Sánchez y el negocio del siglo

El Ministro de Hidrocarburos Luis Alberto Sánchez lleva cuatro días tratando de convencer de la excelente negociación que ha logrado cuajar con Argentina. Cada nota de prensa se le encuentra ciertamente más enojado, como en las contadas y seleccionadas entrevistas que concede. Sánchez no...

El Ministro de Hidrocarburos Luis Alberto Sánchez lleva cuatro días tratando de convencer de la excelente negociación que ha logrado cuajar con Argentina. Cada nota de prensa se le encuentra ciertamente más enojado, como en las contadas y seleccionadas entrevistas que concede. Sánchez no puede entender como la gente no le cree de primera y se ponen a hacer sus propios números para entender que realmente se ha firmado en la adenda con Argentina.

Lo más fácil sería publicar la Adenda. De esa forma, Sánchez y todo su equipo cuidarían la voz y sobre todo, la credibilidad tan tocada que atesoran. Cualquier lector podría hacer las comparaciones pertinentes, las sumas y restas y así saber si lo firmado realmente conviene al país o no.
Los números hace mucho que no cuadran: el mercado interno ya oscila entre los 12 millones de metros cúbicos diarios de demanda, Brasil tiene derecho a pedir 30, aunque pide 24, y la Argentina ya pedía entre 20 y 23. El reporte de  producción de noviembre apenas supera los 40.
Sánchez asegura que ha conseguido que Argentina pague más por el gas que se va a enviar, aunque la obligación de comprarlo es sensiblemente inferior al que se tenía firmado. Así dicho suena a la panacea: Bolivia va a ganar más dinero enviando menos gas. La negociación perfecta, el éxito total, el ascenso a las alturas.

Lo curioso de esto es que en la Argentina no le hayan prendido fuego al Secretario de Energía que ha sido capaz de firmar tan brillante adenda por dos años, justo en el momento, además, en el que acaba de retirar parte de los subsidios creados para incrementar la producción en Vaca Muerta, aquella que le va a garantizar la autonomía energética nacional, eso sí, a través de las empresas privadas que operan en ese megacampo.

¿Por qué la Argentina querría pagar más por un gas que tenía asegurado por contrato a un precio determinado? ¿Por qué el Ministro Sánchez considera una buena noticia rebajar los volúmenes aún con una compensación?

Lo que parece evidente es que las permanentes acusaciones del vecino país de la incapacidad de Bolivia de cumplir con los volúmenes firmados en contrato son ciertas y que las perspectivas son negras en el corto plazo. El Ministro Sánchez ha preferido no arriesgarse a las multas ante la incapacidad de encontrar nuevos hallazgos y garantizar la producción en el corto plazo.

Los números hace mucho que no cuadran: el mercado interno ya oscila entre los 12 millones de metros cúbicos diarios de demanda, Brasil tiene derecho a pedir 30, aunque pide 24, y la Argentina tenía que pedir 27 hasta 2026. A estas alturas ya iba por 23. El record de producción se alcanzó hace un par de años superando los 60 millones de metros cúbicos. El reporte del Viceministerio de noviembre apenas supera los 40.

La situación en la lógica de la exportación es crítica, porque Bolivia no ha hecho la tarea y el resto sí; porque Bolivia sigue dependiendo de la exportación y no encuentra que exportar y porque los recursos que debían reservarse para implementar la industrialización se han esfumado en gasto corriente dejando infraestructuras de tremendo tamaño con difícil utilidad.

El Ministerio de Hidrocarburos tiene un problema de credibilidad; Evo Morales lo sabía y ratificó la estrategia en enero, sin inmutarse, sin preocuparse. Es necesario plantear el futuro sobre certezas, y no solo sobre la necesidad de disfrutar de las buenas noticias.

 

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