Contra la violencia

No es tiempo de buscar empates ni de jugar la baza habitual en la política nacional de culpar a “infiltrados”, la política prebendal empuja a la destrucción

La violencia política está ahí. El fenómeno se ha desbordado esta semana pasada y no conviene entrar en matizaciones al respecto de lo sucedido: afines al alcalde de Cochabamba apalearon a una concejal que entorpecía sus planes y lo propio en Santa Cruz con una asambleísta, también de oposición.

No es tiempo de buscar empates ni de jugar la baza más habitual en la política boliviana para estos asuntos: infiltrados buscando desestabilizar. La realidad indica que hay un cierto sector social dispuesto a cualquier cosa por dar la razón a sus “jefes” políticos, y en esto sí se puede ampliar el radio a otros escenarios de “desbloqueo” incluso en Tarija o lo sucedido en Santa Cruz durante la movilización del censo – en que se quemó una sede campesina con gente dentro –, pero también se organizaron decenas de marchas con palos y otros objetos contundentes con gente dispuesta a ir al choque.

No hay duda que la miseria y la impotencia es la que genera una mayor cantidad de kamikazes al servicio del político de turno

Es verdad que el fenómeno no es nuevo: siempre hubo grupos de choque y siempre hubo ciertos escenarios entregados a la violencia, pero es verdad que por lo general se circunscribía más a las campañas electorales. Los expertos en estos temas de la violencia social advierten que el fenómeno se ha popularizado, como todo, y con unos fines comerciales mucho más mundanos. Gente dispuesta a todo por nada o casi nada.

Hay algunos factores que están acentuando esto. El principal: la política se vive hoy como un escenario electoral permanente donde apenas hay margen para hacer gestión, esto promueve la conformación de cuasi barras ligadas a un líder que ejerce de caudillo. Todos los miembros necesitan algo que el líder administra como si fuera suyo: promete obras, trabajos, priorizaciones de inversión y toda esa lista de prebendas que se negocian en las casas de campaña y que maduran en la gestión, justamente cuando alguien exige cobrar y no existen las condiciones para ello.

En ese caso, el resultado es el abandono del líder, bien en silencio o bien con harto revuelo para que al menos la gente se entere de que es un estafador – aunque probablemente todos ya lo sabían -, o bien la proyección de la frustración hacia otro grupo, normalmente los opositores, pero también pueden toparse con reminiscencias racistas, clasistas o de cualquier otro color que venga a disponer la dicotomía nosotros/ellos.

La cuestión es que nadie pone la mano en el fuego por nada y nadie se atreve a hacer un cálculo certero de hasta dónde llevará esa situación. La violencia solo engendra más violencia y la erradicación en un país con numeras necesidades, con demasiada gente sin poder cubrir ni de forma remota sus necesidades básicas y con el trabajo dependiendo casi siempre de políticos o poderosos empresarios, la violencia parece ser un instrumento de regulación social.

Ahora es urgente ser intolerante con la proliferación de estos grupos empleando toda la fuerza policial en su represión, pero evidentemente hay que corregir los problemas estructurales a largo plazo. No hay duda que la miseria y la impotencia es la que genera una mayor cantidad de kamikazes.

El camino es de riesgo.


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