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Seis naciones sudamericanas hacen el ridículo

La huida de seis países de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) dista mucho de ser una maniobra política o un gesto táctico sagaz aplicado por una serie de naciones que plantean un proyecto alternativo para Sudamérica, es simplemente un gesto de vergüenza política y el enésimo...

La huida de seis países de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) dista mucho de ser una maniobra política o un gesto táctico sagaz aplicado por una serie de naciones que plantean un proyecto alternativo para Sudamérica, es simplemente un gesto de vergüenza política y el enésimo autosabotaje de los Gobiernos de esta tierra a las posibilidades de su propio futuro.

El pasado 20 de abril, el momento en el que Bolivia asumía la presidencia temporal de la Unasur, seis gobiernos decidieron abandonar la genuina organización de los países sudamericanos. Ni siquiera alegaron una razón o una motivación particular. Simplemente decidieron no participar mientras Evo Morales sea el presidente. Morales había prometido reactivar el organismo, es decir, todo lo contrario a lo que hizo su antecesor, Mauricio Macri, que lo ignoró y llevó hacia el ostracismo a pesar de la existencia de diferentes acontecimientos importantes en América del Sur.

Los seis gobiernos que decidieron apartarse del muy incipiente proyecto de integración regional son Paraguay, Colombia, Chile, Brasil, Perú y Argentina. Los seis alineados en postulados económicos muy liberales que, además, dominan la política.

Para el gobierno paraguayo ha supuesto la última decisión de Horacio Cartes, del que ayer se eligió sucesor y que decenas de veces jugó a la ambigüedad con Morales, con la integración y exploró hasta el final las posibilidades para forzar una reelección anticonstitucional.

Para el gobierno colombiano de Juan Manuel Santos es también una de las últimas decisiones antes de las elecciones, una puñalada por la espalda al apoyo brindado desde el organismo a las negociaciones de paz con las FARC.

Para el gobierno chileno de Sebastián Piñera, el multimillonario alumno aventajado de la subordinación británica, es simplemente la opción natural para sus postulados pero además, para la coherencia de la historia nacional.

Para el gobierno de Brasil del beneficiario de la maniobra parlamentaria contra Dilma, Michel Temer, es otra decisión en tono burlón de un gobierno muy poco respetuoso de la democracia que, por otro lado, contó con el silencio cómplice del organismo en el momento de la verdad.

Para el gobierno de Perú del arribista heredero del corrupto cuasi confeso Pedro Pablo Kuczynski, Martín Vizcarra, es la primera decisión desnortada de un gobierno alejado de la voluntad popular, voluntariamente presentado como “tecnócrata” y al que se le ha visto el plumero en la primera decisión de calado.

Y al final está Macri, el presidente argentino, aspirante a sobrevivir a Trump e iniciar así los negocios prometidos por Obama y que se ha erigido en el presidente más antilatinoamericano del continente a pesar de pasar toda la campaña negando su acervo italiano como condicionante en su concepción. Para Macri, recuperar el liderazgo argentino en la región es convertirse en el mejor amigo del presidente estadounidense.

Unasur nació con la intención de crear un relato propio del acontecer mundial, de convertirse en una voz con peso en el panorama multilateral mundial que la ONU pregonaba. Hasta la Liga Árabe y la Unión Africana tiene más peso que el diplomáticamente inexistente continente sudamericano.

La Unasur nació, obviamente, con la intención de liberar al continente del tutelaje estadounidense. Un deseo que por pírrico parecía que sumaría todas las voluntades de la Patria Grande, más allá de los posicionamientos políticos a la derecha, a la izquierda, o al centro. Pues no. La prisión de Lula, el enjuiciamiento de Cristina, la cárcel de Humala, el acoso contra Maduro, la patinada de Correa, los deslices y debilidades de Lugo, la soledad de Evo, son, a su vez, el castigo histórico a las propias sinuosidades, a la falta de decisión para la concreción final, definitiva e irrevocable de la integración Sudamericana con la Unasur, Banco del Sur y el Consejo Suramericano de Defensa, que, en su momento, arrinconaron a la OEA.

Obama prometió que cambiaría el mundo y apostaría por una diplomacia multilateral. No lo hizo. Donald Trump ha prometido el apocalipsis, tampoco lo hará. Lo que sí hicieron o están haciendo ambos, es subordinar a todas las periferias a sus dictados. Obama con la receta clásica neoliberal con sonrisa puesta, Trump con un discurso proteccionista legítimo para todas las naciones de la tierra y amenazas de todo tipo.

Esto no va de arrinconar a Evo o a Maduro, esto va de soberanía y sobre todo, de dignidad. Seis gobiernos la han perdido por el camino. Hay que esperar un nuevo ciclo, ojalá con mejores mimbres.

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