El tristísimo papel de la aún Presidenta Áñez

Desde el principio, Áñez dejó claro que no iba a ser un Gobierno de Transición para todos, sino para una parte. Y aún así se le ha seguido llamando Presidenta.

Todo el mundo tiene una valoración personal de cómo Jeanine Áñez llegó a ser Presidenta. Quién sabe si alguna vez habrá una investigación seria de todo lo que sucedió en aquellos días que arrojen más luz que los pálpitos, corazonadas, deducciones y estigmas que sostienen los análisis.

En lo que sí hay acuerdo es en que Áñez no hizo nada para ser acreedora del nombramiento, salvo dar el sí quiero. Simplemente estaba ahí, y como dijo aquel, era lo más próximo a lo que la Constitución dice. Desde entonces, cuesta encontrar un solo día en el que se haya ganado el cargo, y aun así se le ha seguido llamando Presidenta.

Asumió el cargo prometiendo ser una Presidenta de Transición cuya misión era convocar elecciones, y a lo que se le añadió aquello de lograr la “pacificación” del país. Con muchas dudas sobre la legalidad de la forma elegida para la asunción y sin ninguna legitimidad, el margen de confianza de Áñez se agotó en menos de una semana con los hechos de Sacaba y Senkata, decreto de impunidad militar mediante. Sin entrar a valorar el fondo, pero recordando que la investigación no avanza y que solo quedan algunas hipótesis peregrinas como el “se mataron entre ellos”, Áñez dejó claro que no iba a ser un Gobierno de Transición para todos, sino para una parte. Y aún así se le ha seguido llamando Presidenta.

Después llegó una pandemia mundial, tomó decisiones buenas, malas y regulares pensando casi siempre en su ya lanzada carrera electoral. En medio: caso respiradores.

Al parecer le dio buenos resultados al principio y multiplicó sus narrativas violentas y bélicas. Luis Fernando López en Defensa y Arturo Murillo en Gobierno se convirtieron en los chicos duros de la película y dispararon odio en cada intervención. Áñez, que en una de sus primeras intervenciones calificó de “salvajes” a los simpatizantes del MAS, ahondó en el relato y dividió el país entre buenos – pititas – y malos – masistas -, y nunca pretendió que hubiera una reconciliación, ni dar más espacio a los que estaban en posiciones intermedias, sino que, junto a su equipo, optó por la anulación total a partir de la criminalización y la negación sistemática de cualquier logro obtenido en el anterior gobierno. Y aun así se le ha seguido llamando Presidenta.

Después, alguien consideró que tenía buen perfil de candidata y montó toda una campaña a su alrededor utilizando todos los recursos del Estado para su lanzamiento: el discurso del Día del Estado Plurinacional sirvió para que Áñez diera por acabada su tarea de Transición, paso previo a confirmar la candidatura. Después de ríos de tinta vertidos sobre el abuso de poder y la instrumentalización del Estado para su reproducción, Áñez se convirtió en candidata y aun así se le siguió llamando Presidenta, porque aseguró que haría campaña en los ratos libres.

Después llegó una pandemia mundial, tomó decisiones buenas, malas y regulares pensando casi siempre en su ya lanzada carrera electoral. En medio: caso respiradores.

Áñez convirtió el 6 de agosto en un miserable acto de campaña suplicando por el ingreso del FMI en la economía boliviana, pero ya era tarde. Áñez acabó declinando la candidatura por motivos obvios, pero no cesó en su campaña de odio y criminalización de la mitad del país, aplaudiendo a sus Ministros más groseros, que amenazaban día sí y día también a cualquiera que pensara diferente mientras hablaban de sus antecesores como odiadores.

Pisotear la democracia básica, negándose a dar explicaciones en la Asamblea cuando se le piden y amenazar el cierre de la entidad, cuando se trata de un Gobierno ilegítimo e incapaz, podía convertirse en la gota que colma el vaso, y aun así, Áñez vuelve a burlarse de las reglas del juego democrático y posesiona un día después de su cese a los dos Ministros más nefastos de su gestión, para ella y para el país, Arturo Murillo y Víctor Hugo Cárdenas.

Los ciudadanos dictaron sentencia el domingo con bastante claridad, pero mucho antes, Áñez ya había decidido el lugar que quería ocupar en la historia. Es difícil llamar Presidente a quien no conoce a su país, a su gente, pero sobre todo, a quien no respeta las reglas del juego democrático.


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