Oigan, la pandemia no ha terminado

El problema más inminente que tiene el país es el Covid-19 por nuestras vulnerabilidades sanitarias y económicas. Por muchas proyecciones que se tracen, el virus no va a desaparecer por sí solo en una fecha determinada

Bolivia no es el único país en el que se han generado conflictos en mitad de la pandemia. Los está habiendo en Israel, contra Netanyahu y sus decisiones; los había habido en el Líbano, aunque tuvo que estallar un almacén de explosivos para que los grandes medios lo pasaran; los hubo en algunos barrios acomodados en España y hasta en Estados Unidos se mezcló con el estallido del Black Lives Matters.

Todas tienen un alto componente político, lo que sí puede ser cierto es que en el caso de Bolivia, el asunto de la discrepancia parecía concentrarse inicialmente en pedir una fecha electoral concreta y nada más.

El problema más inminente que tiene hoy por hoy Bolivia sigue siendo la pandemia, pues somos uno de los países más vulnerables a sus efectos no solo por el lamentable sistema de salud que poco ha cambiado en décadas, sino porque nuestra composición social y económica nos tiene condenados a la informalidad, y por ende, a salir a la calle para poder ganarse el pan.

Hace meses que se reclama un diálogo de verdad, un diálogo que aborde con perspectivas diferentes los problemas sanitarios, pero sobre todos los sociales, un diálogo que cree una hoja de ruta clara, común para todos, y que vaya más allá de una ridícula propuesta electoral.

El Covid-19 avanza, y no son buenos aliados los comentarios optimistas ni las proyecciones interesadas que insisten en dibujar curvas y “picos” de la pandemia como si se tratara de un asunto divino, al margen de la acción humana, y que por lo tanto no fuera necesario hacer nada al respecto, porque en el momento exacto, la pandemia va a “alcanzar el pico” y, parecen indicar, desaparecer.

Bolivia ya está entre los diez países con más personas afectadas respecto a su población, y muy pronto, si nada cambia, lo hará también respecto a las víctimas mortales por millón de habitantes, porque aunque parezca que los hospitales se han colapsado recién, hace ya varias semanas que se buscan camas y lugares para enfermos de Covid: la sospecha cada más evidente es que muchos fallecidos no están engrosando el reporte oficial por falta de prueba.

La gestión de la crisis sanitaria no ha sido adecuada. Hoy por hoy se reivindica la cuarentena decretada el 22 de marzo, cuando había 37 casos positivos en el país, asegurando que fue útil y evitó “miles de muertos”, aunque expertos independientes señalan lo contrario, puesto que las medidas tan severas tomadas con anticipación hicieron agotar los recursos y ahorros de las familias obligándolas a asumir más riesgos en el preciso instante en el que la pandemia se extendía por todo el país.

Ese aspecto de necesidad tampoco ha sido resuelto, ni lo será con un bono de 500 bolivianos. Miles de familias están viendo como sus miembros pierden sus puestos de trabajo, y otros miles pierden ingresos porque la inversión y el consumo, básicamente, han desaparecido.

Hace meses que se reclama un diálogo de verdad, un diálogo que aborde con perspectivas diferentes los problemas sanitarios, pero sobre todos los sociales, un diálogo que cree una hoja de ruta clara, común para todos, y que vaya más allá de una ridícula propuesta electoral.

Tal vez si se hubiera actuado con sentido de Estado no nos veríamos en estas en este momento. ¿Estamos a tiempo? Ojalá que sí.


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