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Colombia no era

Por mucho que insistan, Colombia no era la batalla decisiva que los estrategas de la OEA y la restauración conservadora habían preconizado. Gustavo Petro podía ser muchas cosas, pero no un “izquierdista peligroso” dispuesto a montar un régimen “castrochavista” como los partidarios de...

Por mucho que insistan, Colombia no era la batalla decisiva que los estrategas de la OEA y la restauración conservadora habían preconizado. Gustavo Petro podía ser muchas cosas, pero no un “izquierdista peligroso” dispuesto a montar un régimen “castrochavista” como los partidarios de la soga llaman a los postulados de la izquierda nacional que en la primera década de este siglo logró recuperar cierta dignidad y progreso para la Patria Grande.

Petro nunca estuvo ni cerca de ganar por mucho que los estrategas del miedo inflaran y manipularan encuestas para movilizar a los suyos, estrategia que les ha salido bien. 19 millones de 32 colombianos habilitados han acudido a las ánforas. 10 millones de ellos han apoyado a Iván Duque. Los datos de la ejemplar elección democrática no se publicarán demasiado en los medios hegemónicos porque se parecen demasiado a los obtenidos por el “peligroso régimen totalitario” de Maduro hace unas semanas.

La victoria de Duque deja algunas incertidumbres que es importante resolver cuanto antes. La elección acabó polarizándose entre izquierda y derecha, sin matices, luego del “fracaso” de Juan Manuel Santos en su intento de posicionar el centro. No lo ha logrado en política y no lo ha logrado en las calles. Donde la Colombia conservadora ha vuelto a dar todo el poder a un engendro del propio sistema político, de familia muy acomodada luego de toda la trayectoria política de su papá.

Petro no era precisamente un outsider capaz de ilusionar a los de más abajo, a pesar de su rotundo éxito en mitines y plazas y su éxito en el manejo de la comunicación. Le ha faltado algo.

La campaña ha tenido como protagonista una vez más a la guerrilla de las FARC, no por su actividad, sino por todo lo contrario. Uribe nunca perdonó a Santos que le robara el título de “pacificador” con un acuerdo negociado luego de sus años de política de mano dura y guerra sucia. El único objetivo de Uribe a la hora de colocar a su delfín es hacer fracasar el acuerdo de paz. Esto abre otra incertidumbre. ¿Cuán fiel será Duque a los postulados de Uribe?
A Rey muerto, Rey puesto. Los ejemplos sobran a lo largo de todo el globo terráqueo y no hay que irse mucho más lejos de la plaza Luis de Fuentes, o la de Yacuiba, para obtener los propios. El que se va quiere seguir mandando y el que se queda quiere mandar.

La victoria de Duque da más bien esperanzas al bloque restaurador, que hace dos meses han visto cómo sus expectativas de “victoria”, como califican a la estrategia de subordinar los intereses propios a la política estadounidense, aún con Trump, el imperialista proteccionista.
La reválida de Maduro, el inminente (pronosticado) triunfo de López Obrador el 1 de julio en México, el fracaso del gobierno de Macri en Argentina, la vergüenza de Kuczynski y el 8 por ciento de la aprobación del régimen ventanero de Temer auguran, todavía, una restauración de los principios soberanistas y progresistas en Latinoamérica. Un volver a empezar en el que, tal vez, los regímenes derrotados en las ánforas, han hecho propósito de enmienda y renovación. Deberán para ello abrir ventanas, deshacerse de la corrupción endógena y no desviarse de la exigencia moral que el pueblo plantea.

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