La dignidad perdida en el legislativo

Los órganos legislativos deben reivindicarse, recuperar su importancia, rebelarse ante la tiranía de los ejecutivos, evidenciarse útiles y así, plantarse delante de la ciudadanía para recordar que la soberanía popular reside en ellos

Mañana acaba el receso legislativo. O tal vez no, pues también arranca el mes de la Patria y en nada, los fastos del 6 de Agosto con sus desplazamientos y sus sesiones de Honor, con lo que la agenda, a pesar de lo mucho que aguarda, puede quedar de nuevo vacía.

El bloqueo es un tanto paradigmático. El Movimiento Al Socialismo (MAS) tenía una mayoría amplia como para enfrentar la legislatura con toda la comodidad, pero el hostigamiento de Evo Morales al gobierno - reactivada en los últimos días pese a la tregua anunciada – no solo ha obligado a dejar de lado algunas reformas más ambiciosas, sino que apenas se están logrando desbloquear asuntos elementales como la viabilización de créditos multilaterales básicos para el día a día o la aprobación de contratos petroleros que son un mero trámite cuando llegan al hemiciclo.

Una Asamblea dividida y con corrientes más marcadas es precisamente la que permite ejercer la política en su máxima expresión; utilizar el diálogo y el debate y la negociación para mejorar

El papel del legislativo en un régimen presidencialista con tan amplios poderes otorgados al ejecutivo siempre ha estado subordinado. Ni siquiera se consideraba como uno de los poderes cooptados por el poder, porque efectivamente así lo era al compartir mayoría amplísima del partido del presidente, pero ya en la gestión de Jeanine Áñez y en la actual se vienen dando muestras de que sí es posible practicar algo más de política de altura y no solo enfundarse en el supuesto traje de fiscalizador para atosigar a las autoridades regionales o en el aún más vergonzoso papel de levantamanos que ha tirado por los suelos el poco prestigio del oficio.

Tal vez no todos esperaran demasiado de Luis Arce y su gobierno, pero en algunos foros se confiaba en que su formación tecnocrática y su perfil academicista sirviera para enfrentar algunas de las reformas urgentes que necesita el país y que deben pasar por el órgano legislativo. Que su experiencia en el Ministerio durante el periodo de mayor bonanza del país le serviría para proponer cambios de fondo y desarrollo constitucionales específicos que ayudaran a reconfigurar el país desde la visión socialista: Reforma fiscal, reforma judicial, reforma educativa, etc. Que su propia naturaleza transitiva después de uno de los periodos más convulsos de la historia del país sirviera para hacer los cambios que nadie se atrevía a hacer por puro electoralismo… pero por el momento, nada.

Aún así, nadie debería tirar la toalla. Una Asamblea dividida y con corrientes más marcadas es precisamente la que permite ejercer la política en su máxima expresión; utilizar el diálogo y el debate y la negociación para enriquecer los proyectos de ley y las reformas y que estas salgan seguramente menos ambiciosas, pero sí más sólidas y consensuadas. Eso es la política… aunque en Bolivia solo sea tildado de ingenuidad.

Los órganos legislativos deben reivindicarse, recuperar su importancia, rebelarse ante la tiranía de los ejecutivos, evidenciarse útiles y así, plantarse delante de la ciudadanía para recordar que la soberanía popular reside en ellos y no en el presidente de turno, porque algún día, sí, tendremos un presidente que sumó apenas 35% en primera vuelta e igualmente tendrá que gobernar.

En el mes de la Patria, reivindiquemos el papel de los legislativos y de la política, es la única forma de frenar los afanes caudillistas que, por extrañas razones, pero también por obsoletas tradiciones, se siguen exhibiendo a estas alturas del siglo XXI.

 


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