Que Sama no sea Tiquipaya
Después de una semana de tensión en Tiquipaya, y todavía con mucha incertidumbre sobre el número de damnificados y la gravedad del suceso, es tiempo ya de empezar a reflexionar sobre lo sucedido, y tomar medidas urgentes en el resto de departamentos del país. El desastre de Tiquipaya del...
Después de una semana de tensión en Tiquipaya, y todavía con mucha incertidumbre sobre el número de damnificados y la gravedad del suceso, es tiempo ya de empezar a reflexionar sobre lo sucedido, y tomar medidas urgentes en el resto de departamentos del país.
El desastre de Tiquipaya del viernes viene a ser una réplica de lo que pasó hace dos años. Lluvias torrenciales, laderas peladas de su vegetación, escorrentías que buscan su curso natural… y ahí… el desastre: el ser humano haciendo de las suyas.
El asunto es por demás conocido, y tiene que ver con la anarquía tolerada en la que vivimos, donde las autoridades apenas tienen capacidad para hacer cumplir sus propias normas – incapacidad muchas veces pretendida por ellos mismos – y dónde la ley del más fuerte, o el más vivo, o el más poderoso, se impone sobre lo demás.
Que no ocurra una desgracia en Sama no debería ser una cuestión de rezar o de cruzar los dedos, sino de cumplir la Ley y de que las autoridades impidan las violaciones a las normas con esa cualidad que se les supone, pero que no ejercen.
El fenómeno aparece habitualmente en La Paz, donde las laderas se desploman cada x tiempo arrasando a su paso domicilios particulares y edificios construidos, evidentemente, en la irregularidad.
Se ha visto en Paicho, por ejemplo, donde es recurrente la inundación de unos terrenos ganados al río en cada crecida, y también en Entre Ríos, no hace tanto, el curso se fue a nuevas propiedades una vez trancado su discurrir natural por algunos terrenos dispuestos para la nueva producción de frutos rojos que se estila ahora.
En Yacuiba capital las inundaciones tienen que ver también con un deficiente diseño de la pavimentación del centro de la ciudad, que se entregó sin desagüe pluvial adecuado, similar a lo que pasaba en algunas zonas de Tarija, donde también ha habido algunos desplomes producto de la longevidad de algunos edificios – y que no pasan ningún tipo de control o verificación pese a que los derrumbes afectan a la propiedad pública también,
En cualquier caso, en Tarija el riesgo tiene nombre y apellidos y lleva años identificado: la zona de amortiguamiento de la Reserva de Sama está siendo avasallada no tanto por comunarios, que también, sino por inescrupulosos loteadores que han abierto urbanizaciones sin ninguna autorización, ni control, y por potentados vecinos que han construido lujosas viviendas en zonas “paradisíacas” sin tomar en cuenta la situación global.
Todas estas actividades contemplan, sobre todo, deforestación de la Reserva de Sama, estratégica para la provisión de agua, pero también para el equilibrio del ecosistema. Los incendios que cada invierno estremecen y movilizan a la población tiene demasiado que ver con esto, pero cada vez que se extinguen, los asuntos quedan en el olvido.
El asunto se ha evidenciado en prensa y denunciado por parte de comunarios responsables y algunos activistas comprometidos. También tímidamente por algunas ONG. Pero nada pasa. Los asentamientos humanos en esa zona privilegiada siguen creciendo pese a la amenaza global y también particular.
Que no ocurra una desgracia en Sama no debería ser una cuestión de rezar o de cruzar los dedos, sino de cumplir la Ley y de que las autoridades impidan las violaciones a las normas con esa cualidad que se les supone, pero que no ejercen.
El desastre de Tiquipaya del viernes viene a ser una réplica de lo que pasó hace dos años. Lluvias torrenciales, laderas peladas de su vegetación, escorrentías que buscan su curso natural… y ahí… el desastre: el ser humano haciendo de las suyas.
El asunto es por demás conocido, y tiene que ver con la anarquía tolerada en la que vivimos, donde las autoridades apenas tienen capacidad para hacer cumplir sus propias normas – incapacidad muchas veces pretendida por ellos mismos – y dónde la ley del más fuerte, o el más vivo, o el más poderoso, se impone sobre lo demás.
Que no ocurra una desgracia en Sama no debería ser una cuestión de rezar o de cruzar los dedos, sino de cumplir la Ley y de que las autoridades impidan las violaciones a las normas con esa cualidad que se les supone, pero que no ejercen.
El fenómeno aparece habitualmente en La Paz, donde las laderas se desploman cada x tiempo arrasando a su paso domicilios particulares y edificios construidos, evidentemente, en la irregularidad.
Se ha visto en Paicho, por ejemplo, donde es recurrente la inundación de unos terrenos ganados al río en cada crecida, y también en Entre Ríos, no hace tanto, el curso se fue a nuevas propiedades una vez trancado su discurrir natural por algunos terrenos dispuestos para la nueva producción de frutos rojos que se estila ahora.
En Yacuiba capital las inundaciones tienen que ver también con un deficiente diseño de la pavimentación del centro de la ciudad, que se entregó sin desagüe pluvial adecuado, similar a lo que pasaba en algunas zonas de Tarija, donde también ha habido algunos desplomes producto de la longevidad de algunos edificios – y que no pasan ningún tipo de control o verificación pese a que los derrumbes afectan a la propiedad pública también,
En cualquier caso, en Tarija el riesgo tiene nombre y apellidos y lleva años identificado: la zona de amortiguamiento de la Reserva de Sama está siendo avasallada no tanto por comunarios, que también, sino por inescrupulosos loteadores que han abierto urbanizaciones sin ninguna autorización, ni control, y por potentados vecinos que han construido lujosas viviendas en zonas “paradisíacas” sin tomar en cuenta la situación global.
Todas estas actividades contemplan, sobre todo, deforestación de la Reserva de Sama, estratégica para la provisión de agua, pero también para el equilibrio del ecosistema. Los incendios que cada invierno estremecen y movilizan a la población tiene demasiado que ver con esto, pero cada vez que se extinguen, los asuntos quedan en el olvido.
El asunto se ha evidenciado en prensa y denunciado por parte de comunarios responsables y algunos activistas comprometidos. También tímidamente por algunas ONG. Pero nada pasa. Los asentamientos humanos en esa zona privilegiada siguen creciendo pese a la amenaza global y también particular.
Que no ocurra una desgracia en Sama no debería ser una cuestión de rezar o de cruzar los dedos, sino de cumplir la Ley y de que las autoridades impidan las violaciones a las normas con esa cualidad que se les supone, pero que no ejercen.