Creer que se puede vivir del vino

¿Se puede o no se puede vivir de la uva? Cada año redondo, en la víspera de la Vendimia, toda Tarija se pregunta más o menos lo mismo. ¿Será que un departamento como Tarija puede vivir de la industria vitivinícola? ¿Será que de verdad da dividendos? Acostumbrados a vivir del gas, un...

¿Se puede o no se puede vivir de la uva? Cada año redondo, en la víspera de la Vendimia, toda Tarija se pregunta más o menos lo mismo. ¿Será que un departamento como Tarija puede vivir de la industria vitivinícola? ¿Será que de verdad da dividendos?

Acostumbrados a vivir del gas, un negocio que nos exige muy poco, cambiar el chip resulta fundamental, pues cualquier apuesta parece quedarse en el discurso y nadie parece asumir del todo esas posibilidades alternas.

Al final, el esquema del gas es apabullantemente sencillo: alguien descubrió que hay gas en el subsuelo; alguien invitó a alguien a que lo extrajera y lo vendiera y de ahí se ha venido obteniendo un porcentaje más o menos generoso según quien ha estado en la cabeza del negocio. Los recursos llegan a la autoridad de turno y esta define un esquema de gastos al calor de la coyuntura política y la tendencia ideológica. O no tanto así, pero igual se gasta. Para justificarlo todos dicen que hay que hacer inversión productiva, superar la dependencia del gas, etc., pero nada cambia en lo esencial.
Mendoza en Argentina, Burdeos en Francia o La Rioja en España son regiones que se han hecho mundialmente famosas y sobre todo, económicamente muy rentables, solo por profesionalizar su pasión y vocación vitivinícola
Desde siempre, la uva y el vino tarijeño han formado parte de la idiosincrasia popular; del acervo propio. Algo de lo que el valle central se sentía orgulloso, pero sin pensar que desde ahí podía impulsarse un modelo de desarrollo diferente. La uva, y sobre todo el vino, es parte de la identidad forjada por el paso de los años, tal vez solo a modo de anécdota e incluso por momentos, se ha convertido en estigma, pero es tiempo de romper las barreras y enfrentar el asunto como se debe.

Mendoza en Argentina, Burdeos en Francia o La Rioja en España son regiones que se han hecho mundialmente famosas y sobre todo, económicamente muy rentables, solo por profesionalizar su pasión y vocación vitivinícola. Y no, no son mucho más grandes que Tarija, ni más poderosas políticamente, ni nada raro.

Los datos, que como siempre en Tarija se manejan al calor del acontecimiento, hablan de una cifra de negocio superior a los 150 millones de dólares a pesar de tener todavía menos hectáreas de las posibles en producción y no tener un nivel de mecanización e industrialización en toda la cadena que permita ser más eficientes. La cifra de por sí ya está igualando a lo que la renta petrolera ingresa en el presupuesto anual.

Obviamente queda mucho por hacer. La cadena de uvas, vinos y singanis concentra sobre todo iniciativas privadas y el impacto por tanto en las cuentas públicas departamentales responde a la ortodoxia clásica de: más trabajos, más impuestos, más consumo, más bienestar y donde la administración pública no interviene prácticamente para nada. En Tarija, sin embargo, el rubro es todavía muy artesanal y las bodegas apenas tienen capacidades para invertir en sus mejoras; por lo que la dependencia de los incentivos del sector público, sea desde la inversión directa en riego, sea con la apertura de mercados o cualquier otra idea, parece seguir siendo necesaria.

El problema real no parece ser, en realidad, el potencial o la falta de capacidades empresariales; el producto es bueno y sus propias características de altura le hacen un refuerzo diferencial de marketing de forma natural. El problema en sí parece ser más el convencimiento real de que detrás de un gusto milenario, de una pasión, puede haber una industria pujante.

 

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