El gas que no llega

Tarija se queda sin gas luego de que grandes proyectos como Boyuy o Jaguar hayan fracasado mientras YPFB sigue sin asumir la realidad

Ni bien el presidente Luis Arce señaló que habíamos “tocado fondo” en la producción hidrocarburífera del país, sus acólitos dedicados al área salieron azorados a los medios a dar explicaciones tratando de suavizar lo señalado por la primera autoridad del Estado.

Básicamente su argumentación trataba de diferenciarse de lo que hacía el gobierno de Evo Morales, con Luis Alberto Sánchez al frente del Ministerio de Hidrocarburos, culpándolos de la falta de eficiencia. En esas, señalan que de 2014 a 2020 apenas se ejecutaron cuatro proyectos por año mientras que en la actualidad son hasta una decena.

El argumento es falaz, porque meten en el mismo saco proyectos que ya están en ejecución, es decir, perforándose o en obras civiles de camino y planchada, junto a otros que apenas están en estudio o tratando de buscar un adjudicatario. Eso no dista nada de lo que hacía Sánchez, por cierto, el ministro más animoso de toda la era Morales que siempre veía cosas buenas incluso cuando perforaba el pozo más profundo de la tierra para que quedara seco.

Tarija es seguramente el mejor ejemplo del despropósito, sobre todo porque su producción ha caído en picado en apenas una década, donde ha pasado de producir unos 40 millones de metros cúbicos diarios a apenas 16. Con 40, Tarija producía el 70% del hidrocarburo del país, ahora es apenas el 45%, pues aunque el descenso afecte a todos, Incahuasi logra sostener unos 5 millones de metros cúbicos diarios desde 2016 para Santa Cruz y Bolivia.

Reaccionar a la defensiva o con promesas que exigen una buena dosis de fe no es el mejor camino para apuntalar un frente que acumula demasiadas catástrofes

Es verdad que el negocio es complejo, que los proyectos son costosos y que nadie puede garantizar el éxito, pero no hay duda de que hay formas más eficientes que otras y que los aprendizajes deben servir de algo. Las alarmas sonaron hace mucho. En 2015, cuando Tarija trabajaba a toda máquina, ya hacía una década y media que San Alberto y San Antonio – descubiertos por YPFB aunque anotados a transnacionales en la capitalización – ya habían entrado a pleno rendimiento para abastecer el contrato con Brasil y casi una década que lo había hecho Margarita para cubrir el mercado argentino. Y ninguno tuvo nunca reemplazo.

Cada vez que los ministros llegan a Tarija enumeran de corrido proyectos y exploraciones en el departamento, pero olvidan dimensionarlas: abrir el enésimo pozo en San Antonio o recoger unos pocos de pies cúbicos de gas en el proyecto viejo de Los Monos no es comparable a la brutal declinación de San Alberto, forzados además en una época en la que los precios estuvieron soberanamente bajos (2015-2016).

En Tarija ha fracasado Boyuy y el Jaguar X6, que sí tenían ambición de ser reemplazo de los grandes campos, y las expectativas se centran ahora en lo que pase dentro de la reserva de Tariquía, tanto en Astilleros – sacado afuera en la revisión del último plan de manejo – y en San Telmo, proyectos que los tarijeños miran con recelo, pues después de tanta promesa y tanta plata que nunca llega, cuesta sacrificar una reserva fundamental para la vida en el valle central.

El presidente fue claro describiendo la situación, pero sus acólitos no parecen haber entendido el mensaje. Reaccionar a la defensiva o con promesas que exigen una buena dosis de fe no es el mejor camino para apuntalar un frente que acumula demasiadas catástrofes sin asumir nada. Toca revisar la estrategia.


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