Del libro “ESTAMPAS CHAPACAS. Visiones y Versiones sobre la ciudad de Tarija” FAUTAPO, Casa de la Cultura de Tarija, Editorial El cuervo, 2013. ”
“ESTAMPAS CHAPACAS”



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Tarija
Alcides Arguedas
[...] En Tarija se conservan invariables, las costumbres de la España fantásticamente descritas por Teófilo Gautier. Allí, la población es blanca, airosa, y habla el castellano con poca mezcla de dialectos.
En 1888, o sea, hace medio siglo, la vida en Tarija era calmosa, sedentaria, patriarcal. Vida pobre y modesta también, individual como colectivamente. La vida urbana tenía limitaciones inconcebibles y estaba sometida a una severa economía. Sólo 760 pesos anuales se invertían entonces en el alumbrado de la ciudad. “Con tan pequeña cantidad - decía el presidente del Consejo en su memoria de fines de año- no es posible alumbrar toda la ciudad, por lo que este servicio está circunscrito a una mitad de ella, tomando por centro de partida la plaza principal”.
Esto ha cambiado radicalmente, y hoy Tarija es una ciudad clara, con electricidad, servicios higiénicos, bellas construcciones y el encanto incomparable de su campiña verde.
Se llama a esa tierra la “Andalucía boliviana”, queriendo significar con ello, que lo es por su fecundidad, su jocundidad, su frescura y esplendor -cosas que no tiene toda Andalucía-. A este calificativo le añaden otros el consabido “paraíso terrenal”, o “un nido de amores”, o, todavía, “uno de los rinconcitos del mundo más atrayente y preciosos”, como decía un periodista en un número de gala de La República en 1926, y el cual periodista merece figurar con un poco más de relieve, porque resulta un tipo genérico de su especie en aquella tierra de la hipérbole desmedida, de la frase hinchada y del concepto extravagante... Ensayaba una descripción de la ciudad, y soltaba esto, llana y escuetamente, como quien asienta una verdad sin contestación ni réplica:
“Se levanta Tarija, con sus calles planas, espaciosas y rectas que superan toda perspectiva, y a los costados de las cuales se levantan las casas de un solo piso en su mayor parte y pintadas de blanco, como sistemáticamente se las hubiera hecho para que contrasten con los enormes rascacielos de las urbes populosas, tales como el Wordworth Building Metropolitan Life, Singer, Equitable Building de Nueva York, la Torre Eiífel de París, la torre inclinada de Pisa y otros monumentos, pero que, en su diminutez, ninguna belleza, ningún encanto tiene que envidiar ni que pedir a otras poblaciones preciadas de hermosas...”
Sólo el vano afán de un eruditismo superficial e inoportuno explica estas cosas de poco sentido cuando en realidad Tarija, como toda ciudad de clima cálido y de gente indolente, es una ciudad tranquila con vida esencialmente simple y casi patriarcal. Algo monótona también, necesariamente, y, sobre todo, ajena de tráfagos enojosos, limpia de molestias y de agitaciones, porque allí el trabajo no es una ley moral, ni siquiera una distracción y menos un estímulo, pues allí según testimonio del inefable periodista, la gente “vive adormecida y olvidada, sin que le importe mucho la lucha por la vida, el trajín comercial”. Menos le importan “los movimientos intelectuales, políticos y sociales…”; y allí se ve ese espectáculo insólito en este siglo de hierro y de vértigo, de encontrar gentes que sin tener renta, patrimonio ni trabajo, no pasan miserias, ni conocen el hambre...
Son las maravillas del espíritu generoso y hospitalario de una raza suavizada por el clima, adormecida y como amodorrada por el sol y los efluvios tropicales. Por eso sus gentes llevan vida tranquila, apacible, dulce, son piadosos, caritativos y obsequiosos con el extranjero. Sus mujeres, como en Andalucía, son hermosas. Jardín boliviano se llama también a Tarija y no sin razón. Jardín de mujeres bellas, aunque de espíritu dormido. La bondad del clima, la exuberancia de los dilatados bosques, la singular belleza del paisaje, imprimen en el alma de los tarijeños una vaga, discreta melancolía. De noche, al claror de la luna que riela en un cielo limpísimo, en la perfumada exhalación de sus bosques casi inexplorados, junto a los hogares, se cantan rondallas y se narran cuentos viejos. Los hijos del pueblo llevan innato en el corazón el sentimiento de la poesía, y casi todos tienen inspiración para sus cantares evocadores de pasiones fuertes: el amor, el odio, los celos, el olvido, la muerte[1].
En: Arguedas, Alcides, Pueblo enfermo, Editorial La Juventud, La Paz, 1999
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Tarija, ciudad mixta
Augusto Céspedes
Los periodistas nombraron madrina a Rosita Pizarro Aráoz
Imaginariamente, Tarija era una ciudad graciosa, voluptuosamente tendida a la orilla del fecundo Guadalquivir. Realmente es la última población civil que tocamos antes de ingresar a la inquietud sin límites del Chaco. Nos la imaginábamos como las poblaciones semifrancesas cuyo encanto viene del desierto africano con una sensualidad morisca en que se diluyen los soldados antes de partir. Y realmente es un pueblo vestido de uniforme militar, a ratos, pero que conserva debajo de él su espíritu andaluz, mecido en las ramas de los naranjos y en el ondular del paso de las mujeres, erectas y blancas.
El tránsito de las tropas y de los oficiales que han pasado por aquí ha fijado estilos y salutaciones jerárquicas. En el hotel por la mañana, el mozo me trajo el desayuno y por el solo hecho de verme con camisa de kaki me ascendió a Teniente.
¿Le sirvo té o café, mi teniente?
Y el peluquero:
Mi teniente, ¿afeito y recorto?
Una morocha:
No sea exagerado, teniente.
Hube de rectificar, asegurando que no era teniente, sino Mayor.
¿Mayor? No lo hubiera creído, tan mocito...
Desgraciadamente el sweater y la gorra jockey me devolvieron mi personalidad civil.
Sigue lo militar, fisonomizado en los grupos de hombres uniformados que charlan en la plaza, invaden el bar del hotel, andan por las calles en cuyas puertas hay siempre la sorpresa de unos grandes ojos negros y escrutadores. Aquí la magnitud de los ojos es estándar.
Por otro lado, el viejo espíritu de los días de paz se manifiesta y domina en ciertas horas, al atardecer y en las primeras de la noche, cuando las muchachas salen a pasear por la plaza en bandadas, rasgando la penumbra con su belleza clara, sus voces cantarinas y sus risas.
El espíritu reposa aquí en una apacible quietud aldeana que incita a la inmovilidad y al ensueño. Por la mañana, invade por las ventanas del cuarto del hotel la algarabía innumerable de los pájaros, y al atardecer, pájaros y mujeres forman su cuartel general en la plaza que se puebla de trinos. Por todas partes uniformes de kaki, overoles azules de los empleados de etapas y mujeres, mujeres uniformadas también por el cutis blanco y los ojos unánimemente negros.
Y este desdoblamiento entre la paz y la guerra en que se vive la vida tarijeña, adquiere relieve más evidente por el hecho de ser esta ciudad el cruce obligado en el que se detienen, para darse un abrazo, los que entran al desierto chaqueño y los evacuados y los permisionarios que salen hasta los días de descanso y paz. Así, por ejemplo, el capitán Montes que se va a La Paz, conversa largamente con el capitán Busch que vuelve hacia el Chaco, camino del segundo sacrificio.
Con Miss Bolivia
En esta oscilación entre las dos existencias, era natural y disculpable que nos inclinásemos hacia la que ofrece iniciativas más dulces. Por tanto, deleitarnos en la observación objetiva y científica de las facciones de Rosa Pizarro Aráoz, cuya belleza indomable podrán apreciar los lectores de UNIVERSAL en las fotografías adjuntas.
Nuestras Kodaks guardarán por mucho tiempo en sus lentes la visión de esos ojos maravillosos, antes impresionarse con las imágenes cruentas que verán después.
Rosa Pizarro, la serena Miss Bolivia, fue designada por unanimidad madrina de los corresponsales de guerra, creándose así un parentesco espiritual debido a que éstos se han puesto tan orgullosos como si hubieran obtenido una condecoración a priori. Pero, de todos modos, nadie podrá negar que hemos logrado un record periodístico.
Sin embargo, más que todo esto atrae, con insistencia acelerada, una ansia de partir, de “entrar” como se dice, arrojando esa palabra, igual que un lazo, a lo desconocido. Partimos mañana, con la última y sutil sensación de paz que nos entrega esta ciudad de Tarija que dejamos, y un impulso con algo de angustia hacia el embrujo del Chaco, que tiene fascinación y sangra como la mujer.
En: Céspedes, Augusto, Crónicas heroicas de una guerra estúpida, 1937.
Tarija
Gustavo Adolfo Otero
El valle de Tarija, que desnuda la plenitud de sus formas, es una extensa concavidad que modela la anchura gloriosa de sus contornos en una elevación de índices orográficos. Diríase la superficie tranquila de un lago cuyo oleaje circundante hubiese sido esculpido en la inmovilidad caprichosa de un paisaje dantesco. La ciudad de Tarija se alza en medio de la soledad de esa planicie cincelada dentro de aquel panorama de cumbres ondulantes y ceñida por el cinturón de plata del río Guadalquivir.
Tarija de la bella, objetiva su realidad estética en la contemplación de su río, en el regalo fluyente de su clima y en la admiración de su naturaleza dentro de cuya imagen palpita la vida en su espléndida majestad.
El cielo. Una pincelada lineal, sutil, suave, perfila la suntuosidad de su horizonte, sobre cuyo filo se vuelca la luz de una explosión de claridades, humedeciendo con lo oros de su resplandor la extensión infinita del valle, grávida de placidez. El cielo tarijeño, de nitidez azul, tiene una luminosidad de elevación que a veces se cubre por el brochazo espiral de las nubes lácteas y otras se esmerila por el temblor de tempestades, estando perennemente iluminado como una sonrisa por un sol que unge el paisaje de una optimista sensación matinal.
El río. El Guadalquivir, con sus reflejos argentados, traza sobre el mapa plástico de la tierra tarijeña la rúbrica de una serpiente, y sus aguas vivas, de moléculas brillantes, en una respiración serena, avanzan con la suave cautela de murmullos discretos hasta abrazar con una curva quieta y solemne a la ciudad, que se abandona a su atracción tentacular con agreste sencillez. Las aguas del Guadalquivir de transparencia cristalina, permiten profundizar la mirada sobre la felpa plateada de sus arenas, que se extienden con suavidades de regazo. Este río tarijeño tiene la belleza milenaria de una geología flamante, que aún no ha sido sometida a las torturas del acero y del cemento, y cumple maternalmente su misión de nutrir la tierra ávida, vitalizada en la lujuriante fastuosidad de su campiña. En las épocas calurosas del año, las aguas de este río se convierten en el balneario natural de la ciudad, donde luce la belleza de sus torsos, la raza de sus habitantes fuerte y armónica.
El clima. Tarija ardiente, aún no es el trópico. Centinela avanzado de las llanuras tórridas con su hervor de valle, sufre la proyección de las lejanías del Chaco, y en su dulzura de vigilancia ofrece un clima amable e higiénico, que pulveriza el ambiente con un perfume de verano.
Todo Tarija es un vergel con idílicas evocaciones horacianas. Su tierra cubierta por matices agrícolas se decora por el follaje de sus árboles que recortan la armonía de sus líneas sobre la pantalla azul del cielo, por la umbría de sus ramajes que se retratan en el espejo cambiante del Guadalquivir y por la muchedumbre de penachos de un verde de brillos rotundos, de un verde maravilloso, de absoluta pureza. Luego veis los cultivos defendidos por los tapiales en una laberíntica geometría por encima de los que se asoman la áurea cabellera de las espigas, el verde jugoso del maíz y los mirajes apretados de las hortalizas.
Bajo el zafiro del cielo de Tarija, como un espejismo alucinante se ofrece la ciudad con los evocadores contornos de una ciudad moruna. Tarija, desde la lejanía, tiene el realce artístico que da el barniz a las perspectivas trazadas sobre la tela. Se le antojan al turista las casas como un rosario de dados que se agrupan sobre un tablero de ajedrez, aglutinados por una fuerza que no puede ser otra que la fuerza de la cohesión urbana. Coronan este conjunto estereográfico la figura señera de los templos que elevan al cielo la turgencia de sus torres y la cóncava perspectiva de los edificios modernos que disparan la insolencia de sus ladrillos en una ascensión multitudinaria.
Los primeros descubridores españoles, al atalayar la hermosura del valle de Tarija, entusiasmados por el fantástico panorama que se les presentaba, exclamaron:
- ¡Este valle es tan rico como Granada y tan bello como Andalucía!
Así se explica que el caballero sevillano don Luis de Fuentes fundara el valle de Tarija en la zona que por sus características topográficas climatéricas y agrícolas es como un desdoblamiento de la comarca sevillana. El amor racial a su patria chica y la nostalgia de ella, empeñaron a Luis de Fuentes a crear en ese rincón florido de Bolivia una nueva Sevilla. Dentro de esta atmósfera mental se dedicó a bautizar la comarca tarijeña con análoga nomenclatura de la sevillana, y así el río que baña Tarija le llamó Guadalquivir; a una planicie próxima a la ciudad le denominó La Tablada igual que la de Sevilla, etc. Aún más; las construcciones se hicieron de tipo sevillano y la ciudad recién fundada fue poblada por los paisanos de Fuentes, que hasta hoy conservan en toda su pureza las características somáticas. Para trazar el paralelo entre Sevilla y Tarija sería necesario escribir un ensayo que contuviera las esencias diferenciales y las semejanzas de ambas ciudades, y al no poder hacerlo, dejamos intocado el tema de tan hondas y tan ambles sugerencias, rendidos ante la magnitud de la empresa.
Tarija es, pues, la Sevilla boliviana, guardando las naturales distancias, que el tiempo, la sabiduría de los siglos, el arte, y la divina gracia han hecho de Sevilla la ciudad de más sabor típico de España.
Para dar la sensación íntima, jugosa y penetrante de la sutiles esencias de Tarija, habría que dar vida cromática al blanco enjalbegado de sus muros, recoger la callada sonoridad de sus casas llenas de silencio y de reposo, captar la graciosa maravilla de sus jardines alegres, de sus rosales, de sus limoneros, de sus hortensias, de sus gardenias, de sus jazmines... Habría que evocar la música optimista de sus campanas que cantan una canción jubilosa de salud, de dicha y de satisfacción. Habría que describir sus calles estrechas y sombreadas que se dilatan en la claridad de una plaza que es un jardín donde se exhiben lo primores de la belleza vegetal de Tarija, el lujo de sus magníficos templos y las construcciones suntuarias. Habría que detenerse a saborear el inesperado encanto de rincones que guardan el secreto de unos amores. Habría que sonorizar una película de la vida pintoresca del popular y alegre barrio de San Roque y sensibilizar las acuarelas de tipo moderno que ofrecen los edificios elegantes que son los exponentes de la riqueza y del progreso económico y mercantil de Tarija. Y luego, habría que deshojar las rosas de un madrigal para elogiar la belleza llena de firme lozanía de las tarijeñas, en cuyos ojos alumbra la misma luz llena de gracia de las mujeres sevillanas.
El turista, fuera de las fragancias sensuales con que embalsama la atmósfera de naturaleza tarijeña y de los encantos que un subjetivismo alerta puede descubrir y gozar, encuentra un vasto campo de estudio y de investigación científica en el único museo paleontológico boliviano que funciona en Tarija, de una extraordinaria riqueza en los más variados y raros ejemplares de las faunas desaparecidas, que son verdaderos tesoros de la ciencia para el conocimiento de evolución de las especies y la reconstrucción del medio humano prehistórico y la investigación de su génesis. Los sabios naturalistas encontrarán en Tarija material abundante para sus trabajos, tanto en ejemplares que ya son piezas de museo, como en aquellos que aún permanecen sepultados. Varios son hasta hoy los hombres de ciencia que han prestado la sabiduría de sus luces al estudio y a la observación de los restos fósiles de Tarija, recordándose, entre otros, principalmente a Curvier, D’Orbigny, Lavagne y Barón Nordenskiold. La alta jerarquía de las eminencias científicas anotadas sitúa en toda su importancia al gran valor científico de los fósiles tarijeños.
Tarija es una de las poblaciones bolivianas cuyo porvenir se anuncia con las esperanzas más halagüeñas. La riqueza agrícola de su suelo, unida a la abundancia de yacimientos petrolíferos, hará que la ciudad de Fuentes sea la metrópoli del S.E. de Bolivia.
En: Otero, Gustavo Adolfo, Estampas Bolivianas, Gisbert y Cia., La Paz, 1948.
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Mi homenaje a Miss Tarija
Carlos Medinaceli
El mejor homenaje que debemos a nuestros semejantes, es el homenaje de la verdad. Es esa la manera que tenemos los hombres sinceros y respetuosos de la dignidad humana de honrar a nuestros prójimos. Eso quiere decir que los consideramos en la misma medida que a nosotros mismos, como a “personas”, y no como a “cosas”. Porque el que nos dice la verdad, aunque amarga, es claro que nos tiene como a dignos de merecerla. En cambio, el que nos adula, nos engaña y hace un mal. Está interesado en explotarnos. Si en el trato humano de persona a persona el que uno le mienta, adule y, por consiguiente, engañe a otro, es inmoral, y que se haga eso con todo un pueblo, ya es algo mucho más grave, porque las consecuencias repercuten en lo colectivo, malogran los intereses de una región y de la patria misma.
Ahora bien, eso ha sucedido con todos los pueblos de Bolivia, pero con ninguno como con Tarija, durante la guerra. Nadie le ha dicho la verdad, o porque no la ha observado, o por cobardía, o por mala fe. Al revés, cuanto gacetillero, poetastro y garrapateador pasó por la ciudad se ha creído predestinado a recalentar los ya manidos lugares comunes de la Andalucía boliviana, la belleza de la mujer tarijeña y la hospitalidad hogareña de la tierra de Luis de Fuentes. Antes de la guerra Tarija vivía de la chicha que expendían las buenas caseras. Después de la campaña ha vivido de todos los lugares comunes que la han prodigado los grafómanos irresponsables y los poetas chirles a aquel pueblo que lejos de adormecerse con el sahumerio opiáceo que le suministraban aquellos pelafustanes, debería alimentarse con el “tuétano de león de la verdad”, para ser lo que debe ser, un pueblo de hombres, y no de mujeres bonitas.
Copio, para ser más verídico, de unas notas de un Diario que escribí cuando me encontraba en Tarija, lo siguiente: “Esta noche, mientas tertuliaba con R. en la plaza, se me ha ocurrido la idea de que Tarija es un pueblo hembra, mientras que Potosí es un pueblo macho, lo mismo que La Paz, a excepción de los gandules de la calle Comercio. Hay un tal ambiente de “eterno femenino” aquí que mezclado con el olor de los naranjos, es algo que absorbe los sentidos y embota la inteligencia hasta enervar la voluntad. Y, esto, que si individualmente, para los que visitan Tarija de paso es un regalo de la vida, en cambio, socialmente, o sociológicamente hablando, si el término no es pedante, es lo peor que le puede ocurrir a un pueblo. En primer lugar, es obvio pensar que en una sociedad donde ya sea por una causa u otra, por su belleza, por su abundancia, por su mayor euforia vital o su actividad es la mujer la que predomina y domina, ese pueblo ha de permanecer arrebatado a las modalidades propias, a las virtudes pequeñas y comineras del espíritu de la mujer”.
He aquí por qué, hasta ahora, fuera de Arce, que es una antítesis de Tarija, no ha producido más un hombre superior. Las posibilidades que tuvo han sido aplastadas por el ambiente.
Culpa Tarija su atraso al olvido de los gobiernos. Más justo sería que lo impute a sus propios hijos.
Por el propio interés de las mismas mujeres, eso debe variar. Es necesario que ellas sepan la verdad, abran sus ojos, a la realidad de su vida y de su situación. Nada han de remediar con madrigales, si continúan conservando su alma del siglo XV en el siglo XX.
En este sentido, las tropas del ejército y la oficialidad que han venido aquí y han permanecido un tiempo, han hecho una mala obra: se han concretado a enamorar a las mujeres, a galantearlas, a llenarles de fantasía la frágil mollera, haciéndoles vislumbrar un país donde ellas serán dueñas y señoras. Con eso no han hecho otra cosa sino volverlas unas defraudadas del amor y de la felicidad a semejanza de Emma Bovary que perdió la chaveta de tanto leer novelas románticas. La mujer tarijeña de hoy cree que va a ser redimida de su feudalismo por el amor. ¿Y, qué amor? El amor militar.
¿Quién hay, entre los tarijeños, que piensen en estos problemas? ¡Nadie está para perder el tiempo en semejantes... filosofías! ¡Viva la bagatela! Es decir, ¡viva la Andalucía boliviana!
A propósito de la Andalucía. Hace algunos días llegaron de noche unos tenientes cochabambinos, muy pagados con la Andalucía. Pero como aquella noche llovía y no había luz, tuvieron que andar a oscuras. Y para iluminarse un poco, encallar donde Miss San Roque.
No, después de la guerra con el Paraguay, la mejor guerra que podrían emprender, estos patriotas heroicos es la guerra contra sí mismos, contra su andalucismo, su aletargamiento y su somnolencia intelectual.
Este es otro gran problema que no obstante su notoriedad, nadie ha tenido la sinceridad de plantearlo en términos claros: la falta de lucidez en la inteligencia del tarijeño corriente.
Este hecho, que podría reconocer una de sus ejecutorias de abolengo en la chicha, según el Dr. Genaro Villa deriva de una causa física, de la falta de yodo en la atmósfera. Según el mismo facultativo, esa también es la causa para la propagación del bocio. Y, como ya sabemos por los modernos estudios de Endocrinología, el bocio es, según el Dr. Marañón, causa de ineptitud mental.
En el pueblo de Luis de Fuentes reina un tal ambiente de zoncera que es una de las cosa más encantadoras del mundo. Por eso es que les ha gustado tanto a los poetas y los colaboradores espontáneos de los diarios metropolitanos. En cuanto ponían los tales el pie en la loma de San Juan ya sentían que dentro de sí les nacía la musa de Pierre Lotí o de Paul Morand. Y se creían obligados de enviar a “El Diario” o “La Razón” el inevitable poema o impresión de viaje del Guadalquivir imprescindiblemente también dedicado “A la señorita X”. Efectos de la atmósfera. No de la zoncera.
El que sí es una víctima expiatoria de ella es el doctor Villa. A veces Dios es injusto. Diríase que toda la inteligencia que el Supremo Hacedor debió haber distribuido equitativamente entre todos los hijos de Luis de Fuentes, se la ha dado sólo a él para que ande tomando el pelo a todo el mundo.
Porque el doctor Villa, que es todo un psiquiatra, mejor que el bisturí maneja la mayéutica.
Pero la inteligencia que Dios le ha dado no ha sido para su bien, sino para su tormento. Porque dado el ambiente, le ha ocurrido a él también lo que de Bouvard y Pecuchet nos cuenta Flaubert: “entonces se les desarrolló una facultad lamentable, la de ver la tontería y no poder tolerarla”. Sale, hastiado, de su casa y caminando por la calle aquella donde se encuentra la casa de don Juan Navajas - que es todo un monumento al mal gusto, -la casa, no Navajas , por lo cual, según Heine decía de los malos poetas, debería merecer por lo menos diez años de presidio - Navajas, no la casa - se dirige el Dr. Villa a la plaza y allí tropieza con algún Trigo o algún Navajas - porque aquella tierra feliz tiene la especialidad de producir trigo con navajas, lo que es el colmo de la fecundidad -, y como da de bruces con alguna tontería fundamental, no tiene más que tomarle el pelo. Pero ya se ha hecho de mala sangre.
Doctor — le dije una vez-, usted es el Sócrates de Tarija.
Para tal Atenas, tal Sócrates- me respondió al punto.
Por eso, algunos jóvenes que eran a su vez víctimas expiatorias de aquel Sócrates a domicilio, se dijeron: Bueno, hay que dejar de ser zonzos. Para ello, lo mejor, es salir cuanto antes de aquí. Y se han venido a La Paz. Pero en La Paz ya también se han ido a otro extremo: han resultado demasiado vivos.
Bueno, se dirá, pero esto no es un homenaje a Miss Tarija. ¿Qué más homenaje que la verdad? Si yo pudiera ser absolutamente sincero, no le haría un soneto ditirámbico a ninguna Miss o reina de Belleza. Le diría: - Mire, señorita, no se engañe ni se infatué con su reinado, porque como dijo el auténtico Sócrates, “la belleza de la mujer es una soberanía que dura poco tiempo”. Y, además estos concursos de belleza actuales, como toda invención yanqui, tienen siempre un repulsivo carácter comercial, es como una exposición de ganado vacuno o lanar en donde se busca, con fines comerciales, los mejores ejemplares para obtener el mejor rendimiento económico. El que a una buena y casera jovencita se la proclame Reina de Belleza es hacerle un mal, en nuestro económico país, porque ya casi nadie se anima a casarse con ella, ¿Quién ha de ser el guapo que cargue con una Venus de Milo a su casa? Porque se necesita nada menos que tener el valor de un Júpiter para decir: -Oye, Afrodita, alcánzame los calzoncillos. O, lávame esos calcetines. Y Anadiomena conteste malhumorada:- Allá tú con tus cosas. Yo tengo que dar de mamar a la guagua. He ahí la soberanía de la mujer.
En: Medinaceli, Carlos, Chaupi P’unchaipi Tutayarka, Amigos del Libro, La Paz, 1978.
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Tarija. Líneas Generales
Bernardo Trigo
Tarija se encuentra situada a los 21° 32' 11” de latitud y 67° 05’ 25” de longitud. Está a 1924 metros sobre el nivel del mar.
El año 1574, el Virrey de Lima don Francisco de Toledo se encontraba de visita en la ciudad de La Plata, donde fue informado de los robos y matanzas que los indios chiriguanos hacían en la provincia de los Chichas, así como del cordón de salvajes que cerraban el paso a Buenos Aires y Tucumán, que eran las plazas para el comercio de Potosí y Chuquisaca. Acordó entonces encomendar la fundación de la Villa “San Bernardo de Tarixa” al famoso Capitán don Luis de Fuentes y Vargas, a cuyo fin le extendió, en 22 de enero de 1574, el título de “Poblador y Repartidor de Tierras”, con facultades de Teniente de Capitán General y Justicia Mayor. Dispuso a la vez, llevase consigo cuarenta o cincuenta hombres. Así fue. - “De los cuarenta o cincuenta hombres escogidos - dice el Padre Mingo - muchos o los más de ellos eran de mucho honor y caudal. Son dignos de memoria don Manuel Esqueta, don Lázaro de Roa, don Juan Hurtado de Colodro, don Pedro Vicente de Morón y otros, y alguno de ellos trajo consigo muchos sirvientes de los que tenía en una hacienda cercana de la ciudad de Chuquisaca”.
El 4 de Julio de 1574 se fundó Tarija, designándose el personal de Cabildo[2]. El Padre Mingo dice:
“Se formó un competente y hermoso pueblo, cuya planta y descripción fue la que decretó el mismo Virrey y quiso que fuese con las circunstancias siguientes: Que se crease y estableciese un Cabildo o Compuesto de los Alcaldes Ordinarios, un Alguacil Mayor, tres Regidores, un Procurador General y un Escribano. Para suerte de esta Villa eligieron una bella, larga y ancha pampa, que aunque entonces estaba llena de árboles, está en un apacible terreno llano. Si bien es cierto que para venir y entrar en ella se ha de caminar antes por cuestas tan ásperas y malas que los que tienen noticias de ellas se les quita la voluntad. La planta y formación de esta Villa o pueblo fue en su principio muy buena; y se reconoce muy bien desde una inmediata lomita o cerro bajo llamado San Roque. Desde él se ven las calles rectas, muy largas, anchas y bien dispuestas con acequias que llevan agua suficiente a las huertas que los vecinos tienen en sus casas. Estas se hicieron o fabricaron grandes y buenas, más en el día se hallan muy ruinosas; faltan muchas de las primitivas, unas porque el inmediato río las ha destruido y otras porque habiéndose caído las viejas y antiguas, no tienen los dueños de los solares los necesarios medios para levantarlos. De aquí es que el vecindario dentro de esta Villa no pasa al presente de doscientos y veinte vecinos. (Año 1795). Pero no se puede negar que además de estos y de los que viven en expresado cerrito de San Roque, hay millares de habitantes en las inmediaciones y campos con ranchos y casas de Pajareque o de embarrado. Ha tenido esta y tiene esta Villa dos buenas plazas. La una se llama la del Rey, que sirve solamente para la revista de los soldados y de las armas que se le da: asimismo sirve para los ensayos de las fiestas de Plaza y para varios concursos de la gente de la jurisdicción o forastera. La otra es la llamada “Mayor” o la “Común”. Esta es muy grande y cuadrada. Hallase en el centro o en el medio del pueblo y a ella vienen de ordinario las gentes de las Chacras y Aldeas a vender varios efectos, cuales son: hortalizas, frutas, papas, ajipas, vasijas de barro, bateas de madera, etc. y algunas personas del pueblo envían a ella a vender pan, empanadas fritas, etc., y así mismo sirve esta plaza para los actos públicos de justicia. En ella está situada la iglesia Matriz Parroquial que es grande y tiene tres puertas de la que la principal está al oriente con su cementerio muy capaz. También están en dicha plaza las casas y portales del Cabildo con dos salas o cuadras en lo alto. La una es la capitular destinada para las juntas de los jueces y regidores. La otra asignada para tener en ella las armas y municiones. En los bajos de ellas hay dos oficinas; cinco piezas para los papeles y escrituras del Común, esto es, del Archivo. Pero hoy ya faltan y se han sacado por necesidad a la casa de un vecino. Asimismo, hay dos cárceles, una para hombres y otra para mujeres, sin comunicación la una con la otra”.
Las crónicas asignadas en viejos pergaminos, nos refieren que el clima de Tarija era “templado apacible”; que en los años de la fundación era “muy cálido, húmedo y ardiente”. Debió obedecer a los cerrados bosques que contorneaban la región. Desde las faldas de la “Calama” los enormes bosques de Tipas, Quebrachos, Cedros, Pinos, Nogales, Algarrobos, Ceibas, Tacos, Sauces y Molles cubrían toda la hoya y hermoseaban las faldas del Chijmure, y las serranías de Santa Ana, Erquiz, Coimata y la Piedra Pintada. Hoy todo está devastado... La civilización se ha encargado de talar nuestros bosques. Nos falta el calor de la tierra y arrullo de los ríos.
Nuestro ilustre cronista Padre Mingo, nos habla de la situación geográfica de Tarija. Merecen ser conocidas esas apreciaciones y estudios. Dice así:
“La situación geográfica de esta Villa de Tarija, cae o está en lo veinte un grados cincuenta minutos de latitud sud, según el mapa novísimo formado con todo cuidado y arregle en el año pasado de 1792; y en los 315 grados de longitud poco más o menos, según el meridiano de Tenerife”.
Y con respecto a los límites, consigna el siguiente dato de sumo interés:
“Cae este pueblo y partido de Tarija entre las provincias de Jujuy y la de Pilaya y Pasopaya, que hoy es conocido con el nombre de provincia de Cinti, de la que es cierto cae al Norte respecto a Tarija; pero la de Jujuy, la de Salta y la de Tucumán caen al Sud. Lo mismo la ciudad de Buenos Aires que dista de Tarija 484 leguas”.
Nos relata a la vez la vida religiosa de Tarija; dice que: desde el principio — la Villa- estaba adornada y surtida de conventos, el de Santo Domingo, el de San Agustín, el de San Francisco, el de San Juan de Dios y el de la Compañía de Jesús. Convento de monjas de vida contemplativa, felizmente no llegó a fundarse, se cree que fue por falta de un local apropiado. A la expulsión de los Jesuitas, que se hizo el año 1767, se pensó destinar ese Convento para tal objeto, lo que no fue posible por haberse ocupado “para dos aulas de enseñanza, una de primeras letras y otra de latinidad y gramática”. Ambas, funcionaron perfectamente por algunos años sostenidas por el Arzobispo y los padres de familia. A los que dos o tres años de su funcionamiento, se cerraron por falta de reclusos
El mismo cronista nos informa de la vida de ilustres hombres que sobresalieron por sus virtudes, tálenlo y riqueza. Citaremos algunos. Juan Porcel de la Padilla, que fue Corregidor y Registrado de tierras de las Salinas y que fundó el pueblo de “Las Torres”. Don Alfredo Real, don Antonio Esquete, don Cristóbal Hoyos y Nostrata y don Lázaro de Roa, que se distinguieron por hombres acaudalados, trabajadores, caritativos y de bien. El Padre Herrera lo cita al Sr. Roa como un filántropo que “Instituyó y dejó varias obras pías en esta Villa”. Entre las mentalidades que han sobresalido, muy especialmente en el sacerdocio católico, que era la única profesión que abrazaba la juventud, podríamos citar a don Juan de Nicolalde, que fue Obispo de Chile y electo Arzobispo de la Plata; y no llegó a consagrarse por haberlo sorprendido la muerte a su paso por Tacna. Don Diego de Armenia, presbítero “muy célebre por su mucha sabiduría”. El padre Mingo dice;
“Los doctores Josef Sánchez Venegas y don Josef Venegas, ambos no menos célebres que aplaudidos, con más que otros que omito. Pero lo que más admiración causa, son los que al presente florecen con fama bien sentada de DOCTOS y son: el Dr. Thomas Mealla, graduado en teología; cura actual de la parroquia del Valle de Chaguaya, y al presente es cura de Guayllamarca. El Dr. Josef Ignacio Pantoja, que habiendo sido con aplauso Cura en tres pueblos, se halla con el mismo, empleo en una de las parroquias de la ilustre Villa de Potosí. El Dr. Baltazar de Arce, graduado en teología y en leyes. El Dr. Juan Ildifonso de Echalar, ex-cura rector y vicario de la Villa de Tarija, su Patria”.
Entre los cargos que desempeño este sacerdote, se indican algunos de alta jerarquía en el Arzobispado, coronando su carrera con la dignidad de “Canónigo Magistral”. Don Ignacio Echalar, hermano de don Juan Ildifonso, fue también doctor en Teología y en Leyes. El P. Mingo, concluye sus anotaciones cronológicas con las siguientes notas:
“Ha habido en este país algún número de religiosos que en distintas órdenes sagradas han florecido. De ellos dos fueron famosos predicadores en la orden de mi padre Santo Domingo, a saber: el P. Fray Domingo Flores, y el P. Fray Carlos del Castillo. Otros dos hubo en la orden de mi padre San Francisco, llamados Fray Rafael Castro y Fray Pedro Castro.”
Los sacerdotes José Mariano y Sebastián Ruiloba, que fueron hermanos, encarnaban el talento y la cultura. Tenían distintos temperamentos. Rebelde y batallados don José Mariano; humilde y bondadoso don Sebastián. Fueron los hombres de los gesto libertarios de 1810. El Dr. D’Arlach, nos refiere en una de sus crónicas que el Cura José Mariano viajó a Potosí para conocer y saludar al libertador Simón Bolívar; más, la muerte lo sorprendió a tan ilustre sacerdote, días antes de la llegada del Libertador. Y dice. “Bolívar quiso hacer desenterrar esos restos expresando que deseaba conocer siquiera en muerto a ese gran patriota”. Don Sebastián, era un orador sagrado. Poseía el latín a la perfección. Cuando el Libertador entró a La Paz - dice d’Arlach - el Presbítero Ruiloba (18 de agosto de 1825) le dirigió un brillante discurso en griego. Bolívar lo tenía en muy elevado concepto, y había dicho que “era uno de los más ilustres sacerdotes que había conocido”. Y cuando debía llevarlo a su sede episcopal, murió a la edad de 51 años[3].
Por lo general, el varón se ha caracterizado por su sinceridad. Es franco, leal, servicial, valiente y expansivo No tiene repliegues. Inteligente y trabajador. Recordemos a Tordoya, Dozal como ejemplos de filantropía, en la época de la Colonia. A Uriondo, Avilés, Rojas y Méndez como soldados valerosos en la guerra de la independencia; en la República, ostentamos mandatarios como Arce y Campero y mentalidades pujantes como José Julián Pérez, Luis y Domingo Paz, Saracho, D’Arlach y otros.
La mujer tarijeña ha sido siempre bella, dicen viejas crónicas:
“Las mujeres son por lo común buenas, son de mucho entendimiento; no son ociosas, sino muy trabajadoras en costuras de lienzo y en telares de lana y en amasijos. Son muy modestas y el vestuario que usan ha sido siempre y es muy honesto”.
El Padre Herrera dice:
“Las mujeres por su recogimiento, recato y virtudes, varias de ellas se han retirado a los claustros de diversos monasterios a servir a Dios con más perfección. Citaremos de pronto a dos distinguidas niñas Echalar e Ichaso. Hoy han tomado en nuestros días, el santo hábito de religiosas, diez señoras, jóvenes, virtuosas y nobles en varios monasterios de Córdova del Tucumán, Chuquisaca, Cochabamba y la Villa de Potosí.
La dama tarijeña es orgullo de la raza. Es Amalia Arce Argandoña, que fue declarada “Ilustre dama Boliviana”, por las instituciones sociales de Sucre, capital de la República; es Lindaura Anzoategui de Campero, consagrada poetisa que ennobleció el hogar de Narciso Campero; es Avelina Raña que fue exponente en las letras nacionales; es Rosa Pizarro Aráoz, consagrada Miss Bolivia en concurso nacional y es finalmente la mujer del campo, de la montaña, de la choza y la aldea la que ostenta su garbo altivo y luce sus pechos provocativos.
El año 1750 visitó a Tarija el Arzobispo de la Plata doctor don Gregorio de Molleda y Clerque, y en el templo de la Compañía de Jesús se dio lectura a la orden del REY, por la que se condecoraba a la ciudad por “MUY LEAL Y FIEL”, en premio a su “adhesión a la corona y de sus importantes servicios en la reducción de tribus infieles y en la exploración del Chaco”. Ese día el vecindario se vistió de gala. El Arzobispo dio la comunión a hombres y mujeres. Las fiestas y las procesiones en acción de gracias se disputaban el turno.
El comercio tarijeño era muy limitado en los primeros años. La agricultura consagraba la mayor atención del vecindario, la siembra y el cultivo de maíz, se hacía en gran escala. El P. Mingo, tantas veces citado, dice:
“El maíz es tan bueno que desde Lima a Buenos Aires es el más sobresaliente, selecto y sustancioso. Se remite en venta a las frías poblaciones de Chichas”.
La ganadería era otro de los renglones de la especulación. Su producción abastecía en absoluto a los curatos de Chichas, Talina, Cotagaita, Chocaya, Tatasí, Colcha, etc.
En la guerra de la independencia, Tarija contribuyó con su sangre y sus bienes. Es el Gral. Belgrano que comandaba los efectivos gauchos, quien recibía a los reclutas en número enormemente superior a la densidad de la población, así como ganado vacuno y caballar.
A Tarija le ha perjudicado mucho en su progreso la falta de vías de comunicación con centros de mayor cultura. Ha vivido y vive enclaustrada. Este abandono viene desde muy lejos. El Padre Mingo nos cuenta:
“Los jóvenes dicen siempre “Que se van pa’ abajo”, que es su dicho para decir “Que se van a Tucumán”. En efecto, son tantos los que, y los que se han ido a la dicha provincia, que al venir yo en una ocasión de Buenos Aires para acá, me dijo un anciano tarijeño en una estancia del territorio de abajo, que era tanta la gente avecindada y de Tarija, que estaban dispersos por aquellos contornos, que con solo ellas se podría formar una ciudad tan grande como Córdoba. Y yo lo creo, porque sabía (y se) que en lo hombres de este territorio el comercio es limitado. Y añado, que quizá por estas causas los más de los pobladores que actualmente componen la principiada nueva ciudad de Orán en Centa, de la jurisdicción del Tucumán, son Tarijeños”.
A la fecha ese éxodo es el mismo. Nuestras Villas están desiertas y los campos abandonados. Han transcurrido trescientos sesenta y seis años desde la fundación de Tarija, y sensible es decirlo que la población no guarda armonía con la riqueza de su suelo. Faltan caminos, faltan industrias; faltan escuela, faltan oficinas de higiene; faltan implementos agrícolas; faltan hombres que sepan querer a su tierra.
Hoy debe tener el Departamento unos trescientos mil habitantes; y la Capital Tarija, máximo, treinta mil. Cuando se anexó a Bolivia lo hizo con todo su territorio, es decir, con lo que tuvo en la Colonia. Tenía una extensión calculada de 183.606.16 km. cuadrados, sin incluir las enormes extensiones que le pertenecían en el Chaco, calculadas en 800.000 km. cuadrados. Hoy, escasamente tiene 81.763.16 km cuadrados. ¡Adversidades del destino!
En: Trigo, Bernardo, Crónicas y perfiles de mi tierra, Editorial Renacimiento, Tarija, 1940.
[1] A propósito de los cantares estilados en toda esa región de uniforme carácter físico, véase la interesante obra de Ricardo Rojas, El país de la Selva, donde el poeta ha recogido varios, tomándolos en el país mismo de su origen, que es, en todo sentido, prolongación del que venimos haciendo mención. Como bien dice Rojas, “esas poesías nacen de analfabetos sin instrucción alguna y valen como expresión del alma colectiva y de profundas pasiones individuales”.
[2] En nuestra obra “Las tejas de mi Techo”, tratamos de la fundación de Tarija en forma amplia y documentada. Al presente, queremos consignar líneas generales.
[3] “Tarija y sus valores humanos”, por Bernardo Trigo.