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Bolivia ante un nuevo fracaso educativo

A pesar de la hecatombe que supuso la cancelación del año escolar, se han tomado escasas medidas para que el retorno en 2021 - año en el que además se debía recuperar el año perdido – fuera en condiciones de seguridad para todos

Quedan todavía dos semanas y media para que el curso escolar arranque en Bolivia, un tiempo mínimo visto todo el que se ha perdido desde el año pasado, pero tal vez suficiente para que se sienten las bases sinceras de lo que es el mayor desafío que tenemos como país en estos momentos.

La irregularidad escolar viene desde octubre de 2019 y amenaza con alargarse al menos un semestre más, una situación inédita que para un país empobrecido como el nuestro supone un golpe sustancial a cualquier perspectiva de desarrollo óptimo. De lo que se trata es de recortar con los países vecinos, y sin embargo, el cúmulo de absurdas decisiones y absoluta inacción, lo que está provocando es que la brecha se agrande.

Los recursos “sobrantes” de 2020, como los del desayuno y el transporte escolar, se han convertido en bonos – muchas veces gastados en contrabando – y no han servido para mejorar la bioseguridad

Hoy nadie parece recordar que el año 2020 el Gobierno decidió cancelar el curso escolar y promocionar a todos los estudiantes de todos los niveles al año siguiente. Fuimos uno de los pocos países en todo el mundo de tomar esa determinación y, edulcorada de cualquier manera, lo que ha supuesto es un retraso educativo a todos los niveles: en los cursos más bajos tendremos niños que escribirán peor porque no han desarrollado convenientemente su motricidad fina, y en los altos, estudiantes que han obviado reglas ortográficas, gramaticales, sumas, restas y derivadas.

Curiosa y vergonzosamente, se organizaron fastuosas fiestas de promoción y graduación, acabando de romper cualquier hábito de esfuerzo y dedicación, más allá de los efectos que tuvo en la pandemia y su rebrote. Nadie sabía qué se festejaba, pero se festejaba.

A pesar de la hecatombe que supuso la cancelación del año escolar anunciado en agosto, se han tomado escasas medidas para que el retorno en 2021 - año en el que además se debía recuperar el año perdido – fuera en condiciones de seguridad para todos, estudiantes y profesores y se pudiera normalizar el aprendizaje.

Sin embargo, los recursos “sobrantes” de 2020, como los del desayuno y el transporte escolar, se han convertido en bonos – muchas veces gastados en contrabando – y no han servido para, por ejemplo, mejorar las infraestructuras y garantizar más baños, más espacio y más distancia social.

De la misma manera, tampoco se ha invertido el tiempo en crear una gran plataforma educativa que permitiera compatibilizar la educación presencial o a distancia en función del reporte epidemiológico, y mucho menos se ha pensado en cómo resolver los problemas de brecha digital, tanto de acceso a internet como a equipos y el conocimiento necesario para su manejo.

La incidencia del Covid entre los menores de edad es estadísticamente mucho menor, se contagian menos y sus efectos son más leves, aunque sí están muy relacionados con el transporte. La vocación ultraproteccionista boliviana parece hacer inviable el retorno de los niños a las aulas con condiciones básicas de bioseguridad, pero la negligencia de los responsables parece encaminarnos a un nuevo año perdido. La voluntad de dejar las decisiones a los directores de escuela es surrealista.

Sin aprendizaje significativo ni en conceptos ni en procedimientos y ni siquiera en valores. Las consecuencias de esto pueden ser insalvables para todos. Bolivia necesita más y mejor educación y no deben caber excusas para implementarla como sea.


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