Política populista a la boliviana

Oficialismo y oposición han entrado en batalla de posiciones sobre agravios y amenazas que obvian las necesidades de los ciudadanos, a los que les piden el voto por afinidad emocional

La política populista ha transmutado los roles forzando la personalización de sus actores. Lo normal era acercarse a la población pidiéndole que te contara sus problemas para después, en un arranque de empatía, se entonara aquello de: “vótame y yo te lo resolveré”, después, el que lograba encandilar a la población doliente tenía cinco años para cumplir esas promesas, o al menos una parte, para después volver a la misma gente a decirles: “cumplí” o bien explicar por qué razones no se cumplió  y cuales son los argumentos para volver a pedir la confianza.

En los últimos tiempos, la identificación con los votantes se busca a través de otros mecanismos, como el del dolor: “Vótame, ¿no ves lo que me están haciendo?”, así, la discusión desplaza lo esencial de la política, que es lograr vías para cubrir las necesidades personales o de grupo a través de la gestión de la cosa pública por otros componentes emocionales donde el que solicita la ayuda es el propio político, que se presenta más como el héroe de Hollywood librando una batalla contra quién sabe qué. En los grados más elevados de este populismo, se justifica cualquier medida por muy antidemocrática que parezca con tal de salvar al líder.

En Bolivia prácticamente todos los políticos y partidos se han abonado a esta segunda forma de hacer política, en parte por su funcionalidad en redes sociales, siempre dispuestas a premiar los relatos épicos frente a cualquier análisis racional de contexto y oportunidad, pero en parte también porque eso permite obviar promesas y explicar qué es lo que se pretende hacer con determinados asuntos.

Los hechos de 2019 le han servido al Movimiento Al Socialismo (MAS) para actualizar su discurso que en las formas no es diferente al que le llevó al poder en 2005 abrazado a la realidad de la exclusión popular en Bolivia, pero le ayuda además a personalizar en sus íconos y a difuminar los resultados concretos de sus años de gestión en la amenaza del golpe permanente. Para el MAS ya no importa lo que ha hecho y mucho menos lo que propone hacer, sino lo que alguien le pueda hacer a sus dirigentes.

Curiosamente, la respuesta de la oposición es similar. La petición del voto ya no es por lo que ellos pueden hacer por el votante, sino que la apelación permanente es a una amenaza sobre Bolivia en general y sobre ellos en particular, aun cuando aquellos que realmente padecen los flagelos, como en el caso de Jeanine Áñez, apenas aparece en los discursos de los “supervivientes” cuando la actualidad informativa apremia con sus hitos. Esta práctica se usa también a nivel municipal y departamental, con Luis Fernando Camacho o Manfred Reyes Villa como ejemplo.

Si hay algún momento factible para que esto cambie son precisamente estos momentos de crisis e inseguridades personales y sociales. En el mundo exterior caen tormentas fuertes y en Bolivia se dice que todo está asegurado mientras las primeras gotas empiezan a atravesar el tejado y uno se da cuenta que sigue en casa de sus padres, sobreviviendo con empleos informales, sin nivel de estudios, con un internet de quinta y con pocas opciones de que todo eso cambie. Mientras, los políticos piensan en ellos y en sus problemas.


Más del autor
Tema del día
Tema del día