La postverdad de la plurinacionalidad

Es tiempo de darle la vuelta al enfoque; de entender que en la plurinacionalidad cabemos todos, pero en el centralismo no

En estos tiempos de postverdad en el que todo es objeto de debate “hasta las últimas consecuencias”, la noción de plurinacionalidad no iba a ser menos, sobre todo porque cada cual hace su propia interpretación del mismo y lo liga en mayor o menor medida a la historia reciente del país.

Etimológicamente, la RAE define la plurinacionalidad como “de múltiples naciones”, por lo que considerar un Estado Plurinacional supone reconocer que Bolivia está conformada de múltiples naciones, que de nuevo en el diccionario dice que una nación es: conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo Gobierno, o: conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común.

La Plurinacionalidad parece ser solo una forma de definir un Estado rico y diverso en culturas y sus representaciones, y lo cierto es que el marco que aúna la plurinacionalidad cultural con la identidad política es el más poderoso

En esas, un Estado Plurinacional conformado por múltiples naciones no quiere decir más que eso y contraponerlo a un Estado Federal supone un error, puesto que eso hace referencia a la forma específica de gobierno que comparten las propias nacionalidades reconocidas.

Bolivia es un Estado Plurinacional, pero con forma de república y aspiraciones autonómicas reconocidas en la Constitución. Otra cosa es que se administre mal porque la vocación del gobierno que gobierna desde siempre con esta Constitución salvo el periodo del interinato de Jeanine Áñez, siempre ha sido centralista.

A más, la solución de la autonomía indígena que promovió entre otros el recientemente fallecido Xavier Albó para integrar a las 36 naciones indígenas más descritas que vividas apenas ha supuesto una farsa. Afortunadamente añadiríamos. El propio Evo Morales que se reclama padre del Estado Plurinacional fue el primero en negar la agencia política de esas naciones indígenas cuando de lo que se trataba era de anteponer los intereses generales del Estado, sea en forma de carretera o de campo petrolero, a cualquier apetito individual por muy digitado desde las ONG que hubiera estado.

Desprovista por tanto de los elementos que generan ciudadanos de primera y de segunda y que violentan el interés general, la Plurinacionalidad parece ser solo una forma de definir un Estado rico y diverso en culturas y sus representaciones, y lo cierto es que el marco que aúna la plurinacionalidad cultural con la identidad política es el más poderoso de la contienda. Negar lo plurinacional o reivindicarlo solo como pieza de museo de interés etnográfico implica desconocer las raíces de la nación. Sea pluri o no.

Ahora, convertir la plurinacionalidad en arma arrojadiza, en militancia de un proyecto político sin más al mismo tiempo que la celebración del Día ha dejado de ser una Sesión de Honor para convertirse en un acto privado que deja a la mitad de la expresión del sentir popular fuera implica también un miedo escénico demasiado grande.

Es tiempo de darle la vuelta al enfoque; de entender que en la plurinacionalidad cabemos todos, pero en el centralismo no, y que lo que importa ahora ya no es el apellido o el color de piel – entendiendo que son debates superados, o que deberían serlo -, sino quién gestiona qué y cómo.

La plurinacionalidad no necesita más apóstoles, solo convicciones.


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