La unidad del país

El gobierno es quien debe dar el primer paso en busca de una reconciliación que no se logrará reprimiendo, negando o caricaturizando a los diferentes

Con el 2023 consolidado y los conflictos enquistados, vale la pena hacer una reflexión profunda sobre el desafío a la integridad nacional que en estos días está extendido sobre la mesa de la actualidad.

Va por delante que Santa Cruz tiene todo el derecho del mundo a invocar el derecho internacional a la autodeterminación de los pueblos para definir su futuro, sin embargo, esa invocación no puede ser el resultado de un cabildo, por muy multitudinario que fuera, en el que sin ninguna información previa, los asistentes se limitaron a gritar “sí” a una pregunta formulada por videoconferencia que nadie escuchó.

Dicho esto, es menester también recordar que desde El País apostamos por la autonomía como el mejor modelo de gestión que permite a las unidades territoriales resolver sus problemas de forma rápida y eficiente desde el lugar en el que surgen las necesidades, pero que rechazamos vehementemente cualquier intento de agresión a la unidad soberana del país.

Bolivia es un país inmenso (el 27 del mundo con 1,1 millones de kilómetros cuadrados), pero muy poco poblado (el 81 con un estimado de 12 millones), dos condiciones que ahondan en la riqueza y diversidad del país. En esas, cada región ha tenido siempre su margen de autonomía para tomar pequeñas decisiones, pero por lo general, el país ha sido siempre centralista, es decir, controlado siempre por las élites paceñas que controlan la burocracia estatal.

Esto que se ve tan evidente en las periferias como Tarija o Santa Cruz, donde las cosas hubo que inventarlas para que llegaran porque nunca llegaban, suele caer mal en las capitales. En general esas élites capitalinas que se repiten en todo el mundo están encantadas con serlo y son capaces de mofarse del resto que exige más.

Santa Cruz ha emprendido un camino hacia la secesión, que aunque comparte algunos principios con el iniciado en 2005 con la Media Luna, tiene un objetivo más ambicioso, pero además tiene muchos más instrumentos de lucha a su disposición: el peso demográfico, económico y electoral de la región es aún mucho mayor, pero sobre todo hay un sentimiento de falta de encaje que está haciendo zozobrar a la patria.

En La Paz no quieren ni oír hablar de una secesión y en los círculos de eruditos más aristocráticos se hacen burla. Ahí reside el problema. La negación de una realidad nacional diferente a la del altiplano y la capital solo está generando mayor animadversión.

El gobierno, que tras tantos años está indisolublemente mimetizado con el Estado, es el primer responsable de la división por sus frecuentes alusiones y generalizaciones que acaban generando un sentimiento de agresión que solo necesitaba de un buen populista para levantar monstruos. Es por tanto el gobierno quien debe dar el primer paso en busca de una reconciliación que no se logrará reprimiendo, negando o caricaturizando. Bolivia no es solo una región ni sus regiones son un territorio de expansión. Es cada vez más necesario reconocer y respetar las identidades, buscando elementos que sumen y no que dividan.

Bolivia necesita un reinicio en clave cooperativo, una vuelta a empezar sin rencores ni sentimientos de venganza. Bolivia necesita curarse las heridas y perdonar. Bolivia necesita entenderse y quererse. Mientras tanto, todos debemos ser cuidadosos y respetuosos. La bomba no puede estallar.


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