Del Libro “La Batalla de La Tablada 200 Años” De: Juan Ticlla Siles:
8 Expedición de La Madrid al Alto Perú, combate y rendición de Tarija, sus maniobras y aventuras 35



Tal era el estado de la insurrección popular en el Alto Perú, cuando la expedición de La Madrid, penetrando en su territorio, cortó la línea de comunicaciones de los invasores de Salta a la altura de Yavi. La Madrid, faltando a sus instrucciones, en vez de operar por el despoblado, se inclinó sobre su derecha, dejó a su izquierda el río y la quebrada de Sococha y determinó dirigirse sobre Tarija, dando como causal de esta variación la falta de cabalgaduras para llenar aquel objeto. De este modo, una simple diversión se convertía en una verdadera operación de guerra ofensiva, sin base, sin plan y sin más objetivo que la buena o mala estrella del aventurero jefe de aquella expedición.
A la altura de Cangrejillos, una de las partidas de la expedición sorprendió un destacamento enemigo (el 8 de abril de 1817), que de Tupiza se dirigía con comunicaciones al ejército invasor de Salta, matando seis soldados y un oficial, de los doce que lo componían, y tomando prisionero el resto, sin que uno solo escapase. Desde este punto tomó el rumbo del noroeste, y marchando con suma rapidez día y noche, trasmontó la sierra, y entrando por la quebrada de Tolomosa, penetró al territorio de Tarija por el abra llamada la Puerta del Gallinazo, a cuyo pie se extiende la cuesta del Inca. Allí se le unió el caudillo Méndez con su partida, fuerte como de 100 hombres. El 14 de abril se presentó sobre las alturas que dominan la villa de Tarija, sin que hasta ese momento se hubiese sospechado su presencia en aquellos lugares, pues La Madrid había tenido la precaución de secuestrar más de 100 personas de ambos sexos que encontró en su camino, a fin de que no dieran noticia de su marcha.
La villa de Tarija estaba atrincherada y guarnecida por un batallón de cuzqueños, mandado por el comandante don Mateo Ramírez. En el inmediato valle de Concepción estaba acampado un escuadrón, protegido por 50 hombres de infantería, del cual era jefe el teniente coronel don Andrés de Santa Cruz, tan célebre después, quien por un accidente se hallaba aquel día en Tarija. La Madrid, en la dirección que llevaba, dejaba Concepción a su derecha, y por lo tanto se interponía entre ambas fuerzas, amagando a la villa por la parte del este. El jefe español intentó hacer una salida; pero, intimado por los cañonazos que le disparó La Madrid río por medio, se reconcentró a la plaza. La Madrid ocupó el morro de San Juan que domina la villa, estableciendo en él sus dos piezas de artillería, ocupó los suburbios e intimó rendición al enemigo. Ramírez le contestó que «un jefe de honor no se entregaba a discreción por el hecho de disparar cuatro tiros, y que él sólo lo haría cuando no le quedasen más que 20 hombres, y estos sin municiones». Ya se verá de qué modo correspondió a esta enérgica resolución.
Al día siguiente (15 de abril) por la mañana se presentó en el campo denominado de La Tablada la fuerza de Concepción, que al ruido de los cañonazos acudía en auxilio de la plaza en número de 50 jinetes y 50 infantes. La mandaba el segundo de Santa Cruz llamado Malacabeza. La Madrid, sin desatender el sitio, salió en persona a su encuentro al frente de sus húsares, y le batió completamente, le causó 50 muertos y les tomó otros tantos prisioneros, distinguiéndose en este encuentro el capitán Don Lorenzo Lugones, que en calidad de aventurero seguía la expedición, procurando rehabilitarse de su participación en la insurrección de Santiago del Estero el año anterior. Bajo la impresión de este triunfo, dirigió segunda intimación a la plaza, previniendo al jefe de ella, que las comunicaciones en que pedía auxilios a Cotagaita, Potosí y Cinti habían sido interceptadas, y le dio de plazo cinco minutos para decidirse. El jefe español, olvidando su arrogante respuesta anterior, contestó que, aun cuando tenía fuerza suficiente para sostenerse, pedía capitulación, y se entregaba prisionero con su guarnición, sin más condiciones que los honores de la guerra, garantías para los paisanos a quienes había obligado a tomar las armas y el uso de la espada para los oficiales con seguridad para sus bagajes. En consecuencia, en el mismo día rindieron sus armas en el campo de las Carreras al este de la villa, tres tenientes coroneles (entre ellos Santa Cruz), 17 oficiales y 274 soldados, siendo los trofeos de este triunfo incruento, 400 fusiles, 114 armas de toda especie, 5 cajas de guerra y muchos otros pertrechos militares.
La noticia de la rendición de Tarija fue la primera que tuvieron los realistas de la expedición argentina, y cayó como un rayo en las provincias del Alto Perú. La fama abultó su importancia, dio a La Madrid un cuerpo de tropa de 2000 hombres, suponiendo una combinación con el ejército de Tucumán por la vía de Orán, lo que hizo cundir por todo el país la alarma en unos y la esperanza en otros. Los jefes españoles, completamente sorprendidos, en la ignorancia de la suerte del ejército de La Serna en medio de poblaciones dispuestas a la insurrección, podían contar por lo pronto con las guarniciones fijas de Potosí, Chuquisaca y Cotagaita y algunas columnas volantes sobre Cinti y el río de San Juan que reunidas alcanzaban a 1800 hombres de línea, diseminados desde Tupiza hasta Tarabuco. El general Ricafort, que mandaba en Potosí, que había sido el verdugo de los americanos en el Cuzco y La Paz, era empero un militar inteligente y resuelto, y fue el primero que se puso en campaña al frente de un batallón y varios piquetes, con cuya fuerza se adelantó hasta Tupiza. O’Relly, con dos batallones y una compañía de caballería, ocupó sucesivamente las alturas de Cinti a Puna, quedando Lavín en observación del valle de Cinti con una columna volante. Estos movimientos mostraban que los jefes esperaban un ataque de frente, y que, precaviéndose contra él, extendían su línea defensiva esquivando su izquierda en previsión de un avance por Cinti, a fin de mantener así el dominio del camino de comunicaciones con Humahuaca, a la vez que proteger Chuquisaca.
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LA EXPEDICIÓN DE LA MADRID EN 1817[36]
LUIS PAZ
La caída de Napoleón, la restauración de Fernando VII al trono de España y la paz de Europa influyeron poderosamente en los negocios de la América española, y la guerra tomó otro carácter. Vinieron tropas y se dio nueva actividad a las operaciones. Abascal fue llamado a España, Pezuela fue premiado con el virreinato del Perú y el general La Serna fue destinado al mando en jefe del ejército que debía reconquistar esta parte de la América. Con La Serna vinieron muchos jefes y oficiales de indisputable mérito, instruidos en la táctica moderna y que estaban al corriente de los adelantos que había alcanzado la ciencia militar en la Península.
No obstante, el mérito de los nuevos jefes españoles, tenían la desventaja de no conocer el país, y sus providencias se resintieron de la inexperiencia. Las reuniones de indios patriotas en el Alto Perú seguían dándoles en que entender, lo que no impidió que las exterminasen, sin exceptuar la principal que mandaba el coronel Warnes, quien fue batido y muerto cerca de Santa Cruz.
Ocho años hacía desde que se inició la revolución libertadora del continente, y la conflagración era tan general que no tenían los invasores más terrenos que el que materialmente pisaban, y aunque la caballería del ejército real había hecho bajo la dirección de Canterac considerables adelantos, no por eso fue más feliz en esa guerra de detal a la que eran provocados sin cesar. En un combate regular era indisputable la superioridad de la caballería española, pero después de agotar sus fuerzas ensayando cargas sobre unas líneas débiles que se les escapaban como unas sombras fugitivas, concluían por haber sufrido pérdidas considerables en esas interminables guerrillas sin haber obtenido ventaja alguna.
El general Belgrano, que se mantenía tranquilo con el ejército argentino en Tucumán, tentó algunas operaciones parciales. El teniente coronel don Daniel Ferreira fue mandado por entre las poblaciones de indígenas del territorio que forma hoy Bolivia, a tomar el mando de los restos del cuerpo que había mandado Warnes y que a órdenes del comandante Mercado se conservaba en lo desiertos de Santa Cruz de la Sierra, algo dio que hacer a los españoles, tuvo muchas escaramuzas y al fin se vio precisado a abandonar el teatro de la guerra con doscientos o trescientos hombres.
La más notable de estas expediciones -dice el general Paz en sus Memorias-, fue la que marchó a las órdenes del comandante La Madrid, pues se componía de trescientos o cuatrocientos hombres escogidos del ejército, con dos piezas de artillería de montaña. Sus primeros pasos fueron brillantes, pues cortando la línea de operaciones del enemigo, rindió la guarnición de Tarija, haciéndola prisionera y a mas el comandante en servicio de la España, don Andrés Santa Cruz, que tan gran papel ha hecho después en los negocios de ambos países. Era una verdadera sorpresa para los cuerpos españoles destacados en las guarniciones encontrar a su frente tropas regulares y disciplinadas cuando solo esperaban grupos de indios ignorantes y desarmados. La expedición del comandante La Madrid era un golpe de rayo que hubo de dar valiosos resultados.
He aquí la brevísima noticia que dan sobre este acontecimiento nuestros historiadores:
En Tolomoza, a dos leguas de Tarija, cincuenta dragones de la vanguardia de La Madrid, derrotaron un destacamento de cien hombres que se retiraban a aquella villa bajo el mando del capitán don Andrés Santa Cruz,, 4 de mayo de 1817. Prisionero por segunda vez de los patriotas, Santa Cruz fue comisionado por La Madrid para presentar a las autoridades de Tarija el pliego en que pedía la rendición de esta plaza, pena de pasar a degüello la guarnición (Urcullo).
Ni siquiera pudo impedir La Serna con su expedición a las provincias del Plata, el que el congreso recientemente reunido en el Tucumán, mandase en auxilio de las provincias del Alto Perú, casi todas representadas en aquella asamblea, un nuevo contingente de quinientos dragones y alguna artillería al mando del teniente coronel don Gregorio Araos de La Madrid, que después de algunas felices escaramuzas se presentó a principios de mayo delante de Tarija, y reforzado con el contingente de diversos guerrilleros, rindió aquella plaza sin combatir (Sotomayor Valdéz).
La República Argentina constituida ya en Estado soberano movilizó un nuevo ejército auxiliar destinado al Alto Perú, y el general Belgrano puso bajo las órdenes del teniente coronel don Gregorio Araoz de La Madrid, 500 dragones y dos piezas de campaña bien municionadas. Este cuarto ejército, fue el menos numeroso de los que envió el gobierno de Buenos Aires.
Llegando a Tolomoza, dos leguas antes de Tarija, el capitán don Juan José García, a la cabeza de 50 caballos, batió y tomó el 4 de mayo de 1817 un escuadrón de cien hombres, que se dirigían también a Tarija, bajo las órdenes del capitán don Andrés Santa Cruz, que fue más tarde presidente de Bolivia. Al día siguiente, La Madrid, situado sobre el morro de San Juan que domina la ciudad, intima rendición al jefe de la plaza don Mateo Ramírez, que tenía parapetado dentro de trincheras 400 soldados de infantería. Ramírez rechaza la intimación; mas entre tanto, incorporánsele a La Madrid más de mil caballos, procedentes de las partidas que acaudillaban los guerrilleros Uriondo, Avilés, Méndez (don Eustaquio alías el Moto) y otros.
La Madrid, por conducto del prisionero Santa Cruz, hace una segunda intimación, amenazando con pasar a degüello la guarnición si no se rinde, y Ramírez se rinde. Los jefes y oficiales en consecuencia, marcharon en calidad de prisioneros con La Madrid a Potosí (Guzmán).
Después de la victoria de Tarija se dirigió La Madrid a Chuquisaca, cuya guarnición era mucho menos importante en calidad y número que la que acababa de vencer, al paso que la fuerza libertadora se había duplicado con los voluntarios que había reunido. Para colmo de felicidad apresó La Madrid un lindo escuadrón enemigo, sin que se salvase un hombre, sin disparar un solo tiro, sin desenvainar un solo sable y sin derramar una sola gota de sangre. Es este uno de esos lances raros en la guerra, que apenas mencionan algunos de nuestros historiadores nacionales, y cuyo relato tomamos de las memorias del general don José María Paz, que si no se encontró en la campaña del general La Madrid ni fue testigo presencial de los sucesos, se informó prolijamente de ellos, con motivo de ser el defensor de uno de los oficiales juzgados en el consejo de guerra que se reunió en Tucumán, por el desastre que sufrieron estas fuerzas en Sopachuy.
El comandante La Madrid, a quién en virtud de la victoria de Tarija se le había concedido el grado de coronel, se aproximó a dos leguas de Chuquisaca y se situó en el rancherío de Cachimayo, sin que el presidente de la Audiencia, que era gobernador del Alto Perú, tuviese noticia exacta de su situación ni de la clase de fuerza que se aproximaba. Sin embargo de su vaga alarma, había pedido tropas a Potosí y se le había advertido que marchaba en su auxilio el comandante Ostria al mando de un cuerpo. Este hizo salir al comandante López con su escuadrón completo para descubrir al enemigo. López se dirigió explorando la campaña al mismo punto que ocupaba La Madrid.
Descendía el comandante español López la cuesta de Cachimayo[37] para bajar al río: desde la altura se distinguía la fuerza que allí campaba, y como era armada y uniformada con regularidad, creyó que era la división de Ostria que venía en su auxilio. Las fuerzas patriotas veían también a los españoles que estaban arriba, y el coronel La Madrid tuvo la feliz advertencia de mandar que no se hiciera movimiento alguno de desconfianza ni hostilidad. Esto alentó más al jefe realista que continuó descendiendo y hasta se adelantó con un ayudante y un trompeta hasta ponerse al habla. Entonces preguntó que gente era aquella, y le contestaron que era amiga; volvió a preguntar si era la división de Ostria y le respondieron afirmativamente. Aun se cree que equivocó con este al coronel La Madrid cuya estatura y corpulencia eran semejantes. Con tales seguridades descendió al plano y se encontró rodeado de enemigos y prisionero.
Al momento se le intimó que sería muerto en el acto si por una acción o palabra hacia conocer a sus subalternos lo que le había acontecido. Por el contrario, se le ordenó que cuando se aproximasen, les mandase expresamente bajar asegurándoles que era tropa amiga la que los esperaba: así se hizo, y todo el escuadrón, sin que escapase uno para llevar la noticia a Chuquisaca, quedó en poder de las tropas de La Madrid. Estas, para engañar mejor a los confiados enemigos, se habían desgañitado dando vivas al Rey, a España y a los jefes realistas: solo fue después que se había conseguido un triunfo tan extraordinario, que se entonaron los canticos de la patria y las aclamaciones de la victoria (mayo 20 de 1817).
Tenemos al coronel La Madrid con su hermosa división a dos leguas de Chuquisaca, y al jefe español que allí mandaba reposando en la más plena confianza, tanto por que no conocía la calidad de la fuerza que lo amagaba, cuanto porque tenía avanzada una vanguardia cuyos partes debían instruirlo de su aproximación. Por lo demás, la guarnición, deduciendo el escuadrón que había caído prisionero, solo consistía en menos de cien hombres y algunos enfermos que había dejado el ejército en el hospital: débil recurso para defender la ciudad, no obstante que las calle estaban cortadas a una cuadra de la plaza con parapetos o barricadas.
El coronel La Madrid no perdió tiempo, pues esa misma tarde se movió y a las doce de la noche estuvo en el convento de la Recoleta. Ni el gobernador ni la guarnición sabían absolutamente nada y dormían el más profundo sueño. Hubo varias opiniones sobre el modo de atacar la plaza, y una de ellas fue disfrazar cien hombres con el uniforme de los prisioneros e introducirse como amigos. Otros opinaron acercarse sin ser sentido a las trincheras y echarse sobre ellas al apuntar el día: estos dictámenes fueron desechados para elegir el peor de todos. Quizá el coronel La Madrid quiso evitar a la población algunos excesos que podían cometerse tomándola a viva fuerza, y calculando la debilidad de sus medios de defensa se persuadió que el presidente o gobernador viendo a su frente un cuerpo de tropas regulares se rendiría por capitulación.
Desde la Recoleta se alcanzaba a ver en la plaza un fogón que un cuerpo de guardia tenía encendido. A ese fogón hizo apuntar los cañones el coronel La Madrid y al romper el alba los mandó disparar, al mismo tiempo que todas las cajas, cornetas y clarines de la división tocaban diana.
La alarma no podía ser más completa, pero no surtió los efectos que esperaba el coronel, pues el jefe español, sin desconcertarse, se dispuso a una defensa a que poco antes no estaba preparado. A la diminuta guarnición que tenía reunió los enfermos del hospital que podían conservare en pie arrimados a la trinchera, e hizo un llamamiento a la población a que esta respondió en gran parte, no por afección a la causa real, sino por defender sus personas y propiedades que creían amenazadas por una turba indisciplinada.
Muy entrado ya el día descendió a las calles que ocupó sin resistencia La Madrid, estando toda la fuerza enemiga concentrada dentro de las trincheras. Ambos contendores tuvieron tiempo sobrado para tomar sus medidas, pues fue muy tarde cuando se hizo el ataque. La fuerza patriota fue dividida en ocho fracciones más o menos iguales, que ocuparon las ocho calles que desembocan en la plaza. A una señal dada cayeron a un tiempo y casi a un mismo tiempo fueron todas rechazadas. Ninguna pudo tomar ni aun llegar a la trinchera que le era opuesta, y después de inútiles esfuerzos y de pérdidas no pequeñas, tuvieron que volver a los puntos de donde habían partido. Después de este ataque desgraciado la ocupación de la plaza se hizo muy difícil y el coronel tuvo a bien retirar sus columnas a la Recoleta, donde estuvo esa misma tarde (mayo 21).
El enemigo no dio un paso fuera de las trincheras para perseguirlos; pero como era probable que viniesen algunos cuerpos en su auxilio, el coronel La Madrid no podía permanecer en la misma posición que ocupaba. Su fuerza había perdido no solo su ánimo sino también su número, pues fuera de los muertos y heridos en el combate había sufrido dispersión de la gente del país; emprendió pues su retirada esperando la ocasión de dar un golpe feliz.
Pero aún tuvo otro no menor contraste a los pocos días de su salida de Chuquisaca: marchaba una noche la columna con menos precauciones de las que debía, pues todas consistían en una partida que iba de vanguardia; el oficial que la mandaba, por equivocación, o por irse a unos ranchos, se separó del camino y dejó enteramente descubierto el frente de la división, que seguía su camino muy tranquilamente; la infantería iba montada y sus cañones cargado en mulas.
En el movimiento general que hicieron los españoles para reunir los destacamentos que tenían separados, acertó a venir esa noche una compañía, qué si no era menor no excedía de cien infantes, por el mismo camino, pero en sentido inverso del que llevaba la columna. Los enemigos la sintieron primero y sin saber qué fuerza era la que se les presentaba, tomaron posición en una pequeña altura que estaba al lado del camino y esperaron. Cuando se acercó la cabeza de la división le dieron el ‘quién vive’?; y habiendo contestado ‘la Patria’, hicieron una descarga a la que se siguió un fuego vivo. Los de la vanguardia retrocedieron en desorden y éste se comunicó a toda la columna, en términos que sufrió la derrota más completa. Las mulas que llevaban los cañones huyeron con su carga; las del parque y equipajes hicieron lo mismo en distintas direcciones y la fuerza se dispersó en término que a la mañana no estaba aún reunida la división.
Por fortuna el enemigo que conoció que la fuerza con quien se las había tenido era seis veces mayor que la suya, se apresuró a dejar este menguado campo de batalla y alejarse cuanto pudo. De este modo pudieron los derrotados volver en sí, buscar la reunión y recuperar lo que se pudo del carguero extraviado y los cañones que no aparecieron hasta después. Sin embargo, esto no se hizo sin perdida, pues en la sorpresa de la noche murió el capitán Colet del número 2, joven muy querido y de muchas esperanzas, con unos pocos hombres de menos importancia, y además hubo nueva deserción.
Restablecido el orden y hecho el arreglo de la fuerza lo mejor que se pudo, volvió a continuar su movimiento de retirada, pero ya entonces La Madrid buscaba conocidamente el contacto con las provincias bajas, pues su dirección era a Tarija. Al mismo tiempo la división española que había sido destacada del ejército real para perseguirlo avanzaba rápidamente y por más que La Madrid aceleró sus marchas y que destruyó para sus medios de movimiento, no pudo dejar de ser alcanzado en Sopachuy, célebre por la nueva derrota de que fue teatro y por la ruidosa causa que se formó por este suceso.
Después de una marcha violenta de algunos días, en que el coronel creía haber ganado un buen trecho al enemigo, paró en Sopachuy para dar descanso de un par de días, según pensaba, a sus hombres y a sus caballos. Fallaron estos cálculos y otra vez lo engañaron sus avanzadas que no sintieron al enemigo, que en pleno día penetró hasta su campo (junio 24). El ataque fue tan repentino que el coronel La Madrid lo supo cuando oyó los primeros tiros y se pronunció la derrota quedando en poder del enemigo cañones, parque, equipajes y hasta los papeles del coronel.
No hubo acción, no hubo resistencia, todo fue confusión en medio de la cual cada uno fugó por donde pudo. No fue sino a muchas leguas que se reunió algo de la fuerza escapada, con la que el coronel siguió su retirada. Para mayor desgracia estallaron desavenencias entre jefes y oficiales, y hubo una revuelta que sólo con trabajo pudo reprimir el jefe. En el parte que dio al general Belgrano acusó de cobardía e incapacidad al coronel Asebey, al mayor Antonio Giles, que era el jefe del estado mayor de la división, al capitán Otero y cuatro oficiales más, los que fueron conducidos en arresto para ser juzgados en consejo de guerra de oficiales generales. Este los absolvió después de algunos meses que tardó la sustanciación de la causa.
Al fin llegaron a Tucumán los mutilados restos de aquella linda división, que, si había sufrido reveses, había también adquirido glorias. La opinión hizo justicia al valor del coronel La Madrid, pero no juzgó así de su capacidad y disciplina militar.
Con el ejército de La Madrid terminaron las batallas campales en el Alto Perú; mas esto no fue parte para atenuar el ardor del espíritu público en favor de la causa de la emancipación. Los patriotas, en la imposibilidad de organizar grandes ejércitos, se hacían guerrilleros, batiéndose en todas partes, de todos modos y contra todos los realistas.
Después de la muerte del caudillo don Manuel Rojas -dice
don L. M. Guzmán- que tuvo lugar en uno de los combates que sostuvieron los jinetes tarijeños, don Eustaquio Méndez se hizo el jefe de los de su partida. En una refriega en que cayó prisionero, perdió la mano derecha. La Serna le mandó curar y le restituyó a su familia, a condición de que no volviera a tomar las armas. Méndez, fiel a su palabra, se mantuvo pacífico durante su vida.
Error muy notable, pues Méndez perdió la mano en temprana edad, echando el lazo a un potro redomón y con la mano izquierda blandió la lanza y el sable sin apearse de su brioso corcel, hasta que no vio libres sus pagos de la dominación española, y siguió con su carácter altivo e indómito en nuestras guerras civiles hasta que sucumbió en 1849 bajo el tiro certero de la pistola de Rosendi, que le intimaba rendición, al grito: «que se rinda su abuela».
Tarija, 4 de noviembre de 1891
[35] Bartolomé Mitre. Historia de Belgrano y de la independencia Argentina. Buenos Aires: La Nación, 1949: 151-153. Título tomado del sumario del cap. XXXIII. [T]
[36] Luis Paz. "La espedicion de La Madrid en 1817". El Buen Almanaque de "El Trabajo" para el año bisiesto de 1892. Tarija: El Trabajo, s.f. [1892]: [28]-32. [T]
[37] De Totacoa dice don L. M. Guzmán. [P]