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Regalar tarijeño

Es prescriptivo que los tarijeños apoyemos a la poca industria local que se ha podido desarrollar, desde las ladrilleras y cerámicas hasta la industria vitivinícola, pasando por los derivados agrícolas y gastronómicos

Acabamos un año radicalmente distinto a casi todos los vividos, al menos a los contados a lo largo de 30 años desde este diario. Un año distinto, no por los vaivenes de la política a los que estamos más o menos acostumbrados en Bolivia, sino por la amenaza del Covid-19, que nos obligó a encerrarnos en casa y a cambiar casi todos los hábitos de vida a los que nos habíamos acostumbrado.

El cambio radical de costumbres y pautas de consumo arruinó a millones de empresas en todo el mundo, y también en Bolivia y en Tarija, tantas veces desconectada de lo que pasaba en el contexto internacional. La gente dejó de salir y de gastar y se destruyeron miles de empleos formales y millones de informales, que no llegaban ni al término de subempleo. La destrucción de empleo se convierte casi siempre en una espiral destructiva de grandes dimensiones, cada vez más y más, pero además, la incertidumbre acaba frenando la inversión a corto y mediano plazo, pues pocos son los que se aventuran en nuevos negocios o en ampliaciones de casas o renovaciones de autos si no está claro por donde llegarán los recursos.

Mantener los recursos en el territorio, hacerlos circular entre vecinos, amigos y emprendimientos locales es una buena manera de enfrentar la crisis económica en la que nos sumergimos.

Tarija llega viviendo en crisis desde finales de 2014, cuando el barril de petróleo empezó su declive de precios, lo que no le importó demasiado a los gobernantes de entonces, que no dudaron en firmar contratos y licitar nuevas obras a toda velocidad “por si acaso”.

El barril de petróleo se acabó estrellando contra el piso a principios de 2016 y Tarija quedó embargada por multitud de obras entrampadas tanto de la gestión de Lino Condori como de Mario Cossío, pero sobre todo, volvió a quedar en evidencia que Tarija no podría vivir toda la vida de regalías petroleras, no solo por el agotamiento de sus reservas tradicionales, sino también por lo voluble de un sector sobre el que no se tiene ninguna incidencia, y por tanto, no sirve como elemento básico de planificación.

¿Qué le queda al tarijeño? Producir, como a todos, lo cual no es ningún misterio ni tampoco ninguna condena. En el departamento hay demasiadas potencialidades pendientes de la voluntad política, como por ejemplo en el campo de la industrialización del gas, que no puede avanzar si no hay un impulso estatal similar al que cualquier país del mundo le dio originalmente a sus industrias.

Mientras eso se resuelve, es prescriptivo que los tarijeños apoyemos a la poca industria local que se ha podido desarrollar en el departamento, desde las ladrilleras y cerámicas hasta la industria vitivinícola, pasando por los derivados agrícolas y gastronómicos y, sobre todo, la inmensa cantidad de servicios de alta calidad que se ofrecen en diferentes áreas y que llevan acompañado el sello tarijeño.

Entramos en una parte del año en la que el consumo, desgraciadamente, se impone a cualquier otro pensamiento racional que deberían acompañar las fiestas, por las fechas y por el momento. Por eso es importante que todos hagamos un esfuerzo para ser más conscientes de lo que compramos y de lo que regalamos. Mantener los recursos en el territorio, hacerlos circular entre vecinos, amigos y emprendimientos locales es una buena manera de enfrentar la crisis económica en la que nos sumergimos.

Desde El País impulsamos la campaña “Compra tarijeño”, un desafío por demás importante para estas fechas, y por ello, le invitamos una vez más a unirse a él. De verdad vale la pena. 


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