Las protestas de 2022 y el resultado de la polarización

El mundo se aboca a una recesión que ya difícilmente pare ni la presumible ola pacifista que recorra Europa ni bien llegue el invierno y los alemanes tengan que prender la calefacción

La inflación está disparada en todo el mundo por varias cuestiones elementales. La principal, dicen los expertos, es que no se habían ajustado de nuevo las cadenas de distribución que fueron violentadas durante la pandemia, en el sentido de que los países OCDE abusaron de su posición para evitar el desabastecimiento mientras que en el resto del mundo se frenaba la producción ante la incertidumbre del mercado y las surrealistas cuarentenas. En el sur no todos salieron igual.

Si algo viene enseñando el populismo político de este último tiempo es que a cada problema internacional se le puede sacar rédito político local.

La segunda causa no es la guerra, como se suele reprochar, sino las sanciones interpuestas sobre Rusia por su atroz invasión de Ucrania para reafirmar su soberanía y despejar incógnitas sobre lo que hará ante quien le amenace sus fronteras. Son las sanciones y las amenazas las que han incrementado el precio de los hidrocarburos y también de los productos agrícolas y todo ello ha desbocado el mercado, siempre dispuesto a hacer leña del árbol, caído.

Hay una tercera causa inducida por la ortodoxia: a los banqueros centrales se les ha ocurrido elevar las tasas de interés para luchar contra la inflación como si el problema fuera el exceso de liquidez.

En este contexto, el mundo se aboca a una recesión que ya difícilmente pare ni la presumible ola pacifista que recorra Europa ni bien llegue el invierno y los alemanes tengan que prender la calefacción, que será cuando se pondere de verdad cuan vecinos son de Ucrania y cuánto odio genera el otrora “socio estratégico” Vladimir Putin.

Claro que Europa tiene los mecanismos para resistir una ola de inflación y de destrucción de empleo mediante transferencias directas de recursos con las que el resto del mundo no puede ni soñar, y los problemas ya han empezado.

Hace unas semanas el movimiento indígena puso contra las cuerdas al presidente de Ecuador Guillermo Lasso - sin apoyo popular pero presidente beneficiario de la división de la izquierda – con un pliego petitorio que esencialmente pedía controlar los precios de los hidrocarburos.

Más grave fue la crisis en Sri Lanka, donde presidente y primer ministro salieron por la ventana luego de una multitudinaria movilización popular también relacionada al alza de precios, al desabastecimiento de alimentos y a la prohibición de comprar gasolina entre particulares.

También en Panamá, un país habitualmente tranquilo, se ha levantado la población ante los riesgos económicos y las penurias de abastecimiento que se viven en toda la zona del Caribe y no es extraño que pronto se extienda el conflicto por todo el continente, porque si algo viene enseñando el populismo político de este último tiempo es que a cada problema internacional se le puede sacar rédito político local.

Un mal cálculo de la cantidad de indignación que puede soportar un pueblo en estas condiciones supone que cualquier exceso puede acabar en gobiernos derrumbados y democracias pisoteadas. Está claro cómo sucederá en esta parte del mundo. Veremos las consecuencias generales.

 

 


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