Ni neoliberalismo ni neodesarrollismo mejoraron la economía en Argentina
Una reciente investigación realizada por un experto argentino concluye que, si bien las políticas neoliberales han profundizado la situación de dependencia de su país, los gobiernos “neodesarrollistas” tampoco han logrado impulsar un proceso sostenido de desarrollo. A través del...



Una reciente investigación realizada por un experto argentino concluye que, si bien las políticas neoliberales han profundizado la situación de dependencia de su país, los gobiernos “neodesarrollistas” tampoco han logrado impulsar un proceso sostenido de desarrollo.
A través del análisis de indicadores como el estancamiento del PIB, el bajo grado de industrialización, el alto nivel de endeudamiento externo, el deterioro del saldo en Cuenta Corriente, la elevada remisión de utilidades y la persistente y elevada fuga de capitales, el experto en economía y tecnología Andrés Gastón Wainer afirma que, en los años 2000, la Argentina no consiguió avanzar en un proceso sustentable de desarrollo económico.
Wainer, que es investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONI-CET) de Argentina y de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), agrega que “más allá de haber ganado cierta autonomía durante la etapa neodesarrollista, no logró transformar las condiciones estructurales de reproducción del capital a nivel local”.
El término de “neodesarrollismo” latinoamericano es usado por los académicos para referirse a las nuevas corrientes que en la región propusieron -en teoría- una mayor intervención estatal, políticas económicas heterodoxas, retomar la industrialización, reducir la brecha tecnológica. Los gobiernos “progresistas” del siglo XXI forman parte de esta categorización.
De cualquier manera, el investigador del CONICET aclara que usa el término sólo para diferenciar a las políticas aplicadas por los gobiernos que tuvieron lugar entre 2002 y 2015 (Duhalde y los Kirchner), de los “inmediatamente predecesores” (de la década de 1990) “y sucesores” (Mauricio Macri).
Desindustrialización
En su investigación titulada “Dependencia y subdesarrollo en tiempos de globalización. Las experiencias neoliberales y neodesarrollistas en la Argentina”, Wainer también advierte que “el regreso de las políticas neoliberales, a partir del cambio de gobierno a fines de 2015, sólo reforzó los lazos de dependencia”, especialmente en sus aspectos más financieros.
El problema de la dependencia, agrega, es que ésta “nos lleva a una cuestión central que no ha sido resuelta –sino más bien lo contrario– en países como la Argentina, que atravesaron –y atraviesan–fuertes procesos de desindustrialización”.
La falta de inversión, que ha sido crónica en el gobierno de Macri pese a su “apertura” y liberalización, ha impedido aumentar significativamente el nivel de productividad media de la industria, “con lo cual el grueso de la misma no ha logrado ser competitiva a nivel internacional”.
El investigador de CONICET y FLACSO también sostiene que la especialización en las producciones primarias no alcanza para generar los ingresos necesarios para incrementar “o siquiera sostener el nivel de vida alcanzado por la clase trabajadora durante el proceso de industrialización sustitutiva”.
Dicha etapa de industrialización por sustitución de importaciones, iniciada en la década de 1930 y reforzada y reorientada nacionalmente por Juan Domingo Perón desde 1943, permitió que las diferencias de productividad entre Argentina y los países desarrollados sean compensadas a través de medidas arancelarias “que entorpecían el accionar de la ley del valor a nivel mundial”, con lo que dicho país logró un importan-te despegue económico y social.
Tras los procesos de apertura llevados adelante a fines de los años setenta y especialmente en los noventa, las diferencias de productividad –que en muchos casos se agrandaron– fueron parcialmente compensadas por otras fuentes como la inversión extranjera directa, las inversiones especulativas y el endeudamiento externo.
Otra fuente de compensación, especialmente en los 2000, han sido los elevados precios internacionales de los productos primarios.“Sin embargo, cuando alguna de estas fuentes se resiente y/o se acelera la fuga de capitales, el tipo de cambio se eleva desvalorizando la producción local en términos de dinero mundial.
Ello implica una desvalorización de la fuerza de trabajo. De este modo, en un contexto internacional de competencia por medio del cambio tecnológico, la competitividad sostenida exclusivamente en el tipo de cambio encuentra techos insalvables”, explica Wainer.
Profundización de la dependencia
Para el experto, “el papel determinante que ha jugado el capital extranjero en un marco de apertura y desregulación no ha sido otro que el de profundizar las ventajas comparativas estáticas que posee el país, ancladas fundamentalmente en sus recursos naturales”.
Por su parte, lo que ha quedado de la burguesía doméstica “no solo no ha confrontado con esta visión de país, sino que la ha reforzado”, enfocándose en la explotación de las llamadas “ventajas naturales”. Así, las pocas inversiones que registra la economía argentina “están fundamentalmente destinadas a sectores rentísticos, lo cual atenta contra una mayor diversificación de la estructura productiva”.
Al igual que otros académicos, Wainer coincide en que el libre mercado no permitirá transformar esta estructura, sino que el camino es otro. “Más allá de las notables diferencias que puedan existir en términos de estructura económica, social y política, aquellos países que han logrado torcer su ‘destino natural manifiesto’ en el marco de un capitalismo maduro, lo han hecho a partir de una activa planificación estatal, que impugne las teorías librecambistas predominantes”, sentencia.
A través del análisis de indicadores como el estancamiento del PIB, el bajo grado de industrialización, el alto nivel de endeudamiento externo, el deterioro del saldo en Cuenta Corriente, la elevada remisión de utilidades y la persistente y elevada fuga de capitales, el experto en economía y tecnología Andrés Gastón Wainer afirma que, en los años 2000, la Argentina no consiguió avanzar en un proceso sustentable de desarrollo económico.
Wainer, que es investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONI-CET) de Argentina y de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), agrega que “más allá de haber ganado cierta autonomía durante la etapa neodesarrollista, no logró transformar las condiciones estructurales de reproducción del capital a nivel local”.
El término de “neodesarrollismo” latinoamericano es usado por los académicos para referirse a las nuevas corrientes que en la región propusieron -en teoría- una mayor intervención estatal, políticas económicas heterodoxas, retomar la industrialización, reducir la brecha tecnológica. Los gobiernos “progresistas” del siglo XXI forman parte de esta categorización.
De cualquier manera, el investigador del CONICET aclara que usa el término sólo para diferenciar a las políticas aplicadas por los gobiernos que tuvieron lugar entre 2002 y 2015 (Duhalde y los Kirchner), de los “inmediatamente predecesores” (de la década de 1990) “y sucesores” (Mauricio Macri).
Desindustrialización
En su investigación titulada “Dependencia y subdesarrollo en tiempos de globalización. Las experiencias neoliberales y neodesarrollistas en la Argentina”, Wainer también advierte que “el regreso de las políticas neoliberales, a partir del cambio de gobierno a fines de 2015, sólo reforzó los lazos de dependencia”, especialmente en sus aspectos más financieros.
El problema de la dependencia, agrega, es que ésta “nos lleva a una cuestión central que no ha sido resuelta –sino más bien lo contrario– en países como la Argentina, que atravesaron –y atraviesan–fuertes procesos de desindustrialización”.
La falta de inversión, que ha sido crónica en el gobierno de Macri pese a su “apertura” y liberalización, ha impedido aumentar significativamente el nivel de productividad media de la industria, “con lo cual el grueso de la misma no ha logrado ser competitiva a nivel internacional”.
El investigador de CONICET y FLACSO también sostiene que la especialización en las producciones primarias no alcanza para generar los ingresos necesarios para incrementar “o siquiera sostener el nivel de vida alcanzado por la clase trabajadora durante el proceso de industrialización sustitutiva”.
Dicha etapa de industrialización por sustitución de importaciones, iniciada en la década de 1930 y reforzada y reorientada nacionalmente por Juan Domingo Perón desde 1943, permitió que las diferencias de productividad entre Argentina y los países desarrollados sean compensadas a través de medidas arancelarias “que entorpecían el accionar de la ley del valor a nivel mundial”, con lo que dicho país logró un importan-te despegue económico y social.
Tras los procesos de apertura llevados adelante a fines de los años setenta y especialmente en los noventa, las diferencias de productividad –que en muchos casos se agrandaron– fueron parcialmente compensadas por otras fuentes como la inversión extranjera directa, las inversiones especulativas y el endeudamiento externo.
Otra fuente de compensación, especialmente en los 2000, han sido los elevados precios internacionales de los productos primarios.“Sin embargo, cuando alguna de estas fuentes se resiente y/o se acelera la fuga de capitales, el tipo de cambio se eleva desvalorizando la producción local en términos de dinero mundial.
Ello implica una desvalorización de la fuerza de trabajo. De este modo, en un contexto internacional de competencia por medio del cambio tecnológico, la competitividad sostenida exclusivamente en el tipo de cambio encuentra techos insalvables”, explica Wainer.
Profundización de la dependencia
Para el experto, “el papel determinante que ha jugado el capital extranjero en un marco de apertura y desregulación no ha sido otro que el de profundizar las ventajas comparativas estáticas que posee el país, ancladas fundamentalmente en sus recursos naturales”.
Por su parte, lo que ha quedado de la burguesía doméstica “no solo no ha confrontado con esta visión de país, sino que la ha reforzado”, enfocándose en la explotación de las llamadas “ventajas naturales”. Así, las pocas inversiones que registra la economía argentina “están fundamentalmente destinadas a sectores rentísticos, lo cual atenta contra una mayor diversificación de la estructura productiva”.
Al igual que otros académicos, Wainer coincide en que el libre mercado no permitirá transformar esta estructura, sino que el camino es otro. “Más allá de las notables diferencias que puedan existir en términos de estructura económica, social y política, aquellos países que han logrado torcer su ‘destino natural manifiesto’ en el marco de un capitalismo maduro, lo han hecho a partir de una activa planificación estatal, que impugne las teorías librecambistas predominantes”, sentencia.