Del libro:
Estampas de Tarija de Agustín Morales Durán. 1975
LA SEMANA SANTA.
Prácticamente comenzaba el Domingo de Ramos con aquella tradicional ceremonia de la bendición de ramos de olivo que se distribuían gratuitamente a toda la feligresía. Fervientes católicos y conservando antiguas costumbres la casi totalidad de los habitantes de la ciudad, así como el campesinado de los alrededores, acudían religiosamente a todas las ceremonias, llenando los templos y asistiendo masivamente a los sermones y a cuanto oficio se realizaba en diferentes horas. El recogimiento y la fe cristiana se hacían patentes acercándose a los confesionarios, formando enormes colas desde la madrugada hasta altas horas de la noche. Los padres de familia, patrones y tutores llevaban a sus hijos y dependientes para que cumplieran los preceptos pascuales.
Llegado el Miércoles Santo, no había lugar en las iglesias para contener y atender a todo el pueblo, pero esta situación llegaba a culminar el Jueves Santo, cuando acudían verdaderos “enjambres” de gente a pedir la Santa Comunión; creo que no quedaba una sola persona, desde chicos hasta viejos, sin acercarse a recibir la Sagrada Hostia y dar muestras de verdadera unción y fe religiosa. Todo Tarija, sin distinción de ninguna clase, repletaba las iglesias desde la madrugada, incluso iba a las 4 de la mañana a esperar que se abrieran las puertas de los templos para cumplir con las obligaciones cristianas.
LAS COMIDAS TRADICIONALES.
Pese a que el ayuno, la abstinencia y las vigilias eran generales, pues las costumbres estaban tan arraigadas que nadie se atrevía a no observarlas; sin embargo también se cocinaban platos especiales sin carne, como ser: caldo de maní con huevos y queso; guiso de zapallo con habas verdes, papas “ojosas” y queso; arroz con leche; humintas en todas sus formas: atadas, azadas, en fuente y al horno; además algunas familias preparaban con el bacalao importado platos especiales. Todas aquellas comidas no solo se las preparaba para el propio consumo familiar, sino que en acción caritativa, las principales casas cocinaban grandes ollas para mandar a los presos de la cárcel, distribuir a los pobres del hospital y a cuanta gente menesterosa, o sea que el espíritu de fraternidad cristiana abría los corazones para compartir entre los que no tenían; admirable costumbre que se observaba incluso entre la gente modesta, pues mi madre, siendo pobre, también se afanaba en cocinar para los presos y los pobres lo poco que teníamos querían mis padres compartirlo con otros hermanos cristianos que no tenían. Creo que la piedad, la bondad, las buenas obras y la fraternidad fueron las mejores tradiciones tarijeñas; qué tiempos lindos aquellos, cuando no existían envidias y reinaba el verdadero amor cristiano !