La partida de la Iglesia Católica

El escándalo de los abusos sexuales ha puesto bajo el foco a una organización cuyos dirigentes viven anclados en el siglo XX de la injerencia y el control popular. Toca aclarar prioridades

La Iglesia vuelve hoy al foco mediático, aunque hoy por uno de esos acontecimientos ordinarios como el Corpus Christi, un feriado de esos incluido en el calendario sin que nadie se pregunte demasiado porqué lo está, más ahora que la feligresía está en retroceso. El evento copa la agenda no solo por el feriado, pues es verdad que hay arraigo cultural, al menos en Tarija, sin embargo, el escándalo de la pederastia encubierta es demasiado reciente y los creyentes siguen mirando a sus jerarcas a la espera de señales.

Era una cuestión de tiempo que las denuncias de abuso sexual aparecieran en Bolivia. Nunca faltaron, pero la fuerza imprimida por la publicación internacional del escándalo ha hecho que tiemblen los cimientos. Bolivia es de hecho uno de los últimos países en sumarse a esa lista de la vergüenza, y por ello mismo puede resultar uno donde los episodios sean más cruentos: un pedófilo reconocido mantenido al frente de la residencia del colegio de los niños más humildes; sacerdotes que se daban el lujo de grabar a sus víctimas con todo tipo de gestos lascivos; curas estableciendo relaciones de forma pública en territorio indígena, condenados en España destinados a “rehabilitarse” en este país tan necesitado y tan devoto…

La Iglesia boliviana probablemente lo ha hecho todo mal, pero no de forma diferente a como lo han hecho los demás en los otros países. Durante décadas la Iglesia decidió mirar hacia otro lado y ocultar lo que sucedía en sus seminarios, sacristías, colegios mayores, etc. Considerarlo un pecado y aplicar erróneamente la doctrina católica del perdón ha sido un error, pues difícilmente se pueden superar etapas sin arrepentimientos sinceros y consecuencias reales, pero el modus operandi ha estado demasiado extendido: el propio papa Benedicto XVI ha estado en el disparadero por la gestión de los casos de abuso sexual en sus diócesis alemanas.

Afortunadamente, la doctrina del papa Francisco en este tiempo ha sido inequívoca: toda denuncia debe ser tratada como tal en la justicia civil y apegarse a lo que ella determine. No era difícil llegar a esa conclusión. La Iglesia boliviana y las órdenes involucradas se volvieron a equivocar al considerar que eran temas del pasado, enterrados junto a la mayoría de sus protagonistas, y que no valía la pena mover un dedo, porque hoy por hoy, todo se sabe.

Dicho esto, a la Iglesia no le queda otra que volver a empezar una y otra vez como tantas veces a lo largo de su historia porque sigue siendo una entidad necesaria incluso en un Estado laico como el nuestro siempre que se sepan reconocer los límites. La Iglesia en Bolivia, como en el resto del mundo, debe volver a la esencia de su mensaje y extenderlo en una sociedad cada vez más individualista y egoísta, con ciudadanos cada vez más perdidos que buscan respuestas sólidas y lugares donde aferrarse: La fe y la religión suelen ser precisamente esos pilares, también en este siglo XXI de la tecnología y el entretenimiento líquido.

El sacudón a las entrañas de la organización eclesial puede leerse de varias formas, pero al final, solo importa lo que la Iglesia haga con ello y lo que sus fieles toleren. En demasiadas ocasiones se evidencia que la jerarquía eclesial en Bolivia vive todavía en clave del siglo XX, emitiendo juicios políticos e interviniendo en la vida social desde los púlpitos amparados en esa presunta inmaculada presencia que ha quedado seriamente golpeada con el escándalo.

Ojalá el periodo de reflexión abierto le sirva y vaya más allá de un mea culpa vacío. La Iglesia tiene un rol importante en la sociedad, a veces olvidado por sus propios dirigentes. Toca deshacerse de todas las taras y volver a renacer. A poder ser, más fuertes y más auténticos.

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