Pandemia, salud mental, suicidios, educación frustrada y esas cosas con las que no hay que jugar
La pandemia, con su aislamiento social, está infligiendo un daño todavía mayor entre aquellos que por alguna razón tienen problemas de este tipo y a los que el Estado nunca les ha dado una solución
En los últimos días hemos asistido a una macabra seguidilla de casos de extrema violencia, en principio atribuidos a suicidios, pero que no pueden ni deben quedarse ahí, porque de alguna forma ponen el foco sobre un problema que está azotando a una generación y que la pandemia ha venido a extremar.
Los tres casos en los que se ha hablado abiertamente de suicidio, aunque la violencia de género pulula en los alrededores, han sido extraordinariamente mediáticos, volviendo a poner sobre el tapete la conveniencia de determinados comportamientos éticos periodísticos.
Una pareja de un conocido programa de televisión, otra que fue a caer del simbólico puente de Las Américas y una niña de solo 14 años que según la policía se colgó de un árbol por asuntos sentimentales, imagínense, abren de nuevo el debate de lo que se debe hacer con este tipo de casos, pero mientras parte de la energía se pierde en esa discusión, nos olvidamos de que el problema existe y está afectando a demasiados jóvenes.
Ahora, que los suicidios no aparezcan en las primeras planas no debe impedir que se trate el tema a profundidad, se detecten los datos alarmantes y se apliquen las medidas correctivas necesarias
No podemos hablar por otros medios, pero en el nuestro hace tiempo que decidimos limitar la información referente a los suicidios a la información policial y alejarla de las portadas y los detalles escabrosos. Otra cosa es que la información policial se limite precisamente a los detalles escabrosos o información incompleta, como aquel caso del muchacho de las zapatillas que en realidad tenía una profunda enfermedad que no puede obviarse.
Es verdad que en términos policiales concluir que es suicidio quita muchos problemas, de repente la investigación se olvida y solo si hay una familia convencida detrás se puede hacer llegar a buen puerto. En cualquier caso, una niña de 14 años que recién empieza a vivir no puede suicidarse por amor. Es algo que no puede pasar.
En los próximos días seguramente alguien perciba aquello del efecto llamada de airear los dramas pasionales – otra de esas expresiones que suelen manejar los verdeolivos – que acaban en suicidios o muertes trágicas, un concepto que efectivamente es real y es uno de los motivos por los que nuestro medio, como la mayoría en habla hispana y anglosajona, no publica suicidios. Ni por todos los likes del mundo.
Ahora, que los suicidios no aparezcan en las primeras planas no debe impedir que se trate el tema a profundidad, se detecten los datos alarmantes y se apliquen las medidas correctivas necesarias. Los suicidios fueron en algún momento una especie de huida snob que no tenía espacio en este país de gente trabajadora y acostumbrada a sobrevivir en la cornisa, pero que sin embargo está afectando a la generación más joven. Necesitamos conocer las estadísticas.
La pandemia, con su aislamiento social, está infligiendo un daño todavía mayor entre aquellos que por alguna razón tienen problemas de este tipo y a los que el Estado nunca les ha dado una solución. Es importante que se hable del tema, porque es importante cuidar la vida, sobre todo la vida viva.