El giro y la integración Sudamericana

Todos son conscientes de la multipolaridad en la que el mundo se ha sumergido, donde ya no hay aliados sino bloques conformados en función de intereses.

El giro político en Sudamérica empieza a ser tan profundo que la cosa parece haberse puesto seria. Tres países históricamente abrazados a la derecha como Chile, Perú y Colombia han tenido drásticos cambios de gobierno que auguran nuevos vientos revolucionarios para el continente a la espera de lo que suceda en Brasil, donde una versión mucho más moderada de Lula da Silva parece estar en condiciones de retornar al poder, y de cómo gestionen su presente países con regímenes aparentemente progresistas pero muy dispares en su ejecución, como Argentina, Venezuela y la propia Bolivia. Y es que no hay dos países iguales, pero hay demasiadas cosas en común como para obviarlas. El desafío de la integración, pesadilla de la OEA, está sobre la mesa.

El último en acceder al poder ha sido Gustavo Petro, un superviviente con más de 30 años de política a las espaldas y el primero que desde la izquierda llega al poder en Colombia. Lo ha logrado mostrando una capacidad de resistencia y estoicismo impecable, pero también moderando mucho su discurso y sus propuestas. Sin duda el Petro de hoy tiene poco que ver con el de los años 90.

Casi todos son herederos de los protagonistas del inicio de siglo, cuando las ideas esbozadas sobre la Patria Grande acabaron atropelladas por Odebrecht y otros excesos de los contubernios transnacionales

Antes llegó Gabriel Boric en Chile, también desde la izquierda real y no desde el sucedáneo de la Concertación, a la que sin embargo se acercó para ganar en segunda vuelta y lograr gobernabilidad. Pasa por ser el presidente más joven de Sudamérica con 36 años, y también por tener la papa más caliente entre las manos por el proceso constituyente.

En Perú ganó por la mínima Pedro Castillo, un sindicalista del Magisterio rural sin experiencia de gestión que resultó ser la única alternativa a lo mismo de siempre y a quien desde el primer día se le viene haciendo la vida imposible. Él mismo se ha vuelto experto en complicarse la vida con decisiones poco ortodoxas, pero sin duda es el reflejo de un Perú asustado por su propia potencialidad de cambio.

Mientras, Alberto Fernández se tambalea en Argentina pese a la ausencia de plan alternativo de una derecha recientemente fracasada y una emergente – Javier Milei y compañía – abonados a la demagogia; Nicolás Maduro ha trascendido todos los límites democráticos en Venezuela justo en el momento en el que su petróleo se volvía imprescindible y Luis Arce ha evidenciado que Bolivia solo se gobierna con las grandes mayorías de tu lado, aunque las luchas internas puedan decapitar a cualquiera.

Casi todos son herederos de los protagonistas del inicio de siglo – cuando no son los mismos, como en el caso de Lula -, cuando las ideas esbozadas sobre la Patria Grande acabaron atropelladas por Odebrecht y otros excesos de los contubernios transnacionales. Todos han leído bien lo sucedido en esa época y conocen los errores. Todos son conscientes de la multipolaridad en la que el mundo se ha sumergido, donde ya no hay aliados sino bloques conformados en función de intereses. Todos saben que los proyectos de integración merecían una nueva oportunidad, pero que sería muy difícil lograrla. Pero ahí está.

Ojalá nadie se despiste ahora.


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