Evo, el MAS y el año en que cambió todo

Demasiados buscan que el MAS implosione desde dentro, lo cual sería una mala noticia para el país, que necesita estabilidad. Es momento de que cada cual ocupe el lugar que la historia, y la democracia, le ha reservado

Un año después de su renuncia, Evo Morales retornó al país. Desde entonces, el expresidente ha vivido en el exilio tanto en México como en Argentina, a donde se desplazó luego de la asunción de Alberto Fernández. Ayer volvió a entrar por la frontera potosina de Villazón, menos desorientado y tal vez más cansado, se dio un baño de masas, versó un discurso no tan preparado como se supondría y siguió su periplo que lo llevará a Oruro y después a Chimoré.

El candidato elegido en Buenos Aires acabó por dar con la tecla y la engrasada maquinaria electoral hizo lo poco que tenía que hacer después de la calamitosa gestión de Áñez.

Todo ha cambiado en estos doce meses. Él incluido. Bolivia ha corrido desenfrenado hacia el abismo de la confrontación, y a última hora y contra todas las encuestas, el MAS logró otra de sus contundentes victorias que lo volvió a cambiar todo. Bolivia eligió el proceso con un 55%.

Después de una larga gestión de 14 años, el Gobierno volvió a caer en manos de un grupo político que en la teoría defendía los postulados de la ortodoxia liberal, pero en la práctica, se limitó a dar continuidad a los lineamientos en marcha. Inicialmente era lo normal, pues el Gobierno de Transición solo debía gestionar burocráticamente y garantizar una nueva elección limpia y transparente, pero lo cierto es que desde el primer día Jeanine Áñez y su equipo de confianza pusieron la mira en la elección.

Ya con un Gobierno candidato, el país entró en la misma deriva proselitista de siempre, salvo que con nuevos actores. Actores que habían pasado años criticando las formas de Morales y sus ministros, pero que emularon casi al pie de la letra.

En medio de esa forma populista impostada de gobernar llegó la pandemia y ahí se volvió a transformar todo. El mundo entero se asustó y Bolivia también. El Gobierno pensó más en las elecciones que en la salud y acabó desangrando una economía suficientemente informal como para adaptarse a casi cualquier caso menos a un confinamiento estricto sin criterio.

Con el consumo frenado, la inversión aplazada, los ahorros mermando y los bonos amortizados, el Gobierno dejó su candidatura y se complicó lo económico: al día siguiente botaron al Procurador y empezaron a bichar inversiones, de Elfec a los aeropuertos.

Mientras esto pasaba, los movimientos sociales salieron de su ensimismamiento y de la incredulidad que rodeó a la caída de Morales y el Instrumento volvió a palpitar. Aparecieron nuevos voceros, nuevos dirigentes, nuevos líderes y nuevas demandas. El candidato elegido en Buenos Aires acabó por dar con la tecla y la engrasada maquinaria electoral hizo lo poco que tenía que hacer después de la calamitosa gestión de Áñez.

Morales volvió a Bolivia después de haberse expuesto demasiado, con su legado y su imagen tocada y tal vez demasiado pronto. El Gobierno de Luis Arce necesita tiempo para asentarse y lidiar con una crisis que sigue siendo multidimensional, que es mundial y que nos toca más que nunca, porque Bolivia es hoy un país mucho más grande de lo que era. Demasiados buscan que el MAS implosione desde dentro y no van a cejar en el empeño, lo cual sería una mala noticia para el país, que necesita estabilidad. Es momento de que cada cual ocupe el lugar que la historia, y la democracia, le ha deparado. 


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