Artículos de la ¨Revista de la Sociedad Geográfica y de Historia “TARIJA” Año 1944¨
Leyenda tarijeña El alma del viejo ceibo
Escribe Franz Ávila del Carpio



Enclaustrado no sé si en escabrosa breña que domina el valle de Sella o en llanura pintona de verdes, alegre y jovial como moza de quince años, campos de labradío o pastoreo de Canasmoro la tierra Castellana, se alza este viejo ceibo, fuerte, grande, único, como el más viejo chapaco de estas tierras, erguido y señorial como desafiando a los buenos y malos tiempos, él es el mismo de siempre, alegre como la oración de madrugada que en canto pletórico entonan las «chulupías y tarajchis» que han buscado refugio en sus coposas ramas. De sus años quién pudiera saber algo? Acaso sean cincuenta, cien años que en sabia lenta haya subido por sus venas, pulsaciones rojas en cada primavera y comunión de clorofila en cada estrofa de nueva renovación.
Años que han pasado, soles y lunas que han alumbrado estas tierras, generaciones que han trasmitido con idéntico compás el mismo afán para otras tantas generaciones, pero este ceibo sigue floreciendo, dejando para todos, una leyenda que se matiza en ruego de eterno amor por lo que es bello y duradero
Corrían los años de 1812 a 1815, época en que la lucha libertaria había sentado también sus reales por estas tierras en otra hora de paz y bonanza, la guerra había sacudido también a sus hombres por ese afán de independencia del yugo de los -chapetones», surgieron de aquí y allá, hombres, gente, dispuestos en caballeroso lance a presentar lucha a los curtidos guerreros de la vieja Iberia, fraguados en mil batallas
Y la tierra vibró, por todos los ámbitos surgían guerrilleros, sangre derramada a raudales tiñó el suelo, por el lado del norte: Camargo, Padilla, Lanza y otros más con sus aguerridas huestes comenzaron con su labor titánica y única, guerra por la patria que surgía por los sacros anhelos de una verdad
Los montoneros chapacos corrieron a la máxima aventura y escenario de estos valles la figura del Moto Méndez, de Uriondo, los Rojas, Avilés, los León se lanzan a la pelea rayando fuerte el campo con sus corceles como para arar la tierra para la siembra de la verdad.
Y fue Sella, Canasmoro, el Paicho donde la figura del Moto sentó sus preces, bajo de mirada aguileña, fogoso e indómito, campeó sus hombres de pelea en pelea, de sorpresa en sorpresa, de derrota en derrota, arrollándolo todo con sus centauros y en pugna con las huestes del Rey a quien desde ya no reconocía como autoridad en estas tierras del Bajo Perú, allí donde Méndez el Moto, el de la leyenda matizada del más bello colorido, el que un día al querer enlazar un toro cerril, perdió una de sus manos o según rezan los viejos comentarios ofrendó este miembro por la causa de la patria y la verdad.
El ceibo de la historia florecida como florece todo en estos meses de belleza incomparable, miles de flore- chas rojas, como tantas gotas de sangre derramada en aras de la justicia de los oprimidos, fue el sitio de solaz de don José Eustaquio y sus hombres, allí descansaban él y su gente después de sus correrías por los valles de Tarija, allí en las largas noches de espera el vigía apostado en sus más altas ramas anunciaba con la voz del erque la llegada de alguna partida de «chapetones» que venía en búsqueda de las tropas chapacas para atraerlos al campo de la pelea. Ora en los momentos de descanso de las fechas agrícolas y guerreras salpicaban la inquietud de sus praderas con las voces cálidas de un duelo coplero, o el sentimental romance de las canciones patrias, pulsadas en la guitarra más castellana, más parlera de floridas coplas, coplas como un anuncio de nuevo amanecer'
Y el Moto don José Eustaquio siguió peleando, estuvo con Aráoz de la Madrid en la Tablada, el eco de las pisadas de sus cabalgaduras resonaron fuerte por el campo de la pelea, los jinetes chapacos bravos en la lucha sembraron el desconcierto en las filas que juntamente con don Mateo Ramírez defendían la plaza de San Bernardo de Tarija, montoneros legendarios, lanza en ristre abrían brecha en los combatientes españoles, lucha denodada y llena de sacrificios y el montonero don José Eustaquio consiguió con sus hombres, el sueño de toda su vida, ver libre a! suelo donde vio la luz del entendimiento.
Más pasaron los años y la causa de la patria flameo con pendón de verdad por todos los ámbitos de la tierra chapaca y los montoneros de Méndez con una canción en los labios, volvieron a sus lares, la tierra abrió sus zureos para la germinación de la semilla, muchos de ellos jamás regresaron, más que importaba el sacrificio, si ya la causa estaba ganada?
Y don José Eustaquio volvió a las tierras de Canasmoro, florecía de nuevo el ceibo, rojo’ de tanta flor, verde de tanta esperanza, volvía con el corazón pletórico de impulsos, aunque con el cuerpo lleno de heridas, heridas que restañaría doña María Salomé Ibarbol, la bella moza de San Lorenzo, para quien el jefe montonero cantase lo más famoso de sus coplas.
Los años han transcurrido, han pasado muchos soles y lunas por el cielo de estos valles y con la vuelta de la primavera el viejo ceibo ha florecido más galano que nunca, la sabia en pulsación eterna ha cantado en anunciación la verdad en clorofila y los miles de gallitos, rojos como es el corazón chapaco, verdes sus hojas como en pletórica esperanza, parecen decir al susurro del viento: yo di sombra al caballero sin tacha, yo di abrigo al más mentado guerrero, a aquel don José Eustaquio al que lo llamaban el Moto.
DISEÑO
Especial para la Revista de la Sociedad
Geográfica y de Historia de Tarija
I
Valle austero de pardas lejanías,
dintorno de un silencio de montañas,
donde suenan milenios voz de cañas
en jeroglificadas serranías.
Entre sendas de luz las alquerías,
y entre umbrías de ensueño las cabañas
vierten voces de ayer de las Españas,
como el Guadalquivir, algarabías.
Ribera de sus liquidas corrientes
se eleva la ciudad de Luis de Fuentes
en soledad católica y profunda;
do el ánima tristísima del ande,
en vibración undísona circunda,
y cumbre a cumbre su oración expande.
Juan Capriles
Julio 4 de 1944.