Las armas, la geopolítica y el plan de Sudamérica
La escalada bélica entre Rusia y la OTAN no parece encontrar fin en Ucrania y las potencias se acostumbran a vivir en el conflicto permanente
La Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el 5 de marzo como Día Internacional para Concienciar sobre el Desarme y la No Proliferación de armas, con la finalidad de promover la paz y la seguridad en todas las naciones, siendo uno de los propósitos y principios fundamentales de este organismo internacional, pero este año se le está dando un perfil bajo por evidentes razones, aunque lo aconsejable sería tal vez lo contrario.
La escalada bélica entre Rusia y la OTAN no parece encontrar fin en Ucrania, y dados los intereses declarados de unos y de otros, ni siquiera resulta sencillo establecer cuál es el curso de una guerra donde la apariencia parece importar más que los muertos.
El 24 de febrero se cumplió el primer año de la “operación especial” desatada por el megalómano presidente ruso Vladimir Putin contra la exrepública soviética fundamental en el propio relato del nacionalismo ruso ligado a la Iglesia ortodoxa. Un año también desde que el no menos megalómano Volodimir Zelenski declaró la resistencia y apeló a sus pretendidos socios en la Unión Europea y en la OTAN para acudir en su defensa.
Alguien inventó aquello de que Rusia pretendía una victoria rápida que no logró y por ende, glorificó la resistencia bélica de Ucrania poniendo a las potencias de la OTAN aliadas de Estados Unidos en una situación más o menos incómoda. Zelenski y Joe Biden habían firmado solo unas semanas atrás un acuerdo de cooperación con la OTAN que incluía el despliegue del sistema de misiles “escudo” que el propio tratado que acabó con la Guerra Fría y tumbo la URSS en los 90 prohibía y que Putin había rechazado desde antes de los sucesos de 2014, desencadenados también por el pretendido ingreso en la Unión Europea.
Ni la UE ha abierto las puertas a Ucrania ni la OTAN ha hecho gran cosa más allá de garantizar que la guerra se estanque con un frente indefinido, donde se gasten muchas bombas y a veces avanza uno y a veces el otro a gusto, parece, del propio Putin, que lejos de pretender una guerra rápida disfruta con el Estado de Excepción decretado que le ha permitido limpiarse unos cuantos opositores y ha disparado el precio de sus materias primas.
Y es que el principal impacto de la guerra está siendo económico, con la geoestrategia a su servicio: Estados Unidos ha ampliado su influencia sobre Europa y ha logrado cortar de raíz la dependencia energética de Alemania respecto a Rusia tal como había anunciado hace unos años, y Rusia está consolidando mercados alternativos de la mano de China en todo el arco oriental, incluyendo la India y África.
El escenario está servido para lo que venga, pero desde luego, la diplomacia no parece ser el camino que más está entusiasmando a las grandes potencias hoy por hoy, que empiezan a ver el conflicto permanente como el estado natural inevitable, por lo que cabe preguntarse en este contexto, cuál será el papel que Sudamérica quiere jugar en todo esto.