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Las catástrofes no tan naturales del norte de África

Un terremoto es más o menos impredecible; la ruptura de dos presas no tanto, pero al final nadie quiere asumir responsabilidades de más

Hace tres semanas la tragedia sacudió el norte de África a dos países que comparten mucho, pero también tienen muchas diferencias.

En Marruecos fallecieron unas 3.000 personas en un terremoto extraordinario para la zona que derribó multitud de infraestructuras en el interior del país, donde la pobreza es mayor.

En Libia fallecieron muchos más de 10.000 arrasados por la riada que desató la rotura de dos represas sobre la ciudad de Derna, en el oeste del país. Un 25% de la ciudad arrasada como consecuencia del ciclón Daniel, en una tragedia que llevaba años gestándose como consecuencia del abandono de las infraestructuras después del derrocamiento de Gadafi.

Marruecos es básicamente una dictadura monárquica parlamentaria. Es decir, el Rey de Marruecos, que es además la autoridad espiritual, tiene todo el poder ejecutivo pero se ha revestido de una suerte de parlamento que ejerce como asesores de la corte.

Libia es un estado destruido en guerra civil desde 2011, cuando la turba soflamada por la llamada “primavera árabe” derrocó y asesinó a Muamar Gadafi, quien había sido el único que había logrado a su manera mantener la unidad del país.

Marruecos no tiene grandes inversiones petroleras salvo el gas usurpado a los saharauis y sus caladeros de pesca. Libia sí, y mucho.

Marruecos tiene una posición geoestratégica clave en el Estrecho de Gibraltar que le ha acercado a Estados Unidos, que no ha dudado en inundar de dólares al régimen en forma de bases militares hasta el punto de hacer enojar al panarabismo, mientras que de la Unión Europea recibe multitud de beneficios a cambio de controlar la migración a cualquier precio, lo que incluye deportaciones ilegales, torturas, actuaciones de alto riesgo y demás en nombre de la UE de los Derechos Humanos que, en este caso, mira para otro lado. Libia tiene petróleo y gas a borbotones.

Libia no es hoy por hoy ni país. Los supuestos ganadores de la contienda que en realidad se apoderaron de Trípoli bajo el auspicio de la UE y sus bombardeos aéreos, apenas administran lo que dejan los campos petroleros de la región, tomados por las compañías extranjeras – sobre todo la Total francesa – resguardados fundamentalmente por mercenarios. La tragedia fue al otro lado, una región separatista de siempre que mantiene una guerra de baja intensidad y ninguna intención institucional.

Ambas tragedias han pasado prácticamente al olvido a la velocidad del rayo. Al rey de Marruecos no le interesa para nada mostrarse vulnerable y en Libia, simplemente, no hay quien pueda reclamar. En ambos lugares será la población civil quien con su esfuerzo acabe reordenando su vida… o buscando una nueva alternativa para ello ejerciendo su derecho humano a migrar.

Lo evidente en estos casos es todas las catástrofes naturales tienen consecuencias, pero las condiciones previas, determinadas por las circunstancias políticas y sociales, acaban casi siempre determinando la magnitud de la misma.


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