Bolivia y lo que quedó de la Covid

Los protocolos de emergencia sin estar claros y el sistema de salud, que dio tantas muestras de incapacidad, sigue sin estar ordenado. La salud es más que hospitales y respiradores caros

La gestión de la pandemia en Bolivia sigue siendo uno de los grandes misterios del país, pues hasta la fecha nadie ha rendido cuentas de manera global ni sabemos si ha servido para fortalecer las capacidades del país ante cualquier eventualidad que se avecine.

A la fecha, ni siquiera están claros los decesos que produjo el covid-19 en el país, que son muchos más de los que reporta periódicamente el Ministerio de Salud, pues los registros administrativos del Sereci evidencian picos por encima del 30% respecto al promedio de los 10 años anteriores.

Bolivia fue de los últimos países en recuperar la normalidad en las escuelas a pesar de que los datos de impacto en la infancia, prácticamente nulos, no dejaban mucho lugar a la interpretación

El oportunismo político contaminó desde el principio la respuesta a la pandemia, más incluso que las supersticiones y miedos que dejaron muy mal parado al sistema de salud en los primeros compases de la enfermedad, cuando no se sabía nada y se trataba a los enfermos como apestados tratando de impedir el acceso a los hospitales.

A Bolivia llegó en un momento muy delicado, con un gobierno transitorio sin legitimidad queriendo participar de una elección compleja. El gobierno de Jeanine Áñez optó por extremar incluso las medidas recomendadas por la Organización Mundial de la Salud, suspendió de inmediato las labores escolares después de decir que no lo haría; planteó una cuarentena férrea cuando apenas había 30 casos confirmados en el país, a finales de marzo y empezó a prometer camas de terapia intensiva, alardear de hospitales e incluso de vacunas cuando apenas había alguna posibilidad experimental.

La cultura popular incorporó rápidamente el barbijo, que la OMS negaba primero y aceptó después, mientras que el grupo de expertos encabezado por el famoso Mostajo seguía resistiéndose a popularizar los test rápidos de diagnóstico, mientras se enfrascaban en la compra de “respiradores” o cualquier cosa similar.

Es verdad que el caos fue absoluto en todo el mundo, pero las decisiones tomadas en el país nunca parecieron ser coherentes: en mayo, cuando la pandemia había pasado de 30 a 10.000 casos confirmados en apenas un mes, se levantó a cuarentena mientras que nunca se logró poner en marcha un sistema de rastreo y aislamientos decente. Los bolsillos de los bolivianos no aguantaban ni un día más de “encapsulamiento” y por ende, todo se dejó a la suerte.

Después vinieron los escándalos de corrupción, los ridículos bonos para todos, las medidas bancarias siempre incompletas, la derrota de Áñez, la victoria de Arce, y las vacunas, otro tiempo no exento de intencionalidad política por parte del ejecutivo cargadísimo de populismo, y poco a poco, la covid, como en el resto del mundo, se fue diluyendo en el imaginario colectivo. Se ha ido sin que se haya ido del todo y sin que nadie quiera referirse a ello, por si acaso.

La falta de reflexión sobre lo sucedido impide saber en qué momento estamos. Bolivia fue de los últimos países en recuperar la normalidad en las escuelas a pesar de que los datos de impacto en la infancia, prácticamente nulos, no dejaban mucho lugar a la interpretación. Aún hoy se sigue exigiendo el barbijo en sitios, sin exigirlo de verdad y sin que nadie sepa a qué atenerse.

Los protocolos siguen sin estar claros y el sistema de salud, con lo público, las cajas y lo privado, que dio tantas muestras de incapacidad, sigue sin estar ordenado al respecto.

esta vez no se trata de recursos, que seguro serán necesarios más adelante, sino de repasar y poner en orden todas las capacidades del país para que la próxima vez que haya una emergencia se sepa responder. Es necesario que el Ministerio de Salud haga su trabajo.


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