Las vías de la subvención
Reducir la subvención a los combustibles es una necesidad que exige un compromiso social y político para tomar las medidas necesarias sin causar caos social
La estabilidad del país se construye sobre la estabilidad de precios, y estos solo se mantienen con la subvención a los hidrocarburos. Evidentemente esto tiene su impacto en las cuentas públicas, pues como cada vez hay más vehículos en el país y más actividad económica que exige desplazamientos, el consumo es mayor y por ende, también los recursos destinados a tal fin.
Todos los gobiernos intentan reducir el costo de la subvención con diferentes medidas. Por ejemplo, tratando de controlar el contrabando de combustible hacia otros países, fomentando el GNV o autorizando mayores mezclas de etanol en la gasolina, también tratando de limitar los cupos para el uso agrícola etc., pero lo cierto es que no acaba de controlarse el tema.
La pregunta de fondo siempre es la misma. ¿Es sostenible mantener la subvención? Los analistas más liberales insisten en que hay que levantar la medida porque es dañina para la economía nacional, porque falsea datos y porque es injusta. Ningún político se atreve a verbalizar lo mismo, menos en campaña electoral. En 2022 el precio del petróleo se duplicó y con ello las gasolinas en todo el mundo. Si algo así hubiera sucedido en Bolivia, probablemente hubiéramos asistido a un grosero estallido social.
El problema de la subvención a los hidrocarburos es que no es ni progresiva, ni desincentiva el uso del vehículo privado. Es decir, que pagan lo mismo por un litro de gasolina los que tienen menos que los que tienen más, es decir, que se subvenciona igual el litro de gasolina del campesino que trae su producción al Mercado que el de la vagonetaza que saca el hijito de familia bien a dar vueltas a la plaza para hacerse ver, y eso es un problema, pero también es seguro que tomar una medida sobre quién puede y quién no beneficiarse de esta subvención traería otro tipo de problemas en el país, así que el café para todos parece ser la solución menos mala, cuando seguramente no lo es.
Mientras se sigue con las dudas sobre las refinerías, es necesario que se tomen medidas de largo aliento y alto impacto sobre los rubros que mayor cantidad de combustible consumen, particularmente la agroindustria y los servicios de transporte de pasajeros en los centros urbanos.
Estos últimos son los que además requieren de un cambio de mentalidad global: el taxi es tan barato gracias a la subvención y a la liberalización del sector y hay tantos y tantos micros o taxi trufis cubriendo cualquier cantidad de rutas y a todas horas que hace inviable pensar en cualquier servicio de transporte de alta capacidad que reduzca el número de unidades dedicados al rubro, pero es que ni siquiera somos capaces de incentivar como se debe el uso de las bicicletas como transporte urbano.
Reducir el costo de la subvención es una necesidad, discutir las vías para evitar un colapso social exige un diálogo profundo y probablemente, un Pacto de Estado donde todos actúen con lealtad y pensando primero en la gente.