La vergonzosa huida de Afganistán

En 20 años la operación militar con incidencia permanente en la organización civil no logró ningún resultado en lo económico, ni soberanía alimentaria, ni autosuficiencia energética, ni apenas avances en la vida social de las mujeres

En estos días se cumple un año de la vergonzosa huida de las tropas OTAN de Afganistán, en lo que a todos los efectos fue la victoria del ejército Talibán después de 20 años de ocupación en uno de los países más pobres del planeta. Así, el ejército más poderoso del planeta fue derrotado por otro que no contaba con aviación, blindados ni el más mínimo sentido de la organización táctica.

Claro que el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, quien se limitó a cumplir con los plazos de repliegue, nunca reconoció la derrota. Al contrario, habló de éxito de una misión que a todas luces es un fracaso, dejando en evidencia no solo la derrota sino también la desvergüenza.

Afganistán no es hoy un país mejor que hace 20 años ni mucho menos, porque en ningún momento de la operación lo fue. Afganistán fue el país elegido para articular la venganza que los estadounidenses querían ver después de sufrir el horror en su territorio tras la caída de las Torres Gemelas en 2001. Nadie nunca quiso hacer justicia, y visto el resultado, las consecuencias fueron aún peores.

Algo debería haber enseñado esa guerra, librada bajo las reglas de occidente que no sirvieron para dominar un territorio y ni siquiera para construir un mínimo de confianza

Los talibanes entraron caminando en Kabul por la sencilla razón de contar con el respaldo popular que en algún momento tuvo la operación militar de ocupación, pero que acabó dinamitado entre los abusos, los excesos y la ingente corrupción de los diferentes gobiernos puestos por la misión de intervención y que nunca gozaron de aceptación popular. Al contrario.

La huida de las tropas, con el caos del aeropuerto incluido, generó cierta indignación en muchos círculos, pero en la mayoría lo importante era, esencialmente, pasar página y olvidar cuanto antes. Por eso hubo una serie de reportajes que advertían del deterioro de la calidad de vida de las mujeres y sobre los riesgos de hambruna, que básicamente se quedaron en eso.

En 20 años la operación militar con incidencia permanente en la organización civil no logró ningún resultado en lo económico, ni soberanía alimentaria, ni autosuficiencia energética, ni apenas avances en la vida social de las mujeres; pero sí se ha multiplicado la capacidad de producción de droga y se han “alineado” las capacidades de producción de recursos naturales en la región.

Lo curioso es cómo se ha corrido un tupido velo sobre este asunto a nivel internacional; cómo nadie más se ha vuelto a referir al asunto, ni para bien ni para mal, y cómo los talibanes han pasado a ser una suerte de fantasmas, claro, apoyados por un pueblo que, por lo tanto, merece su padecimiento.

Algo debería haber enseñado esa guerra, librada bajo las reglas de occidente que no sirvieron para dominar un territorio y ni siquiera para construir un mínimo de confianza que respaldara la intervención.  

El mundo sigue en tensión en busca de un nuevo orden. Cada experiencia en esa construcción suma a la reflexión. Los pueblos cuentan más de lo que los gobernantes son capaces de reconocer.

 

 


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