Recuperar el tiempo en la educación

Bolivia necesita una revolución educativa que anteponga el crecimiento de los alumnos en todas sus capacidades y sobre todo, un entorno digital donde poner el pie

El fin de curso escolar está ya a la vuelta de la esquina y, como es costumbre, esta recta final se encara desde los atribulados festejos que acompañan la entrega del bono Juancito Pinto y no desde una evaluación profunda del sistema escolar y sus logros y penurias, que son muchas.

Probablemente es en el sistema educativo donde Bolivia está perdiendo más opciones de crecer y ser competitivo en el futuro. Casi ninguno de los desafíos que se han ido poniendo por delante en los últimos quince años han sido abordados con franqueza y lo que es peor, nadie considera que una reforma educativa sea una prioridad que abordar.

La relación entre menor educación y peor desarrollo socioeconómico está sobradamente probada en las economías occidentales.

Este año debía ser el año para trabajar duro para tratar de recuperar el tiempo perdido durante la pandemia, pero nada más lejos de la realidad. El año empezó con la presentación de una nueva currícula que puso en pie de guerra a algunos maestros poco proclives a cualquier cambio que exija esfuerzos o renovación y también a muchas organizaciones conservadoras que no dudaron en presentar batalla. El resultado de aquella lucha, además de provocar la pérdida de muchas horas de clase, ha sido el de tener una currícula deforme y prácticamente a la carta, donde cada colegio hace lo que buenamente puede.

La currícula pretendía acelerar algunos asuntos tecnológicos y de comprensión, además de introducir otros asuntos cívicos como la educación sexual en un país líder en feminicidios y en embarazo adolescente, pero también hay que reconocer que hay un problema estructural de fondo que no se puede abordar y que tiene que ver con la precariedad del sistema.

Es verdad también que no se puede decir que en 15 años no se ha hecho nada por la educación. A lo largo y ancho del país se han adecentado centenares de escuelas y, sobre todo, los maestros han mejorado mucho sus condiciones laborales, empezando por el salario. Después, la Ley Avelino Siñani se quedó sustancialmente corta y sustancialmente encerrada en los asuntos políticos del momento, como la identidad y lo originario, muy por encima de la verdadera lucha del momento que es la igualdad de oportunidades.

Si ya estábamos mal, la pandemia nos ha convertido en los últimos de la fila. Bolivia fue el primer país en cerrar sus clases presenciales y el último en abrirlas mientras se aplicaba un precarísimo sistema virtual que básicamente no sirvió para nadie y solo algunos colegios particulares lograron avanzar al unísono. Esto no se borra ni con el paso de los años, pues la relación entre menor educación y peor desarrollo socioeconómico está sobradamente probada en las economías occidentales.

Bolivia necesita una revolución educativa de primer orden, que anteponga el crecimiento de los alumnos en todas sus capacidades, que mezcle el crecimiento espiritual con las habilidades técnicas y sobre todo, un entorno digital donde poner el pie. Todo está por hacer y difícilmente se hará sin un gran acuerdo político que lo priorice.

Ojalá en estos tiempos de política polarizada y mediática, alguien tenga clarividencia para encontrarle una salida en la que todos ganemos.

 


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