Cumplir con la planta de tratamiento de aguas residuales
Ninguna de las partes involucradas debería tratar de sacar rédito político de un proyecto que es una deuda histórica
Es inaudito que con el siglo XXI plenamente consolidado, la ciudad de Tarija siga sin poder resolver el tratamiento de las aguas residuales. Se trata de una ciudad de casi 300.000 ciudadanos con una orografía dócil y por la que han pasado muchos millones de dólares en los tiempos de la bonanza, y aún así, todos los antecesores han sido incapaces de resolver uno de los problemas que debería ser el primero en resolverse y servir de base para ordenar la ciudad.
Posiblemente no valga la pena mirar el pasado, pero lo cierto es que tampoco se puede olvidar. La ciudad ha crecido desparramada ante la pasividad infame de los sucesivos Concejos Municipales desde hace décadas. Ese debe ser el contexto que ponga el marco para la actual operación que se pretende: no hay margen para zancadillas políticas y tampoco para buscar réditos. El tema está agotado.
Por primera en varios años, las tres instancias elementales están de acuerdo. El Gobierno Municipal ha dispuesto una serie de terrenos saneados y útiles que cumplen con los requisitos de ingeniería para construir la Planta de Tratamiento de Aguas Residuales. El Gobierno Nacional parece estar dispuesto a erogar los recursos necesarios para el proyecto después de tantos años de promesas y el Gobierno Departamental parece estar dispuesto a cooperar, pues ciertamente en el asunto no tiene las competencias, pero tal vez si el tino político para evitar que el proyecto descarrile.
En estas condiciones, es imprescindible que las tres partes reflexionen y aporten lo mejor de sí. La planta de Tratamiento de Aguas Residuales no es un proyecto que entusiasme o que vaya a traer votos por una sencilla razón: hace tres décadas que debió estar resuelto, y aún no lo está.
El problema de las aguas residuales de Tarija es mayúsculo, pues amenaza a los principales pilares de la vida. El barrio San Luis, que durante décadas ha soportado los olores de unas lagunas de oxidación sobre utilizadas y desbordadas cada vez empieza a mostrar perfiles epidemiológicos de preocupación: no es olor, sino salud pública. Además, es evidente que el colapso de esas lagunas conlleva el silenciamiento de su impacto sobre el que se supone es el principal sector industrial de Tarija: el del vino.
Esta vez no se puede dudar, es imprescindible que todos cooperen en la instalación definitiva de la solución, que se socialicen sus formas para evitar rechazos ciudadanos y que se logre neutralizar cualquier operación de derribo operada por sectores que siempre prefieren que todo se detenga y que Tarija no avance.
Formalizar el pacto por la planta puede ser difícil a nivel político y por eso es preciso que participe la sociedad civil en forma de juntas vecinales, ONG o incluso la Universidad, de forma que se garantice la neutralidad y viabilidad de la planta.
Se acabaron los debates. Es tiempo de cumplir con la planta.