Codetar, el boom del gas y el cambio de modelo
En este momento de fin de una crisis e incertidumbre ante otra inminente, el debate del modelo de desarrollo vuelve a ocupar la primera plana de los debates. Es cierto que es un debate recurrente desde hace más de 40 años, y es tarea de la Historia, y no tanto de la política, dar las...
En este momento de fin de una crisis e incertidumbre ante otra inminente, el debate del modelo de desarrollo vuelve a ocupar la primera plana de los debates. Es cierto que es un debate recurrente desde hace más de 40 años, y es tarea de la Historia, y no tanto de la política, dar las respuestas precisas sobre lo que en ese tiempo hemos avanzado.
Investigaciones recientes, como las del libro Elefantes en Tarija de Waldemar Peralta, han traído de vuelta el viejo debate sobre lo que pasó con las empresas creadas por la Corporación de Desarrollo de Tarija, ese ente gestor creado en la dictadura de Bánzer durante el primer boom de los hidrocarburos en Bolivia y que sirvió no solo para doblegar algunas voluntades sino para poner en marcha algunas importantes iniciativas desde un instrumento “más ágil” que la propia Prefectura. Por entonces nadie quería ser Prefecto, pero si presidir la Codetar.
El pensador latinoamericano de la Patria Grande, Marcelo Gullo, advierte que cada país debe encontrar su fórmula para la insubordinación que le permita el desarrollo autónomo. No hay fórmulas extrapolables
No es menos cierto que la dictadura del General Bánzer dilapidó en buena forma los ingentes recursos que llegaron a Bolivia en ese tiempo, producto de la coyuntura internacional, de ahí que la comparación con la reciente década virtuosa de las materias primas que toca a su fin sea objeto permanente de análisis.
En Tarija la cosa está fácil, entonces se crearon unas 15 industrias de todo tipo y color, mientras que en la reciente década se han creado… ninguna. Cero. En Bolivia sí se han impulsado diferentes iniciativas, pero no así en Tarija, a pesar de haber estado gobernada durante los años con mayores ingresos por un peón de los teóricos socialistas, ninguna idea se ha convertido en un proyecto. Sí se habló de una Empresa Departamental de Energía; de una iniciativa complementaria a la petroquímica, incluso de un diseño público – privado para implementar parques industriales… pero todo quedó en nada.
Es cierto que tras la época de Bánzer, las empresas rentables acabaron privatizadas, algunas a precios de “gallina muerta” que fueron a parar a poderosos apellidos de los que ostentaron el poder toda la vida, y todavía lo hacen. Es cierto también que las que quedaron como empresas departamentales – Emtagas, Setar – siguen con problemas de gestión y que algunas a las que se intentó ayudar, como IABSA, acabaron en estado catatónico.
Lo importante ahora, evidentemente, es mirar al futuro, pero aprendiendo de los errores del pasado. En esto de impulsar la dinamización del país, las ideologías entran en juego, y no es lo mismo la intención totalitaria de García Linera, dispuesto a abrir el país a potencias imperiales alternativas mientras destruye al pequeño emprendedor nacional que convertir al Estado en un mero promotor de la inversión facilitando o subvencionando las condiciones para que los grandes capitales se beneficien.
Ante estas disyuntivas que tiene que ver con lo ideológico, la receta es la de siempre: luz y taquígrafos, máxima transparencia, que todo el mundo pueda saber. La Ley de Alianzas Público – Privadas, por ejemplo, ha pasado de la discusión abierta a las lejanas oficinas del Ministerio de Planificación y su “asesoramiento técnico”, mientras la Asamblea parece esperar instrucciones del nivel central.
El pensador latinoamericano de la Patria Grande, Marcelo Gullo, advierte que cada país debe encontrar su fórmula para la insubordinación que le permita el desarrollo autónomo. No hay fórmulas extrapolables. Por ello, la participación debe ser abierta, para que sea exitosa.
Investigaciones recientes, como las del libro Elefantes en Tarija de Waldemar Peralta, han traído de vuelta el viejo debate sobre lo que pasó con las empresas creadas por la Corporación de Desarrollo de Tarija, ese ente gestor creado en la dictadura de Bánzer durante el primer boom de los hidrocarburos en Bolivia y que sirvió no solo para doblegar algunas voluntades sino para poner en marcha algunas importantes iniciativas desde un instrumento “más ágil” que la propia Prefectura. Por entonces nadie quería ser Prefecto, pero si presidir la Codetar.
El pensador latinoamericano de la Patria Grande, Marcelo Gullo, advierte que cada país debe encontrar su fórmula para la insubordinación que le permita el desarrollo autónomo. No hay fórmulas extrapolables
No es menos cierto que la dictadura del General Bánzer dilapidó en buena forma los ingentes recursos que llegaron a Bolivia en ese tiempo, producto de la coyuntura internacional, de ahí que la comparación con la reciente década virtuosa de las materias primas que toca a su fin sea objeto permanente de análisis.
En Tarija la cosa está fácil, entonces se crearon unas 15 industrias de todo tipo y color, mientras que en la reciente década se han creado… ninguna. Cero. En Bolivia sí se han impulsado diferentes iniciativas, pero no así en Tarija, a pesar de haber estado gobernada durante los años con mayores ingresos por un peón de los teóricos socialistas, ninguna idea se ha convertido en un proyecto. Sí se habló de una Empresa Departamental de Energía; de una iniciativa complementaria a la petroquímica, incluso de un diseño público – privado para implementar parques industriales… pero todo quedó en nada.
Es cierto que tras la época de Bánzer, las empresas rentables acabaron privatizadas, algunas a precios de “gallina muerta” que fueron a parar a poderosos apellidos de los que ostentaron el poder toda la vida, y todavía lo hacen. Es cierto también que las que quedaron como empresas departamentales – Emtagas, Setar – siguen con problemas de gestión y que algunas a las que se intentó ayudar, como IABSA, acabaron en estado catatónico.
Lo importante ahora, evidentemente, es mirar al futuro, pero aprendiendo de los errores del pasado. En esto de impulsar la dinamización del país, las ideologías entran en juego, y no es lo mismo la intención totalitaria de García Linera, dispuesto a abrir el país a potencias imperiales alternativas mientras destruye al pequeño emprendedor nacional que convertir al Estado en un mero promotor de la inversión facilitando o subvencionando las condiciones para que los grandes capitales se beneficien.
Ante estas disyuntivas que tiene que ver con lo ideológico, la receta es la de siempre: luz y taquígrafos, máxima transparencia, que todo el mundo pueda saber. La Ley de Alianzas Público – Privadas, por ejemplo, ha pasado de la discusión abierta a las lejanas oficinas del Ministerio de Planificación y su “asesoramiento técnico”, mientras la Asamblea parece esperar instrucciones del nivel central.
El pensador latinoamericano de la Patria Grande, Marcelo Gullo, advierte que cada país debe encontrar su fórmula para la insubordinación que le permita el desarrollo autónomo. No hay fórmulas extrapolables. Por ello, la participación debe ser abierta, para que sea exitosa.
