Cárceles para todos

Los presos hace tiempo que han tomado el control de los penales y los guardias parecen “acomodarse” a esas normas

Por alguna extraña razón las cárceles bolivianas no mejoran nunca. Son infinitos los informes de instituciones vinculadas a la defensa de los Derechos Humanos, de la Iglesia Católica y de otras organizaciones civiles que piden invertir un mínimo, sin que sin embargo nada se materialice.

A menudo las cárceles bolivianas son noticia por asuntos turbios: ajustes de cuentas, asesinatos, o farras descontroladas acordadas entre algunos reos y algunos guardias. A veces el asunto se vuelve más trágico, con incendios descontrolados u otros hechos. De entre ellos se recuerda lo sucedido en Palmasola en 2018 donde hubo una treintena de muertos, algunos calcinados, algunos acuchillados: lo cierto es que nunca se aclaró lo realmente sucedido en el penal más sobrepoblado y peligroso del país.

Después de aquella tragedia se tomaron algunas medidas más cosméticas que de fondo. Algunos penales hicieron celdas de “máxima seguridad”, como la de Morros Blancos en Tarija, que no tardó en convertirse en otro escenario de negocios turbios con mujeres, drogas y música todo convenientemente acordado con los mandamases.

Esta realidad es prácticamente común a todo el país: los presos hace tiempo que han tomado el control de los penales y los guardias parecen acomodarse a esas normas previo pago de cantidades estipuladas. Si alguna vez hay problemas, se filtran y el director del penal o similar acaba siendo cesado y destinado a otro lugar – eso es lo que realmente pasa -, mientras los casos nunca se aclaran del todo.

Es la corrupción y es la supervivencia, en ocasiones es el sistema mismo. Cada año se anuncian amnistías e indultos masivos bajo ciertas condiciones que, al final, casi nadie cumple si se dejan fuera los delitos de sangre y los delitos sexuales por aquello de que no suele haber ni arrepentimiento ni rehabilitación.

La otra gran causa del fiasco es que hace falta tener sentencia firme, y eso en Bolivia es toda una odisea: cualquier delincuente de guante más o menos blanco tiene recursos para lograr que cualquier abogado chicanee hasta el infinito, con la venia, claro, de fiscales y tribunales, y eso que no estamos diciendo aquí que ninguno de ellos saque mordidas de estas situaciones, aunque se ha evidenciado que muchos delincuentes graves lograron salir con chicanas y certificados de salud. Incluso feminicidas.

Sobre las condiciones en las que deben vivir los presos suelen aparecer dos visiones contrapuestas: los que defienden que no hay que darles ningún tipo de comodidad y que deben ganarse su comida y los que creen en la reinserción y por ende, es necesario que los Estados traten a sus ovejas negras como seres humanos dándoles la dignidad suficiente para avanzar en su arrepentimiento y recuperación social.

Independientemente de ello, en Bolivia, dada la naturaleza de la justicia que vivimos, es legítimo que todos se preocupen por cómo vivirán los presos allí y no confiar en la suerte de cada uno.


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