Bolivia y la capacidad de hacer las cosas diferentes

Lo cierto es que el pueblo boliviano no espera demasiado de su gobierno, ni de este ni de ninguno, por mucho que el gobierno se empeñe en querer ser el epicentro de todo; solo que deje hacer

Arranca el mes de agosto; el mes de la Patria, un mes en el que por cierto también empieza el tiempo de descuento del año y donde cada cual se debe ubicar para saber si ha cumplido las expectativas y va por el buen camino o sí, por el contrario, sigue haciendo planes de futuro ya con casi media legislatura ventilada. No es tiempo de especular.

Nadie en ningún lugar del mundo es capaz de augurar qué sucederá en el planeta tierra en los próximos meses. Los más extremistas auguran una guerra de alto calibre en cuanto el gas empiece a faltar en el corazón alemán de Europa; hay quien señala que lo que vendrá será una ola pacifista que entierre velozmente a Ucrania, un país con apenas medio siglo de vida independiente y que no será difícil de olvidar para mantener el status quo. Hay otros que señalan que lo que quedará al margen será precisamente el eje europeo, ahogado por su dependencia energética rusa, y que emergerán de forma definitiva los polos de poder asiáticos, con China, India y Rusia como ejes vertebradores del desarrollo.

 Empieza agosto, el mes de la Patria, el mes para recordar que en algún momento rompimos las cadenas, pensamos diferentes y luchamos por hacer las cosas de otra manera

En medio de toda esta ola está una Sudamérica que no aprende de sus errores, que no logra consolidar sus propias instituciones que le garanticen su emancipación – Cepal, Banco del Sur, etc.,- y sin embargo se mantiene cobijada bajo el poder secante de la Organización de Estados Americanos, patio trasero de Estados Unidos, sin tener opinión, sin articular sus posibilidades, sin sacar partido del desconcierto y sin poder siquiera salvarse a sí misma.

Y en medio de esa indefinición está Bolivia, una isla mediterránea lejos de todo, con su política macroeconómica estable, con el cambio fijo con el dólar, su contrabando campeando por las fronteras, el aparato productivo de verdad agonizante, sus bosques convirtiéndose a toda velocidad en enormes campos de soja y un 80 por ciento de trabajo informal, pero ahí está.

Las informaciones que salen de la Casa Grande del Pueblo hablan de estabilidad garantizada y los informes del FMI y del Banco Mundial también son positivos, pero es evidente que hay preocupación por el incremento de los costos de la subvención a los hidrocarburos  que están dejando prácticamente sin recursos a nadie para hacer nada, pero que a su vez es la clave para contener una inflación que está devorando socialmente a todos los países del entorno y más allá, de Sri Lanka y Panamá a Alemania y Reino Unido.

Lo cierto es que el pueblo boliviano no espera demasiado de su gobierno, ni de este ni de ninguno, por mucho que el gobierno se empeñe en querer ser el epicentro de todo. Lo único que los gobernados quieren es que no se meta demasiado en sus asuntos privados y que deje hacer, liberalismo ortodoxo por otro lado elevado a la potencia andina. Ni Evo ni Arce han modificado en todo este tiempo las principales recetas del liberalismo que articulan y empobrecen el país con el manejo de los fondos de pensiones, la fallida bolsa de valores, los vicios del TGN y el subversivo decreto 181, veinte mil veces enmendado sin que finalmente logre dejar de privilegiar a la empresa extranjera sobre la local, y ahí seguimos.

Empieza agosto, el mes de la Patria, el mes para recordar que en algún momento rompimos las cadenas, pensamos diferentes y luchamos por hacer las cosas de otra manera. Siempre es bueno recordarlo. Siempre es bueno intentarlo.


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