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El teatro de la ONU

Hoy arranca en Nueva York la Asamblea General ordinaria de las Naciones Unidas, que como todos los septiembres congregará a un centenar de líderes mundiales y otro de delegados, que como todos los años discursearán más o menos sobre los temas de coyuntura mundial buscando algún minuto en...

Hoy arranca en Nueva York la Asamblea General ordinaria de las Naciones Unidas, que como todos los septiembres congregará a un centenar de líderes mundiales y otro de delegados, que como todos los años discursearán más o menos sobre los temas de coyuntura mundial buscando algún minuto en los informativos, aprobarán una serie de resoluciones para nada vinculantes y, posteriormente, desaparecerán hasta el año siguiente.

Con suerte dejará algunas polémicas o gestos de esos que se recuerdan con el tiempo, y si no, será una más en la larga lista de actos intrascendentes que empieza a sumar el órgano multinacional y que algún día aspiró a armonizar el desarrollo internacional con justicia social.

Los temas del momento son Irán y los incendios en el Amazonas; aunque los lobbys petroleros insisten en colocar a Venezuela en la discusión. De ninguno se esperan novedades más allá de la retórica; si bien si tiene cierto morbo escuchar a Jair Bolsonaro en la tribuna de oradores por primera vez y en medio de la interesada polémica generada sobre la soberanía en el espacio biodiverso más importante del mundo y sobre el que parece tener los ojos puestos el devaluado presidente francés, Emmanuel Macron, pero también Bayer – Monsanto y otras muchas gigantes de la industria agroalimentaria.
Por lo general, la Asamblea se limita a ser un teatro donde los presidentes escenifican un rol y colocan un mensaje que más tiene que ver con el consumo interno de cada país que con una visión multipolar del mundo
Tal es el interés por el tema, que a la Asamblea ordinaria le ha precedido una minicumbre específica sobre el medio ambiente a la que han aparecido líderes como Angela Merkel, que no se quedará a la Asamblea, y que ha sido ninguneado por otros, como el propio Donald Trump, que ha organizado dos plantas más arriba una cumbre sobre libertad de culto.

Por lo general, la Asamblea se limita a ser un teatro donde los presidentes escenifican un rol y colocan un mensaje que más tiene que ver con el consumo interno de cada país que con una visión multipolar del mundo, pero que a su vez sirve para determinar la imagen que cada líder da entre la comunidad internacional.

El presidente Evo Morales, por ejemplo, ha aprovechado sus intervenciones en todos estos años para hablar de coca, de mar para Bolivia, pero sobre todo para apuntalar su imagen de líder indígena preocupado por la Madre Tierra y azote del capitalismo neoliberal de las grandes transnacionales, al que fustiga con más brío desde la tribuna de oradores que desde la Gaceta Oficial del Estado.

El ecologismo sin profundidad parece haberse apropiado de un debate entre las élites políticas, que hablan de asuntos cosméticos mientras las batallas por el control del agua y la alimentación para 2050, fecha en la que se prevé la humanidad alcance su máxima presión demográfica, empiezan a ser encarnizadas y muy alejadas del control de las propias naciones, asediadas por lobbies y transnacionales, y ausente en los debates multilaterales. Los discursos melifluos de Obama y las promesas de refundación del capitalismo del eje franco alemán se han convertido en meras anécdotas. Los nuevos imperialismos se hacen cada vez más explícitos, y la ONU, en esa hostilidad, ha optado por mirar hacia otros lados.

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