Debatir el Pacto Fiscal
Las fallidas elecciones de octubre no ayudaron a resolver uno de los problemas sustanciales que atingen al Estado Plurinacional, y es que una década después de la promulgación de la Constitución, todavía no se ha resuelto el conflicto de la financiación autonómica, lo que en general...
Las fallidas elecciones de octubre no ayudaron a resolver uno de los problemas sustanciales que atingen al Estado Plurinacional, y es que una década después de la promulgación de la Constitución, todavía no se ha resuelto el conflicto de la financiación autonómica, lo que en general debilita el proyecto soberano de país.
Desde siempre, el centralismo ha sido el gran problema en una buena parte de naciones que no han sido capaces de concentrar los esfuerzos importantes y facilitar la gestión de lo cotidiano desde los lugares donde se baten los problemas. En Bolivia lo fue antes y lo es ahora.
Aquellas regiones que nacieron a la vida Plurinacional con el avance autonómico consolidado, apenas han avanzado en su desarrollo institucional, y aunque parezca increíble, es Tarija donde más logros se han conseguido. Pando, Beni y Santa Cruz han avanzado de aquellas maneras, mientras que la otra “media luna” no quiere ni saber, pese a que ya se trabaja en instituciones interinas sin estar respaldadas en Estatutos, que fueron rechazados en referéndum.
Más allá del documento estatutario, es necesario dar pasos al frente en materia de financiación, y para eso se ha tratado de avanzar durante cinco años un acuerdo de Pacto Fiscal que en la práctica, no llegó a ningún sitio porque no existieron consensos para llevar más recursos a las regiones.
La elección de octubre fue un todos contra todo, con mucha consigna y en la que volvió a salir a relucir el recurrente federalismo sin mayor profundidad que el impacto del momento.
Después de muchas discusiones, ni siquiera se ha llegado a delinear un modelo de país cooperativo en el que las regiones y el Estado central se complementen. Ni siquiera hay una mínima visión compartida sobre la utilidad o no de la autonomía en sí misma. En Tarija podemos tener claro que siempre se administrará la salud de forma más eficiente desde casa que desde casa del vecino, pero no piensan lo mismo en otros lugares del país.
El problema es de raíz, de concepto mismo. Por alguna extraña razón, a muchos les pareció buena idea financiar las autonomías con recursos tan volátiles como los de las regalías y el IDH; recursos fósiles, agotables, y del que no existe la más mínima posibilidad de incidir en sus precios. Más al contrario, y en función de las capacidades, Bolivia se ha convertido en víctima de negociaciones asimétricas.
Esta distribución ha permitido comparaciones poco agraciadas al poner a todos los departamentos bajo el mismo prisma y no así al Gobierno Central, ni los recursos que desde esa dependencia se invierten en cada departamento sin otro criterio que el discrecional.
La elección de octubre fue un todos contra todo, con mucha consigna y en la que volvió a salir a relucir el recurrente federalismo sin mayor profundidad que el impacto del momento. En la efervescencia actual, sin embargo, parece apropiada la posibilidad de abrir un debate mayor sobre el encaje autonómico dentro del Estado, con los propios límites que ya marcó la Constitución Política pero ajustaron hasta el absurdo leyes como la Ley Marco de Autonomías.
Es buen tiempo para el debate de ideas, ojalá los acaloramientos instantáneos no lo desperdicien.
Desde siempre, el centralismo ha sido el gran problema en una buena parte de naciones que no han sido capaces de concentrar los esfuerzos importantes y facilitar la gestión de lo cotidiano desde los lugares donde se baten los problemas. En Bolivia lo fue antes y lo es ahora.
Aquellas regiones que nacieron a la vida Plurinacional con el avance autonómico consolidado, apenas han avanzado en su desarrollo institucional, y aunque parezca increíble, es Tarija donde más logros se han conseguido. Pando, Beni y Santa Cruz han avanzado de aquellas maneras, mientras que la otra “media luna” no quiere ni saber, pese a que ya se trabaja en instituciones interinas sin estar respaldadas en Estatutos, que fueron rechazados en referéndum.
Más allá del documento estatutario, es necesario dar pasos al frente en materia de financiación, y para eso se ha tratado de avanzar durante cinco años un acuerdo de Pacto Fiscal que en la práctica, no llegó a ningún sitio porque no existieron consensos para llevar más recursos a las regiones.
La elección de octubre fue un todos contra todo, con mucha consigna y en la que volvió a salir a relucir el recurrente federalismo sin mayor profundidad que el impacto del momento.
Después de muchas discusiones, ni siquiera se ha llegado a delinear un modelo de país cooperativo en el que las regiones y el Estado central se complementen. Ni siquiera hay una mínima visión compartida sobre la utilidad o no de la autonomía en sí misma. En Tarija podemos tener claro que siempre se administrará la salud de forma más eficiente desde casa que desde casa del vecino, pero no piensan lo mismo en otros lugares del país.
El problema es de raíz, de concepto mismo. Por alguna extraña razón, a muchos les pareció buena idea financiar las autonomías con recursos tan volátiles como los de las regalías y el IDH; recursos fósiles, agotables, y del que no existe la más mínima posibilidad de incidir en sus precios. Más al contrario, y en función de las capacidades, Bolivia se ha convertido en víctima de negociaciones asimétricas.
Esta distribución ha permitido comparaciones poco agraciadas al poner a todos los departamentos bajo el mismo prisma y no así al Gobierno Central, ni los recursos que desde esa dependencia se invierten en cada departamento sin otro criterio que el discrecional.
La elección de octubre fue un todos contra todo, con mucha consigna y en la que volvió a salir a relucir el recurrente federalismo sin mayor profundidad que el impacto del momento. En la efervescencia actual, sin embargo, parece apropiada la posibilidad de abrir un debate mayor sobre el encaje autonómico dentro del Estado, con los propios límites que ya marcó la Constitución Política pero ajustaron hasta el absurdo leyes como la Ley Marco de Autonomías.
Es buen tiempo para el debate de ideas, ojalá los acaloramientos instantáneos no lo desperdicien.