Reservas certificadas ¿Y ahora qué?

Se acabó el tiempo de la especulación, y aunque al análisis todavía le quedan algunos días para cruzar variables e intercambiar criterios, la consultora canadiense Sproule ha certificado que Bolivia tiene 10,7 trillones de pies cúbicos (TCF por sus siglas en inglés) de reservas probadas de...

Se acabó el tiempo de la especulación, y aunque al análisis todavía le quedan algunos días para cruzar variables e intercambiar criterios, la consultora canadiense Sproule ha certificado que Bolivia tiene 10,7 trillones de pies cúbicos (TCF por sus siglas en inglés) de reservas probadas de gas en sus entrañas. Ese es el dato oficial. Hay críticas sobre la forma de la presentación, en forma de cuadro resumen sin las formalidades del caso; hay dudas sobre la reducción de las reservas probadas y posibles, que en 2013 eran de 3,50 y 4,15 TCF respectivamente y en 2017 serían de 1,8 y 2,2 TCF respectivamente y hay la habitual mofa sobre la decisión del Ministro de exhibir la cifra de probables de 12,5, en lugar de utilizar la de 10,7 que es la que al fin y al cabo por la que se ha pagado.

La diferencia entre probadas, probables y posibles es el margen de error en que lo calculado sea cierto. 90, 50 y 10 por ciento. El debate se estira sobre lo que parece ser que se ha hecho en los últimos años de exploración, convirtiendo lo posible en probable y lo probable en probado, sin aportar en realidad nuevos hallazgos significativos y sobre la capacidad demostrada de reponer las reservas consumidas en la exportación y con el incremento del consumo interno, producto tanto de la industrialización como del aumento de la calidad de vida de los bolivianos en general.

La certificación en sí misma es una buena noticia, porque la incertidumbre en el sector se ha venido incrementando no solo por la propia incapacidad de abordarlo de manera directa y por los escasos logros en exploración, sino, sobre todo, por la inexplicable narrativa del Ministro Luis Alberto Sánchez, acostumbrado a disparar cifras sin base sólida y a convertir cada actividad técnica o pregunta informal en un festejo.

10,7 TCF es la base con la que Bolivia debe empezar a encarar el futuro. Un futuro que requiere de decisiones firmes y de planificación realista.
Lo primero que el país debería erradicar es la dependencia de empresas y potencias extranjeras en el manejo de sus hidrocarburos. A estas alturas, ya no debería seguir vigente ese mantra de que explorar es muy riesgoso y que mejor vengan de lejos a jugarse los cuartos, que si aciertan se los pagaremos con creces. Es paradójico que el Gobierno de la nacionalización siga en estos apuros con las certificaciones de reservas doce años después y luego de haber pasado por la mejor época de ingresos del sector.

Lo segundo, parece urgente constituir una reserva estratégica para garantizar el funcionamiento de los proyectos de industrialización, demorados hasta la parodia, y que el país pueda superar su matriz extractivista. Es necesario también tener claro cuánto gas se puede todavía exportar, por qué medio y en qué se van a invertir los ingresos de esas ventas.

Con probabilidad seguiremos escuchando al ministro hablar de 132 TCF convencionales y 1.000 no convencionales, aunque su propia fuente, Beicip, le corrigió ayer. Con probabilidad seguiremos escuchando hablar de magníficos contratos de exportación con Paraguay, con Brasil o vía GNL mientras se termina el GSA sin alternativa para el gas que ya no se venda. De seguro seguiremos escuchando hablar de empresas transnacionales que surcan Bolivia y prometen millones por doquier mientras YPFB esconde los costos recuperables y fracasa en la adquisición de tres tristes taladros.

Resuelta la incógnita, es tiempo de trabajar con soberanía y honestidad, para apuntalar el desarrollo, no para buscar la foto, el titular o el chiste del día.

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