Atrapados en Facebook
Desde hace un lustro Facebook vive a remolque de lo que inventan otros, pero su hegemonía la hace insalvable, sin que eso suponga una claudicación
Facebook no fue la primera red social, pero sí la que antes se hizo popular a escala mundial. Una innovación que explotó el internet de principios de siglo con una fórmula sencilla: husmear en la vida privada de gente que se conocía en el ámbito público, pues fundamentalmente era un espacio para socializar en privado, unos, y para mostrarse en público, los otros.
La inversión tecnológica fue poderosa y permitió desbancar competidores y quedarse con el nicho de lo personal, mientras que otras aplicaciones se quedaban con otros espacios, como el noticioso (twitter) o el profesional (Linkedin). El tiempo demostró que al final, la red de lo personal ha sido la que ha servido también a los otros ámbitos.
Seguramente la inversión tecnológica de Facebook que permitió desbancar a todos los competidores, tuvo más que ver con esa función encubierta del “Gran Hermano”, del espionaje global aún maquillado en asuntos comerciales y publicitarios, pero las diferentes evidencias de esto no impidieron que siguiera creciendo y se convirtiera en la red hegemónica, incluso cuando el olfato de su fundador, Mark Zuckerberg, empezó a flojear.
Desde hace un lustro Facebook vive a remolque de lo que inventan otros, que bien los compra – como WhatsApp o Instagram – o bien los copia, como las historias de SnapChat o los reels de Tik Tok, o prometiendo una vida encerrada en internet que llama Metaverso y que ya vivimos en la pandemia y que a nadie le seduce demasiado. Y sin embargo, ahí sigue.
El tamaño de Facebook le hace casi intocable. Su hegemonía. La convicción de que llega a todo el mundo – aunque en realidad solo llega a la generación económicamente más activa – hace que nadie se atreva a salir de ahí y mantenga una cuenta aunque solo sea para mirar qué pasa por ahí.
En Bolivia es la red abrumadoramente más utilizada con más cuentas que ciudadanos, y es también la que más factura: todos los políticos y muchísimas empresas se han convencido de que es más útil subir sus artes y sus mensajes ahí, pagando, en lugar de confrontarlas con periodistas de verdad, a los que la precariedad viene ahogando, pero cuando a alguien se le ocurrió pedirle a la transnacional que pagara en Bolivia los impuestos que correspondía, no faltaron quienes salieron a defenderla.
La dicotomía es grande. Los medios no podemos quedarnos fuera de Facebook y debemos cumplir escrupulosamente sus normas dictatoriales porque ahí es donde campan una multitud de lectores, pero es Facebook y sus estrategias comerciales los que están llevando a la prensa libre e independiente a la inanición sin que nadie se pregunte si algún día vendrá alguien de Facebook a explicar qué fue del padre Garvin o en qué punto de la ruta tal se fue a estrellar el auto cual.
No corren buenos tiempos para la democracia, para la libertad y para la pluralidad, las redes llegaron para polarizar, para quedarnos en la epidermis frágil de lo que sucede, como si lo que sucede, en realidad, no sucediera, o sucediera solo en Facebook. Es hora de replantearse donde estar sin que estar suponga conceder o claudicar.
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