en la habitación en cualquier reunión de Naciones Unidas y todas sus campañas que promueven esos valores de amistad, paz, unidad, etc., pero que mira para otro lado cuando realmente aparecen los problemas. Todos tienen amnesia cuando se trata de asumir responsabilidades en uno de los territorios más calientes y conflictivos del planeta, y nadie en las altas esferas quiere hacerse cargo de la verdadera razón por la que Israel multiplicó su territorio y acabó encerrando en un enorme campo de concentración, que es lo que es Gaza, a dos millones de personas.
Resolver esto sin enmendar el pecado original parece ciertamente imposible, pero la comunidad internacional no está por la labor
El ataque de Hamás es el más duro desde hace cincuenta años, los mismos que llevaba Israel sin combatir dentro de “su” territorio. Las cifras de muertos, heridos y secuestrados crecieron rápidamente, aunque en poco más de 12 horas Israel ya había recuperado el control total de la situación. Por supuesto, la opinión pública y la información falsa juega un rol en este momento. El Estado de Guerra ya había sido declarado desde el primer momento, algo que parece ser el asunto de fondo, aunque no haya un Estado al que confrontar, sino los restos de un territorio ocupado.
Posiblemente Hamás ha cometido un error de cálculo, o tal vez la acción pretendía exactamente esto: desatar la ofensiva final de Israel y acabar así con el sufrimiento de tantas y tantas familias encerradas en el gueto.
Hay diferentes asuntos planeando en el contexto que tienen que ver con el ataque: no era el mejor momento político para el primer ministro Benjamín Netanyahu que había recuperado el poder apoyado esta vez por una coalición aún más a la extrema derecha que él y que llevaba tiempo jugando con fuego, lo que había provocado una reacción popular interna contra ese gobierno que ahora, por la crudeza del ataque, volverá a silenciarse.
El otro asunto clave era el inminente acuerdo de seguridad que a instancias de Estados Unidos estaban por firmar Israel y Arabia Saudí (como ya se firmó con los Emiratos riquísimos del Golfo), lo que suponía un éxito geopolítico sin precedentes para los intereses norteamericanos y que no gustaba nada ni en Irán, ni en Rusia ni en China. Obviamente el acuerdo ya no se firmará porque Israel bombardeará palmo a palmo a “hermanos musulmanes” del gobierno saudí, que no son Hamás, pero que son quienes finalmente van a pagar por este movimiento de ajedrez seguramente alentado desde muy lejos.
Posiblemente la comunidad internacional, por la gravedad de la incursión de Hamás, tardará semanas en pedir contención a Israel para que modere sus ataques, que ahora se consideran legítima defensa, para entonces veremos si queda alguien vivo en Gaza.
Lo cierto es que Hamás cree en una teocracia extendida en toda la región y no tiene nada que negociar sobre las fronteras del Estado Nación ni ninguna otra solución política, y lo cierto es también que Israel no puede aspirar a tener estabilidad mientras tenga a dos millones de presos a cielo abierto, sin derechos humanos y sin ninguna expectativa de progreso.
Resolver esto sin enmendar el pecado original parece ciertamente imposible, pero la comunidad internacional debe darse los modos para que, al menos, deje de morir gente.