El extraño concepto “urgente” de la política boliviana

En esto de la política estamos tan acostumbrados a escuchar promesas de celeridad y programas que incluyen el calificativo urgente entre su denominación, que prácticamente ha perdido su valor sustantivo. En momentos parecería que es simplemente una herramienta más para la negociación...

En esto de la política estamos tan acostumbrados a escuchar promesas de celeridad y programas que incluyen el calificativo urgente entre su denominación, que prácticamente ha perdido su valor sustantivo. En momentos parecería que es simplemente una herramienta más para la negociación política, en otras una puerta abierta para saltarse el procedimiento.
Es lo que suele pasar con las declaratorias de emergencia luego de las catástrofes naturales en el país, que demasiadas veces se mueven recursos rápidamente y cuando todo vuelve a la normalidad nadie se acuerda bien de cómo fueron las cosas. Eso sí, al año siguiente vuelven las inundaciones o las sequías, las granizadas arruinando toda la producción y las mismas imágenes de las vacas moribundas en la frontera. Fue urgente, pero solo para ese año.

Otra urgencia que está causando estupor en quienes seguimos las noticias es el de la atención que se le da a la crisis tarijeña, cuantificada en números y reconocida por el propio ex Ministro de Economía Luis Arce Catacora, quien pronosticó una recesión en el departamento si no se inyectaba dinero público ¡a finales de 2016!
Para entonces ya se había descartado el plan de Rescate y se anunciaba una estrategia de endeudamiento a costos comerciales. El Gobierno salió al paso ofreciendo fideicomisos mucho más competitivos y siempre insuficientes para las urgencias de Tarija. Con todo, el ritmo de aprobación y desembolso es de record, nada más lejos de la urgencia que se presupone.

Entre otras cosas por ese ritmo decadente que nada tiene que ver con lo urgente y más orientado al fracaso, sea por el miedo al error (y a la Marcelo Santa Cruz) o por la ineptitud burocrática campante, la gobernación optó por mantener su apuesta con el endeudamiento privado. El plan se había hecho público en enero de 2017. Durante todo el año se trató de conseguir el Registro de Inicio de Operaciones de Crédito concedido por el Ministerio de Economía. En diciembre de 2017, a sangre y fuego, la Asamblea acabó aprobando el destino de los fondos consensuados entre Gobernación, alcaldes y subgobernadores. Cuatro meses después recién se está logrando acceder a los recursos comprometidos.

No conviene olvidar que, más allá de los números, la macroeconomía, los discursos y los relatos, detrás de las deudas hay, o debería haber, hombres y mujeres de esta tierra con sueldos adeudados, con sueños frustrados, con empleos peores, o sin empleo, lo que lleva a otro ejemplo de los paradigmáticos.

El Gobierno tardó en reconocer la crisis, pero ya en 2016 el presidente Morales en su discurso a la nación por el 6 de agosto hizo hincapié en las consecuencias para el empleo. Pidió entonces acción a los municipios. Casi un año después, en mayo de 2017, el mismo Morales presentaba un plan de empleo urgente. A la fecha, la ministra de Planificación sigue buscando empresarios socios que pongan en marcha el plan “urgente”. En Tarija no se lo conoce.

Las mismas contradicciones de la urgencia se dan en el ámbito de hidrocarburos, en el que no nos explayaremos por las muchas reflexiones que le hemos dedicado estos días, pero no deja de ser paradigmático que Morales triunfe en 2005 con la bandera de la industrialización urgente. Que en cuatro meses se haga lo más difícil, que era la nacionalización y se tenga que esperar hasta 2023, con suerte, dieciocho, para que Tarija industrialice su primera molécula de gas.

Qué decir de la vía al Chaco, urgente desde antes de la guerra porque se sospechaba que podía haber riquezas y llegar problemas, y que recién ahora, cuando los recursos de la enésima temporada de bonanza desde entonces se acaban, parece se empieza a atisbar una solución.

La catalogación de algunos juicios como urgentes también tienen sus absurdos. Urgente era condenar a Goni, decían las bases del MAS, y llega vía imperio justo en el momento en el que la popularidad del Gobierno más lo necesitaba. Urgente era condenar a Mario Cossío por enriquecimiento, y han pasado casi ocho años desde su exilio reavivando un líder amortizado.

Urgente no era el referéndum del 21 de febrero para quienes lo promovieron. Y lo perdieron.
Las urgencias no son políticas, sino sociales y humanas, y es necesario que se actúe en esa conciencia, por encima de otras consideraciones.

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