Mar: Visto para sentencia
La expectación era grande, pero como todo, llegó a su fin de forma más o menos precipitada. Hay que esperar al menos tres o seis meses a que la Corte Internacional de Justicia de La Haya dicte un veredicto. No se espera que se atrase mucho más por lo político que tiene lo jurídico. Dictar...
La expectación era grande, pero como todo, llegó a su fin de forma más o menos precipitada. Hay que esperar al menos tres o seis meses a que la Corte Internacional de Justicia de La Haya dicte un veredicto. No se espera que se atrase mucho más por lo político que tiene lo jurídico. Dictar en plena campaña electoral boliviana sería un gesto de mal gusto.
La sensación en el país es casi desconocida, una a la que no estamos muy acostumbrados en la esfera internacional. Hasta los expertos más pragmáticos y opositores desatados coinciden en que esta vez hay muchas posibilidades de haber ganado.
También Chile se muestra incómodo y desconocido en sus sentimientos contrariados, como cuando te quedas sin Mundial por pasarte de listo. Los medios de comunicación hablan una y otra vez de lo que quiere Bolivia y la sensación de derrota en la delegación chilena lleva instalada desde hace varios días.
El último manotazo de ahogado fue atacar a Evo Morales, al presidente circunstancial de los bolivianos en este momento que poco o nada tiene que ver en el estricto sentido de la Justicia sobre lo que los Magistrados de La Haya deban hoy por hoy valorar para dictar un veredicto sobre una causa de Estado. Es cierto, la torpeza ya la cometió antes el agente adjunto Sacha Llorenti el lunes, pero lo de mostrar un tuit como prueba parece fuera de lugar.
No se gana la demanda en La Haya con estados de ánimo ni con impactos mediáticos, pero la campaña gubernamental boliviana ha sido exitosa, salvo por algunas ideas controversiales como lo de la megabandera, que acabó convirtiéndose en un acto partidario en el reducto aymara del altiplano, o lo de desplegar ayer el ejército recreando la batalla de Canchas Blancas. Los medios de comunicación en Chile hablan de lo que Bolivia quiere y eso es exitoso desde cualquier punto de vista.
La idea de que hay un asunto pendiente se ha instalado incluso en la sociedad. Senadores, diputados, incluso el último candidato de la concertación a la presidencia Alejandro Guillier, plantean abiertamente el debate del canje territorial. Los canales de televisión hacen sondeos en Santiago y los diarios digitales dejan encuestas visibles con esa pregunta en sus portales.
Chile infravaloró las posibilidades de Bolivia y su demanda y desde el principio no coordinó una respuesta contundente. Confío en su poderío diplomático y, como no, en sus vínculos con las metrópolis británicas. El cambio de Gobierno a mitad y la escasa preparación política del presidente Sebastián Piñera, lúcido magnate, también le ha pasado factura.
Los nervios se reflejan en cada declaración del Canciller Roberto Ampuero y más en las del propio Piñera. El desliz soberbio sobre Antofagasta y su ya rememizado hasta el infinito “fue, es y será chileno” ha obligado a todos los medios de comunicación a repasar la historia de la invasión y, evidentemente, muchos han escarbado y hallado la versión real en la que los intereses corporativos político empresariales provocaron la invasión de la costa boliviana.
Lo que es cierto es que, pase lo que pase, el asunto entre Chile y Bolivia no termina cuando la Corte dicte sentencia, por muy claro que pueda marcar el objetivo del diálogo de buena fé, y que significaría que el resultado de antemano es dar una salida soberana al mar para Bolivia.
La diplomacia de los pueblos ha socavado la moral de la delegación chilena y ha abierto un espacio de solidaridad en el pueblo chileno, ahora bien, para llegar a un buen acuerdo en la negociación futura, posiblemente haya que apelar a los mecanismos tradicionales que pasan por seguridad, defensa, militares y territorios y en última instancia, la presión que se pueda ejercer en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que es quien al final se reserva el uso de la fuerza (también política) para hacer cumplir las resoluciones de su instancia judicial.
La última apelación al respeto a las normas realizada por Chile respecto al 21F boliviano va a dar argumentos a la oposición boliviana para capitalizar un hipotético fallo favorable, lo que arruinaría las expectativas oficialistas de cubrir todo bajo el manto azul del mar. En cualquier caso, si alguien sabe de negocios es Sebastián Piñera, quien además no es sospechoso de falta de patriotismo, crucifijo de la izquierda acomplejada, por ello, todas las opciones estarán sobre la mesa sea cual sea el fallo de La Haya.
La sensación en el país es casi desconocida, una a la que no estamos muy acostumbrados en la esfera internacional. Hasta los expertos más pragmáticos y opositores desatados coinciden en que esta vez hay muchas posibilidades de haber ganado.
También Chile se muestra incómodo y desconocido en sus sentimientos contrariados, como cuando te quedas sin Mundial por pasarte de listo. Los medios de comunicación hablan una y otra vez de lo que quiere Bolivia y la sensación de derrota en la delegación chilena lleva instalada desde hace varios días.
El último manotazo de ahogado fue atacar a Evo Morales, al presidente circunstancial de los bolivianos en este momento que poco o nada tiene que ver en el estricto sentido de la Justicia sobre lo que los Magistrados de La Haya deban hoy por hoy valorar para dictar un veredicto sobre una causa de Estado. Es cierto, la torpeza ya la cometió antes el agente adjunto Sacha Llorenti el lunes, pero lo de mostrar un tuit como prueba parece fuera de lugar.
No se gana la demanda en La Haya con estados de ánimo ni con impactos mediáticos, pero la campaña gubernamental boliviana ha sido exitosa, salvo por algunas ideas controversiales como lo de la megabandera, que acabó convirtiéndose en un acto partidario en el reducto aymara del altiplano, o lo de desplegar ayer el ejército recreando la batalla de Canchas Blancas. Los medios de comunicación en Chile hablan de lo que Bolivia quiere y eso es exitoso desde cualquier punto de vista.
La idea de que hay un asunto pendiente se ha instalado incluso en la sociedad. Senadores, diputados, incluso el último candidato de la concertación a la presidencia Alejandro Guillier, plantean abiertamente el debate del canje territorial. Los canales de televisión hacen sondeos en Santiago y los diarios digitales dejan encuestas visibles con esa pregunta en sus portales.
Chile infravaloró las posibilidades de Bolivia y su demanda y desde el principio no coordinó una respuesta contundente. Confío en su poderío diplomático y, como no, en sus vínculos con las metrópolis británicas. El cambio de Gobierno a mitad y la escasa preparación política del presidente Sebastián Piñera, lúcido magnate, también le ha pasado factura.
Los nervios se reflejan en cada declaración del Canciller Roberto Ampuero y más en las del propio Piñera. El desliz soberbio sobre Antofagasta y su ya rememizado hasta el infinito “fue, es y será chileno” ha obligado a todos los medios de comunicación a repasar la historia de la invasión y, evidentemente, muchos han escarbado y hallado la versión real en la que los intereses corporativos político empresariales provocaron la invasión de la costa boliviana.
Lo que es cierto es que, pase lo que pase, el asunto entre Chile y Bolivia no termina cuando la Corte dicte sentencia, por muy claro que pueda marcar el objetivo del diálogo de buena fé, y que significaría que el resultado de antemano es dar una salida soberana al mar para Bolivia.
La diplomacia de los pueblos ha socavado la moral de la delegación chilena y ha abierto un espacio de solidaridad en el pueblo chileno, ahora bien, para llegar a un buen acuerdo en la negociación futura, posiblemente haya que apelar a los mecanismos tradicionales que pasan por seguridad, defensa, militares y territorios y en última instancia, la presión que se pueda ejercer en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que es quien al final se reserva el uso de la fuerza (también política) para hacer cumplir las resoluciones de su instancia judicial.
La última apelación al respeto a las normas realizada por Chile respecto al 21F boliviano va a dar argumentos a la oposición boliviana para capitalizar un hipotético fallo favorable, lo que arruinaría las expectativas oficialistas de cubrir todo bajo el manto azul del mar. En cualquier caso, si alguien sabe de negocios es Sebastián Piñera, quien además no es sospechoso de falta de patriotismo, crucifijo de la izquierda acomplejada, por ello, todas las opciones estarán sobre la mesa sea cual sea el fallo de La Haya.