El baile policial

Es la Policía quien más debería preocuparse por cómo son percibidos por la población, pero por el momento parece que no les quita el sueño.

Aunque siempre hubo rotación, en los últimos años se ha acelerado sobremanera los cambios entre los cuadros policiales a todos los niveles. En nota de prensa se comunican los cambios de Comandante Nacional, los de las principales reparticiones y los comandantes departamentales, pero en general el baile es permanente.

Tener una alta rotación es una medida de control recomendada por los organismos internacionales y entidades especializadas para evitar precisamente la corrupción. La teoría dice que los policías, cuando llegan a su destino, tardan un tiempito en tomar las riendas con respeto escrupuloso a la Ley y que es después, cuando se acomodan, que se abren ventanas vulnerables a la corrupción.

La remodelación del servicio público de la seguridad ciudadana, que al fin y al cabo eso es lo que hace la Policía, es ineludible

Claro que no siempre es así, pues hay policías que no se corrompen jamás allá donde estén y otros que cuando son trasladados retornan para dar golpes a gran escala, que es de lo que se le acusa al Mayor Castillo de haber hecho en Bermejo.

El permanente cambio de mandos, efectivamente, solo hace que profundizar la desconfianza de la población en la institución verdeolivo, muy golpeada en las valoraciones ciudadanas según las principales encuestas del país y apenas por detrás de la institución judicial, en la que nadie confía ni mucho ni poco.

Es la Policía quien más debería preocuparse por cómo son percibidos por la población, pero por el momento parece que no les quita el sueño. Al contrario, siguen siendo uno de los grandes poderes fácticos del país al margen de la democracia y muy poco ha cambiado en sus dinámicas después de lo vivido en 2019, donde su motín acabó desnivelando la balanza y poniéndola del lado de los que protestaban contra el régimen de Morales.

Con mucha probabilidad, Morales no hubiera acabado en un avión rumbo a México si el ministro de Gobierno, Carlos Romero, en vez de rezar de la mano del comandante Calderón hubiera previsto y desarticulado el motín que dejó desguarecido al gobierno. La cuestión, en cualquier caso, es que el poder policial sigue intacto más allá de haber depurado un puñado de nombres en el escalafón.

La remodelación del servicio público de la seguridad ciudadana, que al fin y al cabo eso es lo que hace la Policía, es ineludible, pero efectivamente ni el presidente Luis Arce ni el ministro Eduardo del Castillo tienen muchas ganas de entrar al fondo de la cuestión a pesar de que en noviembre del 2020 tenían toda la legitimidad para hacerlo.

Urge repasar las competencias y pensar creativamente cómo pueden administrarse, pues es evidente que la actual distribución es insuficiente para que los ciudadanos tengan lo que requieren. El ejemplo del Segip es el que hay que seguir.

Un pueblo que no confía en su Policía es un pueblo perdido, sin referencias morales, sin seguridad física ni jurídica. Es necesario que nos obliguemos a tener una mejor Policía.


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